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Primavera, adolescencia y cuentos de terror sobre estudiantes

Llega septiembre y llegan también la primavera, el día del maestro y del estudiante… En momentos de flashbacks nada placenteros vienen a mi mente recuerdos de mi paso por el secundario, la tortuosa y cruel convivencia con otros adolescentes, los escenarios posibles donde podía imaginar cómo sería tomar venganza. Por Cristian Montú. Columna publicada originalmente […]

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Llega septiembre y llegan también la primavera, el día del maestro y del estudiante… En momentos de flashbacks nada placenteros vienen a mi mente recuerdos de mi paso por el secundario, la tortuosa y cruel convivencia con otros adolescentes, los escenarios posibles donde podía imaginar cómo sería tomar venganza.

Ilustración: Agustina Bortolon.

Por Cristian Montú. Columna publicada originalmente en 2022.

En mi caso, la primavera es sinónimo de padecimiento. Los días oscilan entre el frío polar de las primeras horas del amanecer y el calor sofocante de la tarde, momento en el que suelo estar dentro de un aula dándole clase a veinte adolescentes sudorosos y hormonales. El comienzo de la primavera se festeja ya que coincide con el día del estudiante y todo se resume en picnics, que podrían haber sido un mail, y viento, tierra y arena por doquier.

Como dijo la escritora Hebe Uhart en alguna entrevista: “Hay edades peores. Para mí la adolescencia fue peor que esta edad de ahora. El adolescente es un ser que se inventa todo, yo me inventaba todo. Yo quería ser original y me ponía el vestido al revés y entonces mi mamá me decía por qué te ponés los bolsillos atrás y yo nada, ni una respuesta.” 

Hebe Uhart - Fuente: www.suburbano.net 

¿Hace falta aclarar que suscribo en cuerpo y alma a sus palabras?

Si tuviera que precisar cómo se sobrevive a la escuela secundaria y a quienes la habitan, simplemente les diría que no sé con exactitud qué responder, pero sí recuerdo lo representado que me sentí al ver por primera vez la remake de Carrie (2002), adaptación de la novela de Stephen King que muestra el calvario de una adolescente con una madre ultra religiosa y unos compañeros de colegio que podrían catalogarse lisa y llanamente como soretes.

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Carrie es hostigada y humillada constantemente, en el medio de su padecimiento descubre que puede dominar cosas a través de la telekinesis; llegado el momento del baile de graduación todos se burlan de ella y básicamente los termina asesinando en masa al incendiar la escuela.

Angela Bettis en Carrie (2002) - Fuente: www.imdb.com

Fin de curso

Si de padecimientos adolescentes hablamos, los cuentos de Mariana Enríquez son el mejor ejemplo del derrotero que significa transitar por esta edad. En Fin de curso la protagonista nos relata como de un día para otro Marcela, una compañera de rostro y personalidad olvidable, tiene un episodio en plena clase “Mientras la profesora explicaba la batalla de Caseros, Marcela se arrancó las uñas de la mano izquierda”.

Marcela falta durante algún tiempo y cuando regresa al aula la rodea una especie de fama incipiente, sus compañeros y compañeras la admiran desde el morbo que la miseria y el sufrimiento ajeno provocan. Sin embargo a la pobre chica no le interesa hacerse de nuevas amigas, sigue sentada en su banco mientras sus padres aseguran que se encuentra en proceso de recuperación.

La paz no dura mucho, al poco tiempo Marcela recae… “La encontramos en el baño otra vez (...) Gritaba y lloraba como en un berrinche infantil. La venda se le había caído y pudimos ver los puntos de la herida. Señalaba uno de los inodoros y gritaba «andate dejame andate basta». Había algo en el ambiente…”

Alguien parece querer apoderarse del cuerpo y el alma de Marcela.

Las cosas que perdimos en el fuego - Fuente: Anagrama.

Flores

La antología noventosa “Cuentos argentinos: Antología para gente joven” inicia con una de las historias más leídas del escritor Jorge Accame en las escuelas secundarias. En la Escuela Normal, cierto día un profesor de literatura toma una evaluación y, al momento de devolverlas corregidas, sobra una. El episodio se repite por varios meses y nadie se hace cargo, parece que no le perteneciera a nadie.

Durante uno de los recreos, una preceptora cuenta su versión de los hechos: “Había hace tiempo, en segundo A, un chico Flores que nunca aprobó Castellano (...) Una tarde, cuando venía hacia aquí a rendir examen por quinta o sexta vez, lo atropelló una camioneta y murió. Fue la única materia que quedó debiendo para siempre.”

“Cuentos argentinos: Antología para gente joven” - Fuente: www.mercadolibre.com

La historia que escucha el profesor materializa lo que alguna vez fue mi gran temor de estudiante nerd: morir antes de terminar el secundario (o sea, sin aprobar todas y cada una de las materias. Sí, incluso educación física); también lo pone ante una disyuntiva que deberá solucionar por sí solo ya que ni el diseño curricular ni el deficiente sistema educativo ofrecen respuesta ante alumnos que buscan eximirse desde el más allá. 

La cuestión es ver si el profesor logra librarse de Flores.

Por siempre adolescente

La literatura fue mi gran aliada durante muchos años donde no solamente debía lidiar conmigo mismo sino también con la mirada ajena de otros adolescentes que quizás estaban en la misma (o incluso peor). Historias como las de Marcela y Flores son el aliciente para la oscuridad almacenada a lo largo de los ciclos lectivos.

Paradójicamente, y no tanto, sigo dentro de la escuela secundaria: hoy desde el otro lado del escritorio. Sin embargo, entre clase y clase, hay veces que no puedo evitar preguntarme  ¿Algún día vendrá ese alguien que acosaba a Marcela y me ordene hacer lo que no quiero?

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