Córdoba

¿Cómo los barrios privados cambiaron la dinámica de Córdoba?

Un equipo del CONICET y de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (FFyH-UNC) indagó cómo las urbanizaciones cerradas modificaron el espacio público de la capital cordobesa. Redacción Eliana Piemonte para UNCiencia Cerramiento perimetral, cámaras de seguridad, acceso restringido, espacios recreativos, “amenities”, calles limpias y veredas con mucho verde, los countries y […]

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Un equipo del CONICET y de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (FFyH-UNC) indagó cómo las urbanizaciones cerradas modificaron el espacio público de la capital cordobesa.

Redacción Eliana Piemonte para UNCiencia

Cerramiento perimetral, cámaras de seguridad, acceso restringido, espacios recreativos, “amenities”, calles limpias y veredas con mucho verde, los countries y barrios privados responden a ideas estéticas bien definidas.

“A través de los discursos de nuestros interlocutores, notamos que la vida cotidiana en el barrio privado aparece asociada a la idea de ‘limpieza visual’: un entorno natural, minuciosamente cuidado, que se vincula a la sociabilidad barrial. Por ejemplo, la idea de criar a sus hijos e hijas en un entorno sano, sin la contaminación propia que hay afuera del barrio, es decir, en la ciudad”, comenta Lucía Page, becaria del CONICET y estudiante del Doctorado en Ciencias Antropológicas de la UNC, quien analiza las interrelaciones y vínculos sociales que se producen en el marco de un barrio privado.

Page cuenta que en los testimonios aparecían las ideas de “quedarse adentro para vivir libremente” y la percepción de la ciudad como un espacio peligroso y contaminado.

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“Una idea de seguridad que promueve la socialización dentro de un marco protegido y homogéneo. Pudimos ver que, por lo general, los elogios acerca de las ventajas de vivir en contacto con el entorno natural se alternan con la evocación de la vida en un barrio ‘como los de antes’. De este modo, la ciudad es concebida como un espacio peligroso y, ante ello, el barrio cerrado ofrece un confortable refugio”, explica.

Ruptura de lazos

La antropóloga cuenta que la dinámica de entrada y salida en el barrio privado involucra una larga lista de agentes. “Si bien las barreras físicas y los controles de acceso son elementos tangibles que refuerzan las distancias sociales, su interpretación y negociación dan lugar a dinámicas de inclusión y exclusión. Es principalmente ahí, en la entrada, donde tienen lugar complejas interacciones sociales que refuerzan y legitiman la segregación socio espacial”.

La restricción de horarios y el establecimiento explícito de cuándo y por cuánto tiempo ciertos grupos tienen permitido ingresar y permanecer, crea límites temporales que contribuyen a la construcción de fronteras simbólicas.

“En el barrio en que trabajé, la entrada está habilitada para proveedores y obreros de 8 a 10 y la salida está permitida hasta las 17, de lunes a viernes. El horario de salida de los proveedores y obreros no solo determina los límites de acceso, sino que también influye en la rutina de los residentes. Una residente me comentaba que generalmente dejan que los niños y niñas salgan a jugar después de las 5 de la tarde”, comenta Page.

La investigadora explica que cuando los empleados de construcción están en el barrio, los habitantes perciben que el lugar no es tan “seguro” para que sus hijos e hijas transiten por las calles.

Además, en este sentido, otra de las habitantes explicó que los obreros de la construcción tienen prohibido ir caminando, en su horario laboral, a las obras dentro del barrio. “Deben llegar y salir en vehículo”, afirmó.

“La limitación de acceso para ciertos grupos, como los trabajadores de construcción que, en su mayoría, representan a las clases populares, parece tener un propósito más allá de la gestión logística. La regulación y el control sobre los cuerpos, sus movimientos y la restricción de los lugares y momentos en los que pueden estar, moldea estereotipos”, dice Page.

Así, las pocas oportunidades de encuentro e interacción con otras personas, diferentes y desconocidas, generan en quienes habitan los barrios privados un sentimiento de temor y desconfianza frente a la “otredad”. “Durante este proceso de socialización, la figura del ‘otro generalizado’ tiende a simplificarse, a ser estereotipada y asociada a connotaciones negativas. La falta de vivencias compartidas con otros sectores sociales resulta en un desconocimiento del resto de la sociedad y sus miembros”, señala la antropóloga.

Siguiendo esta línea, Page comenta que el orden socio espacial que se desarrolla en el barrio intenta hacer “invisibles” a las clases populares, para asegurar a quienes habitan allí la apropiación exclusiva del espacio. Así, se garantiza una segregación selectiva entre las personas cuya pertenencia al lugar es considerada legítima -propietarios- y aquellos que ocupan posiciones subalternas.

Todo empezó en los 90

“La  emergencia de barrios privados en Argentina se dio en el marco de transformaciones estructurales desde los años 90: una reforma neoliberal que modificó de raíz el papel y las misiones del Estado en la producción del bienestar, las políticas de ajuste, la privatización y la precarización laboral que desembocaron en un gran nivel de desocupación y una distribución de ingresos inequitativa”, señala Julieta Capdevielle, investigadora de Conicet  y docente de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC.

Esta reestructuración política, económica y social generó profundas transformaciones en los modos de producción del espacio. “En un contexto de notorio aumento de las desigualdades sociales, dentro de un proceso de privatización general de la sociedad, la segregación espacial encuentra su cúspide. Esto implicó no solo nuevos usos del suelo (basados en la privatización de la seguridad), sino también modos de reproducción en las relaciones sociales caracterizados por la homogeneidad residencial y una sociabilidad del ‘entre nos’”, explica Capdevielle.

El caso de Córdoba

Capdevielle señala que la explotación, el empobrecimiento y la negación al derecho a la ciudad a un gran número de pobladores, tiene su contracara en el enriquecimiento de un número muy limitado de personas y, paralelamente, en la pérdida de espacios públicos por el avance de estos nuevos productos de consumo habitacional (barrios cerrados, countries, condominios; countries en altura, entre otros).

“Estas nuevas formas de producción del hábitat urbano han provocado además un conjunto de consecuencias negativas para la estructura urbana: aumento del costo del suelo, encarecimiento del costo de vida, congestión vehicular, saturación del tendido de infraestructura, escasez de ofertas de espacios verdes y públicos en relación con la demanda y el fin del modelo de socialización relativamente mixto o policlasista y de un estilo de vida también relativamente heterogéneo”, señala la investigadora.

Mientras tanto, para la población general cada vez es más difícil acceder a la vivienda propia, y el inquilinato pasa a ser una situación permanente.

“Estamos en un proceso de ‘inquinilización’ de la sociedad argentina, y sin acceso a la vivienda, el resto de los derechos no se pueden cumplir. Los convenios urbanísticos han ido  beneficiando a las empresas cada vez más y alejándose de las necesidades habitacionales de la población”.

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