Un hombre muere y descubre que el tránsito hacia la otra vida no es como lo imaginaba. No hay cielo ni infierno, no hay nada de nada y entonces comprende que «…estar muerto es como estar vivo, pero solo, muy solo«.
Por Cristian Montú
Casi dos años atrás publiqué mi primera columna para El Resaltador. El texto era breve pero resumía varias de las cuestiones que me interesaban (y siguen interesando): la muerte y las vidas posibles en el más allá, los fantasmas y las fuertes ataduras que los mantienen presos del mundo terrenal.
Uno de los cuentos que había recomendado aquella vez era El fantasma de Enrique Anderson Imbert, un escritor de origen cordobés que murió hace ya bastante tiempo atrás y sus libros, actualmente, son difíciles de conseguir. Por suerte sus cuentos y relatos siguen circulando en las alcantarillas de internet.
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El cuento es la historia de un hombre común y corriente, igual a cualquier otro. Este hombre, como muchos otros, pasa sus días yendo de la casa al trabajo y viceversa, no tiene grandes intereses ni aspiraciones fuera de su rutinaria vida. Está casado y tiene tres hijas. Pero un buen día el hombre muere en su casa y todas las creencias que lo habían sostenido en vida se esfuman, dejan de existir como posibilidades.
El fantasma descubre que la muerte no es lo que pensaba. Su antiguo cuerpo -ahora cadáver- yace tirado en el piso y le revela la fragilidad putrefacta de todos los mamíferos. Los objetos y pertenencias que antes solía poseer se muestran indiferentes ante el fallecimiento de su dueño. Y lo peor de todo es que no hay cielo ni infierno a la vista, no hay nada de nada: “… comprendió que estar muerto es como estar vivo, pero solo, muy solo.”
Resignado, el fantasma deambula por la casa observando el día a día de su mujer e hijas. La mujer enferma y él desea que ella muera para que le haga compañía. Ella efectivamente muere pero su espíritu no es visible para él, no hay contacto ni comunicación posible. La muerte parece ser una suerte de soledad eterna de la que no es posible escapar.
Y el fantasma tiene entonces otro momento de revelación, si él está ahí ¿cuántos otros fantasmas estarán allí mismo fisgoneando en las vidas de sus hijas?
Heredé un fantasma – Laura Escudero
Antes de las lecturas de terror y suspenso de los autores y autoras ahora conocidos, incluso antes de caer en las garras de Paulo Coelho y Cielo Latini, recuerdo haber pasado tardes enteras leyendo en un rincón de la Biblioteca del pueblo los cuentos de Elsa Borneman y una novela de la autora cordobesa Laura Escudero, Heredé un fantasma.
La trama de la historia no está construida sobre el terror propiamente dicho -ya que se trata de una novela para niños y adolescentes con tintes de aventura y comedia- pero tiene destellos atrapantes: “Era una carta de la tía Dorotea. Pero eso no podía ser, porque Dorotea había muerto diez años atrás. Es sabido que hay cartas que se demoran, pero diez años era demasiado.” anuncia la protagonista al encontrar un sobre en la puerta de su departamento. Y esa carta es una invitación a navegar en el pasado de la historia familiar.
La carta es en realidad una herencia. Dorotea le hace saber a su sobrina nieta, Ana Tobler, que acaba de heredar una casa ubicada en pleno barrio Los Boulevares. Pero hay condiciones: la casa debe ser habitada ese mismo día y nadie debe conocer en efecto que la protagonista está viviendo en la ex casa de la tía Dorotea.
Ana duda por un momento, no está segura de aceptar la herencia y sus condiciones tan particulares. Las dudas terminan por disiparse cuando ella se ve rodeada por la realidad: vive en un departamento apestado de humedad en algún edificio random de la ciudad de Córdoba, y además sigue naufragando en las aguas de la indecisión ya que no encuentra una carrera universitaria que le guste… ¿Qué sería lo peor que podría pasarle?
“Me pareció que abrir esa puerta era un poco como abrir la caja de Pandora. Correr un velo de misterio… y de peligros. Sacar afuera cosas con las que tal vez no sabría después qué hacer.” y efectivamente la caja de sorpresas se abre y nuestra protagonista se enfrenta al secreto guardado en la casa: un fantasma la acecha y si quiere librarse de él deberá ensuciarse las manos.
A la salud de los muertos – Vinciane Despret
Este ensayo filosófico que indaga sobre la relación entre vivos y muertos, escrito por la filósofa y psicóloga Vinciane Despret, es el resultado de una investigación motivada por una historia familiar que la autora había oído miles de veces contar a su padre: en los primeros años del mil novecientos un tren descarrila yendo a Bruselas y en el accidente muere Georges, un adolescente de catorce años; unos cuantos meses después, el padre y la madre morirán de tristeza, dejando huérfanos a sus otros doce hijos.
La historia es trágica y triste. Georges, tío abuelo de la autora, muere y la culpa provoca la muerte de sus padres también. Lo particular del relato familiar es que solamente Vinciane lo conocía, su padre no se lo había contado a los demás hermanos. La reconstrucción de los hechos, tan alejados en el tiempo, no es fácil pero poco a poco las piezas se van uniendo para conocer el panorama completo de aquella tragedia familiar.
En los ocho capítulos que componen el libro la autora nos invita a ser testigos, aunque solamente sea a través de las palabras, de los diversos estudios sociales y de los testimonios de las personas que los sustentaron. Y una primera conclusión a la que puede arribarse es que “…los muertos solo están verdaderamente muertos si dejamos de darles conversación, es decir conservación.”
La presencia y existencia de los muertos no es analizada desde lo espectral o macabro sino desde la importancia fundamental del recuerdo que termina por construir memoria, y por lo tanto futuro. “Los muertos convierten a los que quedan en fabricantes de relatos. Todo se pone en movimiento, signo de que algo, allí, insufla vida.” y a través del relato ellos se hacen presentes ya sea para cuidar, pedir, perdonar o recordar. En definitiva, vuelven para asegurarse de que sus allegados sigan viviendo y recordándolos.
La lectura de este ensayo es atrapante porque además de meter el dedo en las llagas que suponen la certeza y el misterio de la muerte, también está narrado desde una perspectiva que invita a sumergirse libremente en sus páginas.
…Prometen salir
La figura del fantasma casi siempre aparece ligada a los asuntos pendientes que no pudo resolver en vida. Mientras no logren resolver aquello que los aqueja, los fantasmas están condenados a una existencia eterna.
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El cuento de Enrique Anderson Imbert quizás omita deliberadamente los asuntos que mantienen cautivo al fantasma que verá morir a su mujer, luego a cada una de sus hijas y finalmente a la cuñada que había acogido a las huérfanas. En el momento en que muere la cuñada, la última de la familia, el fantasma:
Se acercó al ataúd donde la velaban, miró su rostro, que todavía se ofrecía como un espejo al misterio, y sollozó, solo, solo ¡qué solo! Ya no había nadie en el mundo de los vivos que los atrajera a todos con la fuerza del cariño. Ya no había posibilidades de citarse en un punto del universo. Ya no había esperanzas. Allí, entre los cirios en llama, debían de estar las almas de su mujer y de sus hijas. Les dijo “¡Adiós!” sabiendo que no podían oírlo, salió al patio y voló noche arriba.
Así termina la historia del desdichado fantasma. Y al volar noche arriba, el misterio que rodea a la muerte y el mismísimo más allá sigue intacto…