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<strong>Hacer política desde el plato</strong>

Publicado por:El Resaltador

¿Qué pasa cuando comemos? ¿Por qué celebramos con comida? Algunas preguntas en torno a lo que consumimos y cómo hacemos política y cultura con nuestros platos, especialmente en estas fechas de tradiciones históricas.

Por Magdalena Gavier

¿Qué es comer?

La RAE tiene una definición bastante acotada de lo que es comer: “masticar y deglutir un alimento sólido”. A su vez, alimentar teóricamente es “suministrar especialmente a un aparato la materia o la energía que precisa para su funcionamiento”.

Si bien podríamos entrar en un debate profundo sobre su significado, ahora propongo nos quedemos con la idea de que ambas son acciones que significan más o menos lo mismo y hasta que pueden usarse como sinónimos. Igualmente, sabemos que comer no es sólo masticar ni incorporar energía. Profundizando lo mínimo e indispensable, podemos ver que comer es mucho más: es una cuestión cultural, colectiva y política. 

Deglutiendo cultura

La cultura se construye de costumbres, sentidos, discursos, expresiones. Si indagamos en una típica costumbre, además de las conocidas fechas de Navidad cristiana y Año Nuevo gregoriano, podemos pensar en la que estamos transitando ahora: Semana Santa cristiana.

Debate aparte sobre los orígenes, creo importante traer la típica tradición a la que se suele obedecer seamos creyentes/practicantes o no. En Navidad se hace vitel toné y el Viernes Santo se hacen empanadas de vigilia. Y el domingo de Pascua se comen huevitos de chocolate. Corta, no se discute. ¿O sí? Acá, como siempre, elijo y propongo discutirlo, cuestionarlo, no darlo por sentado. 

¿Por qué no comer carne un solo día al año? Personalmente, esta pregunta me hizo bastante ruido desde chica. Al principio, acaté la orden sin cuestionar mucho, pero con el tiempo y después de haber visto cosas bastante terribles en el mundo (ocasionadas siempre por lxs humanxs), decidí no comer animales nunca más.

¿Por qué hacer un sacrificio individual cuando puedo elegir, por completa convicción, no comer sus cuerpos todo el año? Y no lo hago a modo de sacrificio, sino por elección, por empatía, por respeto, por amor, por lógica. Porque ellxs merecen vivir. Lo elijo porque mi paladar y la tradición no son prioridad.

Traicionar la tradición

Sabemos que no es necesario mandar a matar a millones de animales no humanos para que las celebraciones sucedan. Ni para el domingo de Pascua, ni para un cumple, ni para las recibidas, las juntadas con amigxs ni para el Año Nuevo. Ninguna instancia es excusa para matar ni violentar a otro animal. 

Es posible festejar y vivir una vida sencillamente sin hacerlo y sin promover que otras personas lo hagan por nosotros/as. Es necesario -y urgente- animarnos a traicionar las tradiciones adquiridas e impuestas. Es hora de ponerles punto final: consumir animales y derivados no es viable, carece de lógica y el único motivo que nos impide dejar de hacerlo es nuestro caprichoso paladar. 

Nuestro sentido del gusto está educado y acostumbrado por históricos hábitos de consumo y de asociaciones mentales-corporales. Si a esto le sumamos el hecho de que estamos bombardeados/as constantemente por entes que nos dicen qué consumir, cuánto, cuándo, y para qué (a través de la publicidad, las redes sociales, y una infinidad de recursos), nos damos cuenta de que en realidad no solemos decidir “libremente” qué comer. 

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Con-sumo culto

¿Cómo no vamos a comprar una gaseosa para festejar algo? ¿Cómo no va a haber unas papitas para picar? ¿A quién se le ocurre que en un cumpleaños no haya torta?

Cada vez estamos más expuestos/as a estímulos sensoriales que nos facilita la digitalización de la realidad. Por eso, resulta casi imposible pensar con criterio sin estar atravesados/as por la publicidad, por las intenciones de la industria: existe un producto diagramado específicamente para cada ocasión. 

