Luego del furor por Taylor Swift en Argentina, a partir de su gira que llega al país, se hace posible el análisis de las relaciones entre arte y política.
Por Ignacio Muruaga
La política a veces es como ese amigo que llega tarde a las conversaciones y pasa vergüenza intentando hacer de cuenta que sabe de qué hablan los demás. Después del anuncio de los recitales de Taylor Swift hubo algunos dirigentes que hicieron comentarios simpáticos al respecto o que hasta grabaron TikToks intentando subirse al furor swiftie. Cringe es la palabra que usaría cualquier centennial o millennial para describirlos.
Tengo una obsesión algo insana con Taylor Swift hace al menos cinco años. La descubrí ya de grande en el medio del lanzamiento de su álbum Lover. Si tuviera que hablar sobre la cuestión musical podría escribir tratados enteros, pero podría resumir toda mi opinión al respecto con un par de palabras: como artista musical, Taylor es una gran escritora.
Pero mi fascinación con la cantante rubia va más allá de lo musical, desde el primer momento estoy también alucinado con el manejo de su comunicación, que es probablemente la más profesional del mundo, superior a la de políticos, empresas y el resto del mundo artístico.
Desde muy chica, Taylor entendió que su reputación era su activo más potente, y dedicó a su construcción y gestión la misma creatividad y estrategia que usa para escribir sus canciones. Es una frase habitual en el mundo de la consultoría decir que la reputación tarda años en ser construida y puede ser destruida en un solo segundo.
Taylor lleva años construyendo su reputación. Un proceso que la ha llevado a ser la artista musical más exitosa del siglo. La frase no es una exageración producida por el fanatismo sino una declaración profundamente respaldada por datos: ella domina las reproducciones de todas las plataformas de streaming musical a nivel global, sus discos son los más vendidos en los ranking de todos los países (incluida Argentina, donde ahora mismo ocupa los 10 puestos del top 10) y la nueva gira en la que se encuentra embarcada va camino a ser la más exitosa de la historia. Me gusta decir que Taylor es como Messi: sus números son tan ridículamente grandes que solo compite con ella misma.
Desde que se desató el furor por ella en Argentina hay un pensamiento que vuelve a mi constantemente: qué interesante sería si en vez de intentar cooptar el fenómeno swiftie la política se pusiera a estudiarlo. Cualquier dirigente promedio mataría por tener un fragmento de la popularidad global que tiene Taylor. Quizás la clave para lograr algo así sea dejar los TikToks un ratito e intentar aprender.
No tenerle miedo al silencio.
Creo que en el actual estado de hipermediación en el que se encuentran las sociedades el silencio dejó de ser una cosa muy apreciada. La política vive gritando y demandando espacios de exposición. Es algo con lo que tengo que lidiar incluso en mi trabajo, más de una vez he estado en campañas en las que se le aconseja a un cliente evitar las apariciones públicas solo para ver que 10 minutos después ya está pactando alguna nota intrascendente.
Cuándo deja de hablar la política siente que desperdicia oportunidades o que le está regalando la centralidad a alguien más. Y aunque a veces eso puede ser cierto, en la mayor parte de las oportunidades un buen periodo de silencio ayuda a oxigenar imágenes públicas.
“Yo te di los silencios que solo vienen cuando dos personas se conocen muy bien” dice Taylor en su canción Peace. La letra es hermosa y sintetiza a la perfección cuál es el valor del silencio en las relaciones humanas. Y Taylor es una maestra en la administración del silencio.
Antes de lanzar su álbum Reputation, ella estuvo casi dos años fuera del ojo público. Fue un periodo de oxigenación necesario luego de varios escándalos e intentos de cancelación que algunos en la farándula estadounidense promovieron en su contra. Al retomar sus apariciones luego de ese tiempo todos los episodios negativos quedaron diluidos y ella fue capaz de retomar el control de los mismos en su propia narrativa.
Gestión de crisis.
Cuando llegan a determinada escala las figuras públicas se vuelven extremadamente propensas a sufrir episodios de crisis o escándalos. Y un solo periodo de crisis es suficiente para destruir años de trabajo y construcción de imagen.
