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Barrios privados y un debate público

La expansión de los barrios privados y urbanizaciones cerradas parece no tener fin. Cada vez hay más variedad en sus propuestas: “eco” barrios en medio de las sierras, otros históricos con clubes de golf e hípicos, otros con escuelas, con lo que se nos ocurra. ¿Por qué crece esta tendencia? ¿Qué pasa con el resto […]

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La expansión de los barrios privados y urbanizaciones cerradas parece no tener fin. Cada vez hay más variedad en sus propuestas: “eco” barrios en medio de las sierras, otros históricos con clubes de golf e hípicos, otros con escuelas, con lo que se nos ocurra. ¿Por qué crece esta tendencia? ¿Qué pasa con el resto de la ciudad? ¿Sigue siendo ciudad o sólo un conjunto de asentamientos urbanos con actividades que las une?

Por Magdalena Gavier

Estrictamente, el Código Civil y Comercial denomina “conjuntos inmobiliarios” a los barrios privados y clubes de campo. Son, además de propiedades horizontales, espacios cerrados y diferenciados del espacio público, tienen reglamentos que establecen obligaciones y pautas disciplinarias y tienen establecido un consorcio conformado por propietarios. Internamente y en la teoría funcionan de manera similar a un edificio, pero en la práctica tienen otro tipo de impactos.

Para bajarlo más a tierra, dialogué con el estudio de arquitectura cordobés Cribado, quienes explicaron que este tipo de urbanizaciones “son áreas que se proponen como residenciales, delimitadas por cercos perimetrales con un único acceso puntual y controlado mediante seguridad privada. Mantienen una falsa idea de autonomía creando en su interior almacenes, instalaciones de ocio, administración y mantenimiento del espacio público-privado con un estilo de vida determinado”.

Sólo la ciudad de Córdoba tiene casi 600 barrios según el mapa de barrios de la Municipalidad. Si bien no hay un registro formal disponible de la cantidad de barrios cerrados que hay, podemos ver que su existencia no paró de crecer desde 1991 y son tendencia en su variedad de propuestas. Pero todas tienen una misma característica: promesas de seguridad y tranquilidad. 

¿Por qué la constante apuesta al barrio cerrado?

Las respuestas son variadas, pero esencialmente las personas los eligen para sentirse seguras, protegidas. La privatización de la seguridad no es una novedad. El negocio de la seguridad crece junto con el desarrollo de este tipo de espacios donde prima la promesa de una sensación de calma. 

Y claro que la posibilidad de vivir en una casa con ventanales de vidrios inmensos sin rejas y con vista a las Sierras desde el living tiene su precio. Y es un precio que no paga sólo quien tiene el poder adquisitivo para abonar su cuota mensual de expensas, sino que la pagamos todxs. 

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Desde el Estudio de Arquitectura Cribado explican que “un problema no menor es la fragmentación espacial con procesos de marginalización que crean áreas con desigual acceso a servicios, infraestructura y los beneficios de la ciudad, generando guetos por clase social lo que resulta en una ciudad fragmentada socialmente”.

Y esto no es una característica de Córdoba únicamente, ni mucho menos de Argentina. Es una cuestión mundial que se profundiza principalmente en Latinoamérica “donde se encuentran las regiones más desiguales, donde, en los últimos años de pandemia, se registraron los mayores índices de transferencia de riqueza de sectores pobres a sectores ricos. Es decir, el sector pobre es más pobre y el sector rico es más rico”. 

Lo que cabe cuestionarnos en este punto es: ¿a qué costo? ¿Qué estamos generando cuando apostamos a este tipo de vida repleta de tranquilidad y seguridad? ¿Qué y quiénes quedan por fuera? Aquí no pretendo apuntar en contra de las personas que eligen vivir en un barrio cerrado, sino generar debate, invitar a la reflexión genuina para que pensemos qué ciudad estamos construyendo cuando hacemos estas elecciones. Para trazar líneas en respuesta a estos cuestionamientos es importante hablar de la ciudad como concepto y como símbolo. 

