Resaltadas

Ojo por ojo

Dos mujeres que aman leer y escribir tratan de surfear la penumbra mientras sus vidas -tan ficticias como reales- son sometidas al escrutinio y la crueldad de la medicina, la sociedad y de sus propias familias. Por Cristian Montú Cuando descubrió que era imposible escapar a los designios del destino, Edipo, rey de Tebas, se […]

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Dos mujeres que aman leer y escribir tratan de surfear la penumbra mientras sus vidas -tan ficticias como reales- son sometidas al escrutinio y la crueldad de la medicina, la sociedad y de sus propias familias.

Collage: @moe.collage

Por Cristian Montú

Cuando descubrió que era imposible escapar a los designios del destino, Edipo, rey de Tebas, se desgarró los ojos con unos broches que sacó de las ropas que vestían el cadáver de Yocasta, su madre y esposa que acababa de suicidarse: “...y entonces se hirió los ojos, diciendo que así no vería más los sufrimientos que padecía ni los crímenes que había cometido (...) La sangre teñía sus pupilas, y como negra lluvia y rojo granizo, se derramaba sobre su barba.”

Edipo elige voluntariamente arrancarse de su cuerpo el sentido de la vista con tal de mitigar el dolor que lo aflige. Si no lo ve, quizás sufra menos y la realidad no duela tanto. La profecía bajo la cual nació se ha cumplido: mató a su padre y se casó con su madre. Una oscuridad autoinfligida hasta el fin de los días es el castigo al que se somete. 

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En la elección, desesperada o no, que hace Edipo sobre sus ojos hay una especie de saber fatal que sobrevive hasta nuestros días: la extrema fragilidad que envuelve a los ojos. Son muchos los caminos que conducen al dolor y la ceguera. Basta que un gobierno represor decida atacar a sus ciudadanos directamente a los ojos, como sucedió en Chile antes y en Jujuy hace poco. También alcanza con que nuestros cuerpos traspasen ese umbral de fragilidad que lentamente se interna es la espesura de la noche.

Habitar el cuerpo

“Nací con un lunar blanco, o lo que otros llaman una mancha de nacimiento, sobre la córnea de mi ojo derecho (...)  La obstrucción de la pupila favoreció el desarrollo paulatino de una catarata…” comienza contándole al lector la protagonista de El cuerpo en que nací (Editorial Anagrama, 2020) de la autora mexicana Guadalupe Nettel.

La perfección del cuerpo humano es solo una definición teórica, un montón de palabras que no le dicen mucho a la protagonista que le habla a su terapeuta mientras repasa las desavenencias de habitar un cuerpo con desperfectos, y los inconvenientes de crecer en el seno de una familia llena de secretos y obsesiones con el físico.  

El cuerpo en que nací - Fuente: Foto de archivo

Esta novela es un retrato profundo y personal que bucea en los límites de la realidad y la ficción. Una niña que luego será adolescente para convertirse finalmente en una mujer que se refugia en la lectura y la escritura a pesar de la deficiencia de su ojo derecho, ese mismo que la volvió blanco de comentarios y señalamientos durante la infancia. “El libro me comprendía como nadie en el mundo” le confiesa a una terapeuta detrás de la cual se ocultan los lectores.

La única solución que le ofrecen los médicos a la protagonista y a sus padres es la espera, el paso del tiempo, esperar a que termine de crecer y desarrollarse. Una hipotética cirugía futura es el faro al que aferrarse mientras se suceden divorcios, ausencias difíciles de justificar, rebeliones contra los padres y cualquiera que intente asumir como autoridad suprema, hipocondrías y dudas reales sobre la efectividad de los tratamientos médicos.

Sangre

En medio de una fiesta en el departamento de unos amigos (en algún recóndito punto de Neva York) Lina busca su jeringa para inyectarse la insulina, pero un mal movimiento le provoca un estallido en el ojo: “...no era fuego lo que veía sino sangre derramándose dentro de mi ojo. La sangre más estremecedoramente bella que he visto nunca.” Mientras la sangre corre e inunda, el mundo de Lina queda a oscuras.

Sangre en el ojo (Eterna Cadencia Editora, 2012) de Lina Meruane, autora chilena, es también la historia de una escritora y lectora voraz que desde chica acarrea sobre sus hombros la posibilidad certera de perder la visión, y cuando efectivamente sucede, la vida en pareja y las relaciones con la familia se desbandan como un auto sin frenos.

Sangre en el ojo - Fuente:  Foto de archivo

Lina regresa a su casa natal en Chile y el asedio constante y los reproches -explícitos o solapados- de sus padres se desatan: si se va a quedar para siempre ahora que está casi ciega, si se va a operar con algún médico chileno, si en verdad se va a quedar ciega del todo. “Sin saberlo ellos conspiraban contra mi escasa paz interior, contra mi imperiosa necesidad de estar un poco sola con mis miedos y mi enorme ingratitud.” Pero lo único que puede hacer Lina es evadir las preguntas y evitar las llamadas de su novio Ignacio.

La novela funciona al mismo tiempo como un pantallazo crudo de la burocracia por sobre la salud y el dolor humano. Una guerra que no da tregua y que libra batallas de manera constante. 

En la trama se entretejen los pormenores de una ceguera anunciada y los restos de ese animal que nace cuando se aparean la realidad y la ficción. Y sin embargo lo importante no es preguntarse cuánto es real y cuánto no de lo que se cuenta, lo importante es dejarse atrapar por el rumor inquietante que se insinúa en un momento dado, esa salvación utópicamente posible para la protagonista que nadie se atreve a decir en voz alta: “Y empecé a preguntarme cómo serían después mis ojos, si los llevaría todavía puestos cuando abandonara la sala de operaciones.”

Fecha de vencimiento

Pienso en las protagonistas de las novelas, en esas dos mujeres que aman leer y escribir, en sus vidas tan ficticias como reales sometidas al escrutinio y la crueldad de los sistemas de salud, en esos ojos enfermos viviendo en penumbras y en esos versos de Idea Vilariño que replican como una sentencia divina de la cual no se puede escapar: Ojos / sos todo ojos / que se van a morir / se están muriendo.

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