Los archivos son tesoros que resguardan la memoria sobre lo acontecido. El trabajo de estudio, investigación y, sobre todo, exposición de estas memorias, sirve para conocer la historia de los lugares donde vivimos, las comunidades que se formaron y cómo se desarrollaron hasta el día de hoy.
Cada 9 de junio se celebra el Día Internacional de los Archivos, desde su instauración en 1948, cuando el Consejo Internacional de Archivos se estableció bajo los auspicios de la UNESCO.
«Los archivos custodian decisiones, actuaciones y memoria. Conservan un patrimonio único e irremplazable que se transmite de generación en generación. Los documentos son gestionados en los archivos desde su origen para preservar su valor y su significado, estas son fuentes fiables de información que garantizan la seguridad y la transparencia de las actuaciones administrativas. Juegan un papel esencial en el desarrollo de la sociedad contribuyendo a la constitución y salvaguarda de la memoria individual y colectiva. El libre acceso a los archivos enriquece nuestro conocimiento de la sociedad, promueve la democracia, protege los derechos de los ciudadanos y mejora la calidad de vida.»
Esto reza la declaración Universal sobre los Archivos, aprobada en la Asamblea General del Consejo Internacional de Archivos, Oslo, septiembre de 2010.
Mas allá de la historia que envuelve el día propiamente dicho, volvemos un poco y nos preguntamos, ¿Qué es un archivo? Es un contenedor de información. Los documentos de archivo son instrumentos creados por personas individuales u organizaciones; son muy variados y pueden ser escritos, fotográficos, gráficos, sonoros, digitales, analógicos, etc.
Dependiendo de quien los produce los archivos pueden ser institucionales, personales o colectivos. Según su soporte pueden ser físicos o digitales. También, según su contenido pueden ser literarios, como una biblioteca; institucionales, como la papelería de una municipalidad; también pueden ser personales, como por ejemplo toda la documentación que guardamos con cariño a través de los años.
El patrimonio documental es el resguardo de archivos y documentos que genera el estado en sus distintos ámbitos, y según la UNESCO “refleja la diversidad de los idiomas, los pueblos y las culturas. Es el espejo del mundo y de su memoria”, por lo que resulta de suma importancia su preservación en el tiempo.
El valor de los archivos para la historia de los pueblos implica el conocimiento de nuestra sociedad, los eventos que acontecieron en su desarrollo, las revoluciones que la identifican y el constante contrapeso con el sometimiento al poder que ejercen las instituciones.
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Los archivos no son en sí piezas objetivas, pues se produjeron y producen en el marco de contextos y discursos socioeconómicos, por tanto deben ser cuestionados e interpretados de la misma manera.
Si nos centramos en el poder de una imagen nos lleva a pensar en las múltiples perspectivas y selección de discursos. En las fotografías de las marchas del Cordobazo, por ejemplo, se recortó deliberadamente a las mujeres que se manifestaban conjuntamente con Agustín Tosco. Suprimir del registro su participación implica perpetuar en los relatos una historia incompleta.
Por esto es importante la apertura y la incorporación de relatos en torno a discursos que pretenden ser representativos de la realidad. En nuestro país los registros que hicieron las fuerzas del estado en los años de la ultima dictadura militar, y que han logrado sobrevivir pese a sus intentos de eliminarlo, lograron dar justicia a una sociedad desmembrada por el terrorismo de estado. Ya sean escritos, o fotográficos, también han permitido conocer la manera en que operaban los genocidas.
Hay que reconocerlo, todos somos archivistas. Y ahí, yace también una contrariedad fundamental entre lo que está legitimado como un archivo, con todo su peso histórico, y lo que conforma un archivo subjetivo que refleja también la historia.
Antes los archivos físicos e institucionales eran los únicos soportes de memoria que resguardaban la historia, por tanto había una mirada sesgada.
Gracias al desarrollo de la tecnologías e internet, el gusto por el estudio de los archivos ha dejado de ser una disciplina ligada exclusivamente a éstos ámbitos para rozarse abiertamente con la comunidad, generando un entramado de personas que se encuentran y comparten material a través de las redes sociales, democratizando los archivos y legitimando su procedencia de forma conjunta.
Por Florencia Forchino y Guadalupe Fernández.