En un sistema patriarcal, donde el especismo es regla y tradición casi inquebrantable, cuestionar nuestros privilegios -de especie y de género- es urgente. En esta columna comparto algunas reflexiones que creo necesario visibilizar para lograr una sociedad y un mundo más equitativos.
Por Magdalena Gavier
Antiespecismo
Para entender el antiespecismo es necesario primero analizar qué quiere decir especismo: es la discriminación de lxs animales no humanxs por considerarlxs especies inferiores. También, según la RAE, es la “creencia según la cual el ser humano es superior al resto de lxs animales y por ello puede utilizarlxs para en beneficio propio”.
El antiespecismo, si bien no aparece en ningún diccionario ni referencia formal, pero por oposición a la anterior y elección personal puedo decir que es una postura ética, política y revolucionaria que lucha por el respeto hacia todas las especies por igual, abogando por una convivencia armónica entre especies. A través del antiespecismo se busca crear conciencia y que se dé el mismo valor a los intereses de un individuo, sin importar a qué especie pertenece.
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En este sentido, creo importante remarcar que la armonía planetaria de la convivencia inter-especie implica que quienes habitamos esta Tierra podamos vivir en consonancia con nuestras necesidades y aportes que hacemos. Cada ser aporta distintas particularidades que le permiten al planeta mantener el sentido de unidad, de autoconservación, autorregulación y regeneración permanente.
Entonces cuando hablo de convivencia armónica, necesariamente incluyo en esa expresión al propio caos que deviene de la vida en la Tierra de las especies. Por ejemplo: que una puma mate a un zorro para alimentarse y/o alimentar a sus crías es parte de un ciclo natural de la vida. Esa puma mata para comer y para la supervivencia de su especie. Caza estrictamente según su necesidad, su capacidad de comer (pues la puma no tiene una heladera ni un freezer donde guardar lo que no llegue a comer).
Ahora bien, cuando me dicen “que las personas humanas comamos vaca es natural, es parte de la cadena alimenticia” a mi se me retuerce el estómago. Entiendo la comparación, porque también he planteado el mismo discurso.
Pero pregunto ¿es parte del ciclo de la naturaleza que mantengamos en cautiverio a cientos de vacas? ¿Es natural que además las inseminemos artificialmente obligándolas a reproducirse para luego robar a sus crías? ¿Acaso es natural que envasemos en un sachet de colores la leche que ella tenía para darle a su cría? ¿Es natural que sistematicemos miles de formas de tortura para poder ir a la carnicería a comprar sus pedacitos de cuerpo para comer un asadito? Y también aplica al cuento de qué haría si estuviera en medio de la selva sin comida ni esas historias que sabemos que no van a pasar ni tampoco son argumento para seguir perpetuando esta industria del horror.
Entonces, con armonía me refiero a una convivencia que no propicie una sistematización e industrialización de las violencias, como lo es actualmente la industria de la carne de animales muertxs que es lo más alejado al propio caos de la Tierra.
¿Cómo se vinculan las luchas? Interseccionalidad
La interseccionalidad es una propuesta no-lineal de comprender la discriminación. Esta palabra fue introducida en los años 80 en las discusiones en torno al feminismo y ambientalismo por Kimberlé Crenshaw, afroestadounidense, abogada y profesora universitaria. En su momento, ella principalmente lo llevó a debates vinculando las opresiones de género con las de etnia y orientación sexual, aunque hoy se pueden establecer múltiples relaciones.
Laura Fernández en su libro “Hacia mundos más animales” detalla cómo este concepto funciona como herramienta teórico política para explicar por qué la opresión no puede entenderse como una mera suma de factores a partir de los que se genera discriminación. Sino que por el contrario son opresiones que se viven juntas -horizontal y verticalmente-, que vienen desde distintos frentes y que se encarnan e interrelacionan generando relaciones de poder y dominación más complejas que una simple suma de opresiones.
Entonces, la noción de “interseccionalidad” se refiere a la manera en que se vinculan los procesos (complejos y variables) en cada contexto y cómo son a su vez el resultado de infinitas interacciones de factores sociales, económicos, políticos, culturales y simbólicos.
Y así como las opresiones se viven de manera interseccional, la respuesta a las amenazas debe ser abordada de la misma forma. En palabras de Pattrice Jones (activista, escritora, educadora y ecofeminista) “igual que todos los problemas que nos amenazan están conectados, nuestra capacidad para curarnos a nosotras mismas y al mundo depende de nuestras conexiones unos con otros”.
Audre Lorde (escritora afroamericana, feminista y lesbiana) también refiere a este tema “no existe tal cosa como una lucha monotemática porque no vivimos vidas monotemáticas”. A veces terminamos incorporando violencias por no hacer conexiones entre las mismas.
