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Un día de perros o cruzar el umbral hacia nuestro lado salvaje

¿De qué sirven las palabras, el lenguaje y el habla cuando el viaje es hacia el rincón animal más recóndito que nos ocupa? Quizás sirvan para que nuestras historias queden resguardadas en el umbral que separa y une, al mismo tiempo, lo humano de lo animal. ¿A qué suena un texto? Eso depende de quién […]

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¿De qué sirven las palabras, el lenguaje y el habla cuando el viaje es hacia el rincón animal más recóndito que nos ocupa? Quizás sirvan para que nuestras historias queden resguardadas en el umbral que separa y une, al mismo tiempo, lo humano de lo animal.

¿A qué suena un texto? Eso depende de quién lo escriba y de quién lo lea. A mi me hubiera gustado -caprichosa y arbitrariamente- que este texto sonara como La gata bajo la lluvia pero se parece y resuena más a Dog days are over, que viene a significar algo así como ‘Los días de perro se terminaron’, los días malos se acabaron.

La melodía inicial de la canción funciona casi como un hechizo, el inicio de un ritual pagano. No queda otra opción más que creerle a Florence Welch cuando nos dice que lo malo se está terminando. El título es una respuesta al refrán popular ¡Hace un día de perros! que antiguamente se usaba para referirse a los días previos al verano cuando en las noches la estrella Sirio de la constelación del perro brillaba con más fulgor y el calor asfixiante era una promesa cierta.

Quizás las constelaciones, las estrellas, los refranes populares y algunas canciones no sean más que burdas excusas para hablarles sobre los perros y la desconfianza que me provocan. No les creo su aparente domesticidad, sospecho que en el fondo siguen siendo bestias salvajes. Probablemente la desconfianza sea todavía más irracional porque cuando era chico solía tener la misma pesadilla: después de recorrer un largo pasillo a oscuras entraba al baño y una respiración entrecortada delataba la presencia de alguien detrás de la cortina de la ducha, al correrla descubría que una perra parada sobre sus patas traseras gruñía algunas palabras y acto seguido me despertaba.

Miedo, desconfianza y respeto fundiéndose en una sola cosa. Y desde la primera vez que soñé con aquella perra la desconfianza se extendió a otros perros potencialmente peligrosos según mi instinto. Hace años que vengo huyendo con poco disimulo del peligro -real o no- de estas criaturas cuyo lado salvaje duerme una leve siesta. De huir tratan también las protagonistas de dos libros donde la civilización y lo humano se diluyen para darle paso al devenir animal, al costado salvaje y desconocido que late en nosotros y en los animales de los que nos hemos rodeado. 

Casi perra - Leila Sucari

La nueva novela de Leila Sucari trata sobre el viaje interno y externo de una mujer que tiene algo más de cincuenta años y huye de su casa al darse cuenta de que el amor entre ella y su pareja se acabó, de que ya no siente nada por él. Un bolso naranja es lo único que se lleva y se sube a un tren para que la lleve lo más lejos posible. Sentada en su butaca es cuando el presente comienza a teñirse del pasado y la semilla de un lenguaje propio germina: “...hablar no era solo ordenar palabras y escupirlas al mundo, sino crear uno nuevo, propio, lleno de significados y perforaciones.”

En un primer momento, mientras la mujer se instala con su carpa en un camping de algún pueblo dejado a la buena de dios, lo salvaje del entorno no son más que los árboles y los perros callejeros que se disputan restos de comida que dejan los visitantes. Pero a medida que transcurren los días lo salvaje se apodera del escenario donde hechos y pensamientos se intensifican, y el entendimiento de la protagonista se desdibuja.

¿De qué sirven las palabras, el lenguaje, el habla y la comunicación cuando el viaje es hacia adentro, hacia el rincón animal más recóndito que nos ocupa? Cada día que pasa la mujer pierde palabras y sufre cambios físicos. Y aunque en muchas ocasiones siente que el lenguaje ya no la representa igual se aferra al sonido que produce palabras: “Sigo hablando para no perder la conciencia. La palabra me salva. Es el hilo del que voy a tirar hasta que se quiebre.”

Cuando ella confirma que algo ha cambiado indefectiblemente en su interior, que nada puede volver a ser como antes, se traslada a otro pueblo. El sentimiento perruno que aflora estando en el camping ahora estalla y nada puede detener su avance. Mientras busca otros caminos para comunicarse y sentir, la mujer conoce a Diamela. De a ratos juntas y de a ratos separadas cruzarán definitivamente el umbral que separa lo humano de lo animal: “Ya no somos humanas (...) Y ya no somos mujeres”.

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Un poco más de ochenta páginas le bastan a la autora para retratar el viaje desandado de una protagonista que busca algo en terrenos colindantes a la locura y la reconstrucción del lenguaje. Es una novela para leer y volver a leer, para subrayar y preguntarnos qué nos interpela de aquello que estamos subrayando. 

Soy una tonta por quererte - Camila Sosa Villada

Después de la publicación de Las malas y el merecido éxito que significó para la autora, el universo literario de Camila Sosa Villada se expandió con los cuentos de su último libro: Soy una tonta por quererte. La lectura de cada cuento vale la pena, pero como el tiempo y la cantidad de palabras permitidas apremian, voy a detenerme en mi preferido: Seis tetas.

En un mundo en apariencia normal que rápidamente se volverá distópico donde las travestis tienen dinero, casas, maridos e hijos, y son toleradas, se da comienzo a una cacería contra ellas y contra quienes las hubieran tocado más de tres veces. Los medios de comunicación difaman, unos drones anónimos invitan a matarlas y ninguna autoridad se hace cargo. 

La protagonista es una escritora que debe huir junto a su marido y su hijo dejando atrás todo tipo de recuerdo o pertenencia material. En el camino, llegando a las afueras de la ciudad otras travestis apaleadas se van uniendo en una caravana clandestina a los prófugos. Con cada paso que dan hacia los montes de las sierras cordobesas van perdiendo un poco más de su humanidad: “Pronto el sol dibujó nuestras sombras alargadas sobre los pastos y ya no eran sombras humanas.”

En lo profundo de ese monte que les salvó la vida, cientos de travestis y sus familias comienzan de cero. No tardan en aflorar en el entorno lo animal y lo salvaje. Hay quien empieza a poner huevos de gallinas y a ganarse la vida con el fruto de sus entrañas, hay animales que desoyen el llamado obligatorio de la especie y se aparean con animales de especies diferentes, hay un zorro tramposo y seductor se encama con la protagonista, y en el gran devenir animal, hay una joven travesti que queda embarazada:

“Esto es como Chernóbil, es la primera vez que sucede en la tierra. Estamos ante un acontecimiento, una travesti dando a luz” escribe la protagonista para dejar asentado en los anales de l historia lo que sucedió a continuación: “Y pronto la niña da a luz a otro cachorrito luego a otro y a otro hasta que las manos se llenan de seis cachorros de perro cubiertos de mierda y una baba pegajosa como el interior de una penca.”

Y mientras tanto, entre desgracias y alegrías, la protagonista (quizás la misma Camila de Las malas que rescata a María la pájara cuando la casa de la Tía Encarna se vuelve sepulcro) escribe como puede lo que va recordando para que la historia quede aferrada al mundo por medio de palabras y se mantenga resguardada en el umbral que separa y une, al mismo tiempo, lo humano de lo animal.

Cristian Dominguez

Redactor y co-productor de contenidos para el sitio web y las demás plataformas de El Resaltador.
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