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Todo está muy fácil, si tenés tu propio cielo

Publicado por:El Resaltador

En las redes sociales circulan mensajes que prometen la salvación individual en tiempos hostiles, salidas que dependen exclusivamente de como actuemos, sin considerar el contexto ni a quienes nos rodean. De eso y más trata esta columna.

Todo está muy fácil, si tenés tu propio cielo. Ilustración: Stefanía González

Por Matilde Bustos, politóloga

Los años ‘70 nos enfrentaron con la desestructuración del mundo tal como había sido ordenado hasta entonces. Cuento conocido, crecían a ritmos acelerados las tasas de desempleo y pobreza, se desintegraba el Estado como garante de altos grados de protección social, y el individuo debe enfrentarse a múltiples formas de vulnerabilidad y desafiliaciones. 

Como señala Robert Castel, sociólogo francés, la desafiliación supone la obligación para algunos individuos de volver a ser individuos, ante la pérdida de recursos y de soportes conquistados. Desamparados y desorientados, fuera de los colectivos protectores y desafiliados de sus antiguos ámbitos, “libres”.

Libres en nombre de libertades ya ni siquiera liberales sino inscritas en la neoliberalización. La neoliberalización, tal como la define Jaime Peck, académico inglés, supone así la mercantilización de todos los ámbitos. En este proceso de mercantilización del todo emergen retóricas voluntaristas, de autoayuda, supuestamente emancipatorias pero sumidas en el afán por la eficiencia, la organización, la productividad, y la acentuación del individualismo. 

Basta un recorrido por estos discursos, presentes hoy de manera generalizada en redes sociales diversas, para identificar su poderoso potencial, objeto de risas más que de preocupación por parte de cierto progresismo. 

¿Cómo explicar la emergencia de estos discursos? Por un lado, podríamos decir que su poder reside en el divorcio con la discusión estructural, allí donde ya ni el Mercado ni el Estado me sostienen (más bien me abandonan), el poder está en mis manos. Hay en ese slogan un poco más de optimismo, o por lo menos un poco menos de desazón, que encaminarse en la lucha contra el status quo. Por supuesto, este camino de emancipación individual permanece resguardado sólo para aquellos que gozan de ciertas libertades, amparados en soportes individuales, familiares, pero nunca colectivos. 

Por el otro, estas retoricas descansan sobre la ilusión de control, autotransformación y patologización del todo. La angustia, el insomnio, la tristeza, la guita, los ahorros, todo puede diagnosticarse, recetarse y ordenarse bajo el poder de la propia voluntad. Se puede (se cree) dominar todo. 

Estos supuestos se encuentran (aunque muchas veces más sutiles) en mandatos progresistas, que se autoproclaman como alternativa diferenciada a estas retoricas individualistas. Sin embargo, si un libro de autoayuda nos enseña a ordenar los tiempos, la plata, ¡hasta las amistades! para potenciar lo mejor de vos, el progresismo patologiza el amor, moraliza un deber ser, aléjarse del tóxico/a, como si los vínculos no fueran aquello que irrumpe, desordena, tan ingobernables como todo deseo. En uno y otro, se cuela la falsa ilusión de que el deseo se gobierna. FUA SI FREUD NOS VIERA.

LA FRAGILIDAD DEL CUERPO

En paralelo, y aclaró que esto es una libre asociación de ideas de una noche de insomnio, crece la neurosis y la ansiedad tan funcionales al productivismo, a la lógica neoliberal, a la culpa, a la autocomplacencia, etc. El neurótico, que cree que todo se puede controlar, quiere controlar también la angustia, el insomnio, los miedos, la decepción, el aburrimiento. Si no puedo dormir, tengo que meditar, esa es la receta. No importan los síntomas, importan las medicinas. Nuevamente florece la patologización.

“La vida en la tierra es bastante barata.

Por los sueños, por ejemplo, no se paga ni un céntimo.

Por las ilusiones, sólo cuando se pierden.

Por poseer un cuerpo, se paga con el cuerpo.»

Wislawa Szymborska

Crece la ansiedad, el imperativo de la urgencia y la incapacidad de esperar: urgencia por opinar, por hacer, por responder, por consumir, por resolver, por no aburrirse. Crecen las demandas y crece la autocomplacencia. ¿Y el cuerpo? El cuerpo se enferma, se rebela ante la mente sumisa y disciplinante.