Ahora bien, creo que en este punto ya podemos comprender por qué el feminismo debiera ser en esencia interseccional. El feminismo lucha por los derechos de todas las identidades históricamente oprimidas por no ser parte del colectivo de varones hetero cis. Pero es importante entender que dentro de todas estas identidades oprimidas hay una gran diversidad de accesos, necesidades, posibilidades y privilegios. No es la misma realidad la que viven una mujer blanca, cis-heterosexual, con acceso a educación y que vive en el norte global (geográfica y políticamente hablando) que la de una mujer con ascendencia tehuelche, lesbiana y sin acceso a agua potable que vive en el sur global.
Los privilegios en la sociedad son atributos que heredamos por alguna consecuencia histórica, genética, cultural, política o económica. Es importante ser conscientes de los privilegios que se tienen y de los derechos que nos faltan, porque desde esa toma de consciencia es que se puede luchar por una sociedad -y un planeta- más justa.
Y así como en el feminismo podemos identificar diversas situaciones donde el privilegio prima o no de acuerdo a la situación en la que estemos, podemos identificar que los privilegios además son una cuestión de especie.
El lenguaje como punto de inflexión
María Ruiz Carreras escribe un texto brevísimo pero muy profundo donde analiza detalladamente el libro “Política sexual de la carne” de Carol Adams (escritora feminista y activista por los derechos de los animales). En estos textos ambas hablan del concepto de “referente ausente”, que es básicamente “un mecanismo por el cual se separa a la persona que come carne del sujeto-animal cuya parte se está comiendo. A su vez, separa a dicho sujeto-animal del producto final en el que se convierten las partes de su cuerpo”.
Existen tres maneras en que los animales no humanos se convierten en referentes ausentes:
- La primera, es en el consumo de ellxs porque literalmente están muertos.
- La segunda es cuando cambiamos la forma en que nos referimos a ellos: no hablamos de animales bebés, sino de “ternero” o “cordero”. También cuando tergiversamos el lenguaje para referirnos a partes de sus cuerpos descuartizados: bife, hamburguesa, matambre, etc.
- La tercera forma es metafórica. Lxs animales se convierten en metáforas para describir las experiencias de las personas humanas. En este sentido metafórico, el significado del referente ausente deriva de su aplicación o referencia a otra cosa.
La disociación -el uso cotidiano de este concepto de referente ausente- es un mecanismo que nos sirve para eliminar la violencia inherente del consumo de carne, de alguna manera protege la conciencia de la persona que consume “los músculos de otros animales, erradicando la subjetividad de los otros animales y haciendo que estos trozos de cuerpo se conviertan en objetos inertes que existen solo para ser consumidos”.
La disociación permite consumir un pedazo de otro ser sintiente sin ningún remordimiento, sin pensar siquiera en que es otro ser con gestos, miradas, capaz de demostrar cariño y agradecimiento o temor y miedo.
El lenguaje contribuye a las ausencias de los animales. Mientras que los significados culturales de carne y consumo de carne han tenido un giro histórico, una parte esencial del significado de la carne permanece estático: uno no come carne sin la muerte de un animal.
En la cultura patriarcal, la estructura del referente ausente fortalece las opresiones individuales recordando siempre a otros grupos oprimidos.
Luego de ver incontable contenido audiovisual, presenciar matanzas de animales no humanos y escuchar experiencias de otras personas surge la pregunta: ¿por qué? ¿Tanto vale darle un gustito a nuestro paladar caprichoso? Hay muchísimas alternativas igual o más saludables, sustentables y naturales para la especie humana… ¿por qué elegimos una y otra vez la tortura como forma de alimentarnos y de consumir?
En cierta forma la respuesta es clara: por costumbre, cultura y, sobre todo, disociación. Y todos estos factores están fuertemente atravesados por un modelo capitalista, inmerso en un sistema extractivista, colonial y patriarcal. En definitiva, atravesado por violencias sistémicas.
Es así que volvemos a la pregunta de más arriba: ¿qué implica la interseccionalidad en las luchas feminista y antiespecista? Significa reconocer la intersección en las formas de opresión hacia las mujeres humanas y hacia las hembras de todas las demás especies animales, especialmente quienes son obligadas a ser parte de la cadena de consumo humano.
El feminismo antiespecista implica reconocer la manera en que se vinculan las opresiones sistémicas -avaladas culturalmente- de las que somos víctimas, pero también parte, y luchar desde ese lugar.
El feminismo antiespecista es luchar por la liberación animal humana y no humana. El feminismo antiespecista es luchar por un planeta más ético y justo.