¿Qué es ciudad? 

Si bien es un concepto históricamente muy discutido, y al día de hoy no se llega a una única definición, sí hay algunos aspectos que nos pueden ayudar a entenderlo. 

Una ciudad puede ser entendida como un asentamiento o un espacio donde un grupo de personas humanas reside, se organiza y se reproduce. La organización está prevista y regulada en pautas de convivencia en las que se prevén una serie de derechos y deberes, y castigos para quienes no cumplan con sus deberes. 

Una ciudad tiene como característica la diversidad entre las personas que la habitan y entre las actividades que se desarrollan y que suponen una concurrencia y recurrencia “doméstica” y no especializada (por ejemplo, un Parque Industrial, una iglesia o un shopping no son considerados “ciudades”, por más que tengan reglas de convivencia y cumplan con las características físicas de un asentamiento urbano). 

Las ciudades tienen una arquitectura permanente (por eso un campamento militar no es ciudad), y una dependencia fija de productos y servicios provenientes de zonas aledañas (espacios rurales desde donde se proveen alimentos hasta zonas industrializadas de trabajo). 

Vista aérea de la ciudad de Córdoba.

Ciudad en pedacitos

El suelo que pisamos diariamente, el caos del centro, los murales coloridos, el olor a humo, los taxis, los bondis, las bicis, los monopatines, lxs vendedores ambulantes, los graffitis, lxs recuperadores urbanos, las plazas, la rotisería, el supermercado, los árboles en la vereda, la despensa del barrio, las veredas rotas, los carteles luminosos, los semáforos, los cordones pintados, las calles cortadas, las manifestaciones, el payaso que vende globos en la peatonal. 

Todos esos componentes, y muchísimos más, hacen a una ciudad. Son elementos físicos que, acompañados de la diversidad cultural y la acción ciudadana, hacen de un lugar “x”, una ciudad. 

La mejor representación a escala de una ciudad es un barrio tradicional abierto (podríamos pensar en ejemplos como Alta Córdoba, San Vicente, Jardín, Comercial, Los Naranjos, entre otros) donde conviven comercios, espacios culturales, espacios verdes y de recreación, escuelas, dependencias públicas (centros vecinales y dispensarios) y viviendas. Hay servicios públicos (desde electricidad hasta transporte público), calles abiertas y libre circulación. 

Si a las ciudades dejamos de componerlas de diversidad, y a cambio las fragmentamos en especificidades, dejamos de hacer ciudad y empezamos a habitar y desplazarnos en asentamientos urbanos para cubrir distintas necesidades. La ciudad es un derecho, y es importante no quedar exentos de responsabilidades frente a los efectos del neoliberalismo de mercantilizar los espacios que son del pueblo. ¿O sólo somos ciudadanxs de algunos espacios que nos dejan? 

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La ciudad es un espacio de encuentros y de construcción colectiva. Es un espacio de construcción de identidades, de expresión política y de participación. La ciudad dignifica. Es solidaridad y conflicto permanente, es disrupción, pluralidad de voces, intercambio y convivencia. La ciudad es, en esencia, el derecho colectivo de la comunidad. 

Las grandes corporaciones inmobiliarias nos imponen sus propias reglas de juego y nos dejan fuera de cualquier instancia de diálogo. Construyen puertas adentro, cercando toda posibilidad de intercambio e imposibilitando la confluencia de la diversidad. Se apropian de los recursos naturales y hasta de los paisajes bajo promesas de una vida tranquila y segura –por supuesto sólo para quienes pueden pagarlo, del resto de mortales que se haga cargo el estado–.  

Organización barrial en barrio 12 de Julio contra la imposición de GAMA.