La política y las crisis tienen una relación tremendamente tóxica. Hasta el día de hoy hay dirigentes de primer nivel que repiten como loros el lugar más insoportablemente común de esta materia: que las crisis son oportunidades. No lo son, una crisis mal administrada es solamente un pozo.
Taylor ha tenido una infinidad de episodios de crisis desde que saltó a la fama. Muchas de ellas tuvieron un impacto profundo en su narrativa personal y estuvieron al borde de dejarla sin nada.
Una en particular me parece interesante mencionar, es a la vez un episodio de crisis y de disputa de poder fascinante. En 2019 Taylor pierde los derechos de propiedad de sus seis primeros álbumes gracias a una traición de su primera discográfica.
Cuando la política enfrenta episodios de crisis tiende a caer rápidamente en la sobreactuación y la demostración de fuerza. Hay una creencia tremendamente tóxica de que mostrar vulnerabilidad es igual a debilidad y muchas veces es todo lo contrario. Animarse a ser vulnerables frente al ojo público requiere grandes niveles de valentía.
“Ya no sé qué más puedo hacer” fue el título del comunicado con el que Taylor le contó a sus fans que acababa de perder los derechos de toda su obra artística. Podría haber elegido hacer una declaración de guerra y en vez de eso decidió mostrar el costado más humano del problema, desnudando la hipocresía de una industria que no valora a los músicos y solo piensa en términos de ganancias.
Hay otro lugar común sobre las crisis que probablemente si tiene algo de mérito, eso de “salir de las crisis por arriba”, un llamado a la creatividad y la osadía. Dos cosas que normalmente escasean en política.
Luego de un par de años de escarceos legales, Taylor abandona la batalla por sus viejos álbumes y apuesta por una estrategía insólita: regrabar todos sus discos incluyendo canciones inéditas en los mismos. La cuestión era sencilla: si no podía ser dueña de sus viejos masters entonces haría masters nuevos y ya. Así nació la etiqueta “Taylors Version” que puso en las nuevas grabaciones.
Lleva hasta ahora dos regrabaciones lanzadas que fueron un éxito en todo el mundo. Y las versiones viejas se desplomaron por completo, ya casi no generan ventas ni reproducciones. Taylor le ganó a quienes le robaron su obra a pura fuerza de creatividad.
Te puede interesar: El Congreso del futuro y los consensos imposibles
La construcción de mundos propios.
En Twitter es sabido que hay dos fandoms con los que no es buena idea meterse: kpoppers y swifties. Taylor construyó un ejército propio de fans que sería la envidia de cualquier dirigente político.
Y lo hizo entendiendo que la clave está en las narraciones y en el lenguaje compartido. Desde etapas muy tempranas en su carrera empezó a dejar pequeños mensajes ocultos y símbolos identitarios en sus videos, canciones y mensajes de redes sociales. Pequeñas migajas que sus fans más acérrimos pueden seguir para develar la fecha de lanzamiento de algún nuevo álbum o las fechas de sus tours.
“Gamificación” es el término con el que se conoce a estas prácticas. La idea de transformar todo en un juego. Ser fan de Taylor es ver sus videos en cámara lenta buscando alguna señal o mensaje oculto.
La política no le presta atención a los detalles. Está tan embarcada en hacer sus cinco TikToks diarios y en subir sus posteos de reuniones intrascendentes que ya no se ocupa de pensar en cómo las audiencias perciben esos mensajes. No juega ni interactúa con ellas. Todo es unidireccional.
Volver a interactuar genuinamente con la gente. Volver a escucharlos e intentar que sean parte de los procesos y no meros testigos condenados a la pasividad.
“Tuve los mejores años de mi vida luchando contra los dragones con ustedes” dice Taylor en Long Live, la canción que le dedicó a sus fans. La construcción de una narrativa épica y colectiva. Es más que música; es una aventura de las que solo se encuentra en las mejores historias. La mayor aventura de nuestras vidas.
Volver a enamorar a la gente con aventuras que valgan la pena. Esa es quizás la lección más valiosa que la política puede aprender de Taylor Swift.