El veganismo como postura política y particularmente las dietas basadas en plantas cobran cada vez más protagonismo, principalmente entre las nuevas generaciones. Ante esto, los varones cis heterosexuales resultan ser quienes más se resisten a cuestionar su consumo. ¿Qué hay detrás de esto?
Por Natalia Paesky. Columna publicada el 09 de julio de 2021. Republicada el 1/11/2022 con motivo al Día Mundial del Veganismo.
Sobre el consumo de carne
En el libro “La política sexual de la carne” Carol Adams hace un interesante análisis de la relación entre el machismo y el consumo de carne. Si bien está planteado en términos sumamente binarios, vale la pena rescatar algunas de sus observaciones. Según la autora, numerosas investigaciones señalan que las mujeres mueren de hambre en una tasa desproporcionada en relación con los hombres. ¿Por qué? Porque se privan a ellas mismas, ofreciendo a los hombres lo que consideran mejores alimentos a expensas de sus propias necesidades nutricionales. A modo de ejemplo cita cómo las mujeres y niñas etíopes de todas las clases preparan habitualmente dos comidas: una para los hombres con carne y una segunda, que generalmente no contiene proteína animal ni vegetal, para las mujeres.
Adams también analiza cómo la mayoría de las restricciones en torno al consumo de carne recaen sobre las mujeres. En este sentido, los alimentos comúnmente prohibidos a las mujeres son el pollo, el pato y el cerdo. Incluso cuando muchas veces son las mujeres quienes crían a los animales, no están autorizadas a comérselos. Por citar algunos ejemplos, en las Islas Solomon no están autorizadas a comer los cerdos que ellas mismas crían; en Indonesia la carne es considerada como propiedad del hombre y es distribuida a los hogares de acuerdo a la cantidad de hombres que los habitan.
La autora señala que esta costumbre patriarcal se extiende en varias regiones del mundo: en Asia, algunas culturas prohíben a las mujeres consumir pescado, marisco, pollo, pato y huevos. En el África ecuatorial, se le suele prohibir a las mujeres el consumo de pollo.
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Un aplauso para el asador
Basta prestar atención a publicidades, libros y escenas que se transmiten en los medios masivos de comunicación para detectar cómo se tiende a vincular el consumo de “carne” a los varones cis heterosexuales. En el caso puntual de los libros, en la sección de cocina, aquellos que hacen referencia al asado o consumo de animales de otras especies están claramente dirigidos a un público masculino cis y heterosexual. Lo mismo sucede con las publicidades en las que, a su vez, solo las mujeres parecen comer vegetales.
Hay además una tendencia a asociar el consumo de proteína animal a la “fuerza” y la idea de “virilidad”. A raíz de esto, quienes deciden abstenerse de comer “carne” son considerados menos “masculinos”.
Quizás esto explique por qué proporcionalmente hay menos vegetarianos y veganos varones cis heterosexuales.
Especismo y machismo
Así como el especismo es un sistema de opresión caracterizado por la discriminación arbitraria hacia quienes no pertenecen a la especie humana, el machismo deja en los márgenes a quienes no son hombres cis heterosexuales (y blancos, claro).
Tanto el machismo como el especismo toman la idea de superioridad y desde allí justifican la discriminación y la injusticia. Ambos comparten estrategias, patrones de comportamiento y pensamiento para reproducir todos aquellos estereotipos y prejuicios que les son funcionales. Así, preestablecen qué es lo correcto y estigmatizan a quienes se escapan de la norma.
El transfeminismo y el antiespecismo vienen a visibilizar la injusticia naturalizada y normalizada contra grupos históricamente oprimidos. Ambos, como movimientos de justicia social, deben luchar por la liberación de todes les oprimides. Ver cuerpos como objetos de consumo es patriarcal y por ello, quienes soñamos con otro mundo posible, debemos necesariamente analizar la categoría de especie como categoría de opresión (y rechazarla).