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“Actualmente estamos viviendo un proceso de expansión de las ciudades sobre las áreas verdes debido a la presión y especulación inmobiliaria. Los barrios privados se asientan generalmente fuera del anillo de circunvalación con mega proyectos de urbanización en lotes lejanos, sin servicios de infraestructura y, por este motivo, de menor costo” nos explica el equipo interdisciplinario del Estudio de Arquitectura Cribado. Y esto trae aparejado no sólo problemas de infraestructura social, sino también ambientales. 

No es casual que cada vez encontremos más ríos alambrados, más barrios cerrados con arroyos internos, más zorros atropellados en la ruta o siendo casi animales domésticos, menos monte nativo, e innumerables atropellos contra la naturaleza.

La deuda ambiental que dejan los emprendimientos inmobiliarios (por llamarlos de una forma sutil) es inmensa.

“La burguesía puede programar ciertas campañas contra la contaminación, pero jamás planificará en beneficio del ambiente ni de la calidad de vida del pueblo, porque la lógica de la acumulación del capital va precisamente en contra de los ecosistemas. Existe una contradicción insalvable entre la acumulación capitalista y los ciclos ecológicos” .

Luis Vitale

Desmontar lo poquito de monte nativo que nos queda para instalar un barrio al cual sólo un grupo selecto de personas tendrá acceso es un atropello. Apropiarse de lo poquito que nos queda de agua dulce y sin contaminar para que sólo un grupo de personas de alto poder adquisitivo pueda tener acceso es otro atropello. Dinamitar las Sierras para construir una autovía para que usen algunas personas es un atropello aún mayor. 

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No sólo se promueve la destrucción del paisaje y la naturaleza en ruinas, sino que desplazamos a la fauna autóctona hasta matarla. Vivir una vida tranquila y segura, sí, pero ¿a qué costo? Es necesario entender y aprender a convivir con los ciclos de la naturaleza, velando por su regeneración y no imponiendo a la Tierra nuestras normas ”humanas” de existir. 

“Ante esta problemática es de urgencia construir una ciudad que garantice derechos en resistencia al modelo desarrollista que se destaca en la ciudad de Córdoba. Ciudades más justas son posibles si el foco está en la necesidad habitacional y no en la ganancia inmobiliaria” explican desde Cribado.

Alternativas & propuestas para ciudades integradas

Por supuesto que en este espacio no nos quedamos bajo la lupa de la crítica sin fin. Es importante el diálogo y el cuestionamiento para crear propuestas y alternativas ante las situaciones que consideramos injustas. 

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En ese sentido, el equipo de Cribado nos cuenta su punto de vista: “creemos que los estados deben dar respuesta ante está gravísima situación y regular efectivamente el surgimiento de estos proyectos de urbanización privativos”. ¿Y cómo es posible esto? Nos explican que ante esta situación podemos “conformar comisiones de trabajo interdisciplinarias con vecinxs y organizaciones sociales de diferentes áreas de la ciudad para pensar en conjunto una planificación urbana de nuestras ciudades”.

Reivindicar nuestro derecho a la ciudad es urgente 

La ciudad debiera ser “equitativa, con derechos y servicios para todxs, armónica y respetuosa con el medioambiente, pensando economías que favorezcan el cuidado de la tierra, el agua, el aire y sobre todo que no se avance más sobre el único 3% de bosque nativo que nos queda”. 

Los espacios de diálogo y construcción colectiva son importantísimos a la hora de generar transformación cultural. La reflexión, la mirada crítica y el debate genuino son semillas que germinan en pequeños cambios a la hora de habitar los espacios en los que estamos. 

La clave está en re-pensar los vínculos con nuestra Tierra, investigar y exigir información, organizarnos, luchar de manera colectiva para defender nuestros derechos y promover y participar en espacios de debate. 

Si tenés comentarios, dudas, aportes, sugerencias, ideas, lo que sea, ¡escribinos! nos encantaría leerte. Podés escribir a cualquiera de las redes de El Resaltador (Instagram, Facebook o Twitter) o enviarnos un mail a: [email protected] 

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