El poder de los rituales, otra comunidad es posible

Emergen en las redes discursos que se ríen de las nuevas preocupaciones sobre la salud mental que afloran en pandemia, de los que reclaman espacios públicos, subestiman a quienes dicen estar agotados del teletrabajo, de los pibes que extrañan las clases, de los que sufren porque el WhatsApp suena día y noche, sin freno, sin límites, sin desconexión. 

Ante la queja, se diagnostica exageración: todos perros chiquitos del meme. Los mismos que se ríen, seguro en unos años escribirán columnas hablando de los efectos tan obviamente esperados: de la ironía al drama sin escalas, de las risas a los diagnósticos tajantes. 

Esta columna es entonces una defensa al espacio público, comunitario, de conversación, que supone un sujeto capaz de escuchar antes de sentenciar, una defensa a la filosofía busquediana del “nadie tiene tanto para decir”, aprendizaje feroz para esta era siempre incómoda con los silencios. Defensa a la incertidumbre. Incertidumbre no del trabajo, ni los ingresos, ni de las consecuencias propias de esta época de precarización, sino una defensa a la incertidumbre de ciertos vacíos imposibles de llenar, de vivir sin saber lo que se piensa o se quiere. 

“Será que ya no puedo bailar

El ritual simple y gris de un Soñador

Mi lengua dice todo el tiempo, tonteras

Que vine a vivir… con mi muerte también

La Gran lady existe para que

Vos no me asfixies, amor”

Indio Solari

La alienación posmoderna, parece inscribirse en este marco individualista, voluntarista, signado por las urgencias y las certezas, asfixiante y veloz. Ante ello, es fundamental proteger lo comunitario, los aprendizajes tejidos a partir de la convivencia con otros y otras, no hechos ni a la medida, ni a los tiempos propios, no marcados por las mismas trayectorias, derechos y privilegios. 

Comunidad siempre parcial, nunca totalitaria, plagada por una heterogeneidad de singularidades. Singularidad no pensada desde la subjetividad neoliberal, voluntarista, siempre optimista, siempre disponible, sino aquella que defiende el derecho a la intimidad.  Frente a un mundo que todo lo demanda, lo publica, y lo desecha: defensa al ausentismo, tan difícilmente defendible en tiempos de virtualidad y teletrabajo. 

La comunidad posible, emerge lejos de la hiperconectividad, de las demandas asfixiantes, de la constante violación a la intimidad. Lejos del miedo de quedarse afuera como si quedarse fuera no sea todo ese círculo de enajenación montado en la era digital. Hipercomunicación plagada de faltas de conversaciones. 

Me gusta mucho como aflora la defensa a los rituales, de cualquier tipo, como oposición a lo productivo, individualizante, al tiempo optimizado. Rituales en las canchas (que extrañamos tanto), rituales de homenaje, rituales en torno a la música (no volvieron los recitales masivos, pero los rituales persisten). La ritualidad y el espacio público como cura contra la alienación posmoderna. 

Nuevas formas de alienación, el Estado de competencia 

A las ya tradicionales formas de alienación, explotación, precarización, trabajo forzado, no reconocimiento de las tareas de cuidado, las nuevas formas de trabajo suponen también nuevas formas de alienación. Se desdibujan los límites entre lo privado y lo público, se desestructuran las jornadas, se demanda más de un trabajo, más de un ingreso, más de una plataforma, más de un aparato, más de una competencia, más de un título, etc. En paralelo, se imponen nuevas formas de autoexplotación. 

“En un ambiente dominado por la competencia constante y la inseguridad, 

no es posible confiar en los otros ni proyectar un futuro a largo plazo. 

Naturalmente, estos dos problemas se alimentan mutuamente, 

en uno de los muchos espirales viciosos 

que la cultura neoliberal se ha especializado en crear.” 

Mark Fisher

En el mundo subjetivo, y en el mundo laboral de hoy (acá me cuelgan un par) lo revolucionario es defender el derecho al ausentismo, a la intimidad, y, su contraparte, el derecho a la comunidad. Ambos mundos implican contratos (implícitos y explícitos) y suponen también, como dice el psicoanalista argentino Lutereau, que se puede cumplir con las obligaciones sin ser obediente, se puede asumir responsabilidades sin ser sumiso/a, se puede vivir con otros y otras sin asfixiarse.

Romper con la fantasía de que se puede (y debe) estar siempre disponibles para el otro/a, que es una manera de no estar, que es una manera de no estar en comunidad. Eso que llaman amor, responsabilidad, etc. es alienación no paga, o por lo menos mal paga.

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