Nuestro cerebro se fue programando desde nuestra infancia en que si consumimos ciertos productos seremos más populares en la escuela, tendremos “mejor” cuerpo, la familia mágicamente se iba a unir en una mesa, o que nuestro almuerzo iba a levitar por consumir un intento de “queso” en una tarta.

Y así fuimos desterrando sabores ancestrales y quedándonos con productos industriales y dañinos. 
Fue así también que fuimos alejándonos de la idea de lo que comemos.

Según el informe Exposición de niños, niñas y adolescentes al marketing digital, elaborado por el UNICEF, sólo un tercio de la población lee las etiquetas, y sólo la mitad de ese tercio las entiende: menos del 15% de la población comprende lo que come. Y esto aplica no sólo a los productos que vienen envueltos en paquetes coloridos y simpáticos, sino que atraviesa también a la industria que insiste en comer animales muertos y sus derivados.

Gráfico propio con información del informe Exposición de niños, niñas y adolescentes al marketing digital (2021). Hacer política desde el plato.

Esto está explicado de manera muy clara y detallada en la nota ¿Qué estamos comiendo? La industria alimentaria bajo la lupa  escrita por las investigadoras del Conicet, Daniela Bustos, María Julia Angeli, Florencia Bainotti y Luciana Dezzotti.

Soledad Barruti lo explica en Bocado, en la nota “De carne somos” de una manera muy explícita:

Lo que nos seduce ya lo sabemos: la carne hace trepidar cerebros y corazones que la recuerdan escasa e inaccesible en aquel pasado donde la naturaleza nos mostraba una y otra vez, entre criaturas feroces, veloces y ágiles, que somos cuerpos frágiles, más devorables que devoradores.

Que hoy existan carnicerías en cada confín del mundo, que nuestras parrillas estén repletas de churrascos frescos, que las hamburguesas sean sinónimo de una economía próspera – de lujo y popular – es para ese espíritu ancestral bastante tranquilizador. Hoy sobra lo que tanto faltó.

El problema es lo que hicimos para que fuera posible. La carne como placer instantáneo construyendo este laberinto con un único final: la extinción de todas las vidas hasta llegar a la humana; nosotros: deglutidos por nuestra propia creación.

Comemos tres veces más carne vacuna que hace 50 años. A costa de animales, personas y un planeta que no da más.

¿Por qué seguimos perpetuando y demandando este sistema violento y opresor donde sostenemos que alguien críe y luego mate para que podamos elegir qué comprar en pedacitos en la carnicería o en el supermercado?

Hacer política desde el plato.

Y consumir únicamente derivados lácteos tampoco es una alternativa menos violenta: la totalidad de las vacas que son violadas y explotadas sistemáticamente para dar leche, una vez que no sirven para alimentar esta “cadena” son enviadas al matadero. Es decir, todas tienen el mismo destino sólo que algunas son, además, sometidas a más años de tortura. 

La leche de las vacas, al igual que la leche de cualquier especie animal que tenga la posibilidad de lactar, debiera ser exclusivamente para su ternero/a. Pero, en cambio, ellos/as son separados de sus madres al nacer y luego enjaulados en espacios diminutos para ser enviados a criaderos y luego al matadero, o para tener el mismo triste destino de sus madres: violación sistémica y luego muerte.

Y entonces, ¿qué comemos cuando comemos? ¿Comemos tradición o convicción? ¿Comemos dolor? ¿Comemos violencia y opresión? ¿Comemos sufrimiento de otrxs seres disfrazado de buen marketing? ¿O comemos respeto, empatía, cuidado?

Construir tradiciones más armónicas

Si bien no es necesario que celebremos con la comida “típica” en estas fechas, sí es cierto que sentir ciertos sabores, texturas, olores y demás decorados nos traen recuerdos de momentos compartidos con la familia, de celebraciones, de unión, etc. 

Ojalá algún día en lugar de no comer carne un día al año por tradición, decidamos no hacerlo nunca más por convicción. Ojalá hoy sea ese día. Ojalá decidas con toda la fuerza de tu ser no comer ese «asadito” en familia. Ojalá en esa mesa familiar haya empatía, respeto, entendimiento, información real y, claro, legumbres y verduras.

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