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La sangre para ellos son medallas

Al cumplirse 50 años del golpe de Estado sobre Salvador Allende, el último presidente socialista del país trasandino, en Chile -a pesar de la vieja y nueva represión- persiste en las calles el espíritu latinoamericanista de Víctor Jara, de quien hacemos propio sus últimos disparos de tinta, impregnados para siempre en la historia de Abya […]

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Al cumplirse 50 años del golpe de Estado sobre Salvador Allende, el último presidente socialista del país trasandino, en Chile -a pesar de la vieja y nueva represión- persiste en las calles el espíritu latinoamericanista de Víctor Jara, de quien hacemos propio sus últimos disparos de tinta, impregnados para siempre en la historia de Abya Yala. 

A 50 años del golpe de Estado sobre Salvador Allende, el último presidente socialista de Chile, decidimos honrar y recordar la historia del último esbozo de libertad de Víctor Jara, uno de los artistas más históricos del país hermano, secuestrado y asesinado vilmente apenas medio siglo atrás por militares que recién ahora han sido juzgados por su homicidio.

“!Qué espanto causa el rostro del fascismo!” escribía a escondidas un Jara en la previa de su muerte. En tan solo el pasar de amaneceres y lunas, como un fantasma que sorprende en el medio de la noche, los militares fascistas encabezados por Pinochet, tomaban el derecho a vivir en paz de miles de chilenos y chilenas que veían catapultar la primavera que de Allende había brotado. 

Marea sin latido

El día en el que Allende se quitaba la vida mientras las bombas de los aviones de guerra británicos caían sobre el Palacio de la Moneda, Jara se refugiaba junto a más de quinientas personas de la comunidad universitaria en la Escuela de Artes y Oficios de la Universidad Técnica del Estado (UTE). Allí, cantó por última vez ante cientos de conciudadanos, intentando levantar el ánimo ante caras pálidas y temerosas que resistían formando un abrazo humano en pleno corazón de un oscuro Santiago. 

Al día siguiente, un cañonazo despertaria a los ahora refugiados. Sería el comienzo del fin para muchos. El destino de la gran parte de alumnos, no docentes, y profesores, sería el Estadio Chile (hoy estadio Vìctor Jara), convertido en uno de los más grandes campos de concentración y exterminio de la dictadura encabezada por el genocida Augusto Pinochet.

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Durante los siguientes cuatro días, Jara sufriría torturas especiales tras ser reconocido por los altos mandos militares. Le fracturarían las manos a culatazos, lo mantendrían aislado y sin alimentos, le cortarían la lengua y finalmente lo fusilarían mediante 44 balazos.

Sin embargo, antes de ello, la tarde del jueves 13 de septiembre, -según relata Boris Navia Pérez, sobreviviente de la masacre de Estadio Chile y Jefe del Departamento del Personal de la UTE- llega un gran contingente de presos que logra distraer la atenciòn de la custodia de Jara, quien yacía malherido en el piso de un pasillo del Estadio. Algunos prisioneros se acercan, le dan agua y un huevo crudo para que nutriera mínimamente su cuerpo. Jara pasaría el viernes y el sábado con sus colegas en un lamentable estado de salud.

El día 15 de septiembre, el rumor de que algunos saldrán en libertad corre como chisme en el barrio; la esperanza es tal que todos comienzan a escribirles a sus familiares para avisarles que están vivos. En ese momento, Víctor le pide a Navia un lápiz y un papel, a lo que este responde acercándole una libreta. "Y escribe, escribe, con el apremio del presentimiento. De improviso, dos soldados lo toman y lo arrastran violentamente hasta un sector alto del Estadio", narra Boris años después. Jara con un lápiz era más poderoso que un ejército de guerrilleros. Esa sería la última vez que sus compañeros y compañeras lo verían con vida.

“Esa misma noche, ya en el Nacional, lleno de prisioneros, al buscar una hoja para escribir, me encontré en mi libreta, no con una carta, sino con los últimos versos de Víctor, que escribió unas horas antes de morir y que él mismo tituló ‘Estadio Chile’, conteniendo todo el horror y el espanto de aquellas horas. Inmediatamente acordamos guardar este poema. Un zapatero abrió la suela de mi zapato y allí escondimos las dos hojas del poema”, relata el abogado. 

El último poema de Jara en las suelas del zapato de un abogado. Navia y sus colegas deciden hacer dos copias más, debían asegurarse que las últimas letras del cantautor salieran del estadio como pájaro que logra la libertad después del cautiverio. Sí Jara moría esa noche, su último grito debía expandirse, burlarse de las fronteras, liberar más almas reprimidas, cantar derechos y construir amores, como había acostumbrado a hacer cuando su voz y su guitarra se enlazaban en las calles chilenas.

Sin embargo, tal como rezan sus últimas estrofas, “el silencio y el grito son las metas de este canto”. El silencio parecía querer adueñarse del destino: una de las copias es encontrada en una de las personas a obtener la libertad, a la que Navia le había confiado el escrito. Luego de ser torturado, señala a éste último como responsable, quien también es torturado y privado de retener el escrito de puño y letra de Víctor.

“Yo sabía que cada minuto que soportara las flagelaciones en mi cuerpo, era el tiempo necesario para que el poema de Víctor atravesara las barreras del fascismo. Y con orgullo debo decir que los torturadores no lograron lo que querían. Y una de las copias atravesó las alambradas y voló a la libertad”.

“Somos cinco mil aquí.
En esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos somos en total en las ciudades y en todo el país?
Somos aquí diez mil manos que siembran y hacen andar las fábricas.

¡Cuánta humanidad con hambre, frío, pánico, dolor, presión moral, terror y locura!
Seis de los nuestros se perdieron en el espacio de las estrellas. Un muerto, un golpeado como jamás creí se podría golpear a un ser humano.
Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores, uno saltando al vacío, otro golpeándose la cabeza contra el muro, pero todos con la mirada fija de la muerte.

¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es acto de heroísmo.

¿Es éste el mundo que creaste, Dios mío?
¿Para esto tus siete días de asombro y trabajo?

En estas cuatro murallas sólo existe un número que no progresa.
Que lentamente querrá la muerte.

Pero de pronto me golpea la consciencia
y veo esta marea sin latido
y veo el pulso de las máquinas
y los militares mostrando su rostro de matrona lleno de dulzura.

¿Y México, Cuba, y el mundo?
¡Qué griten esta ignominia!

Somos diez mil manos que no producen.
¿Cuántos somos en toda la patria?

La sangre del Compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente.

Canto, qué mal me sales
cuando tengo que cantar espanto.
Espanto como el que vivo, como el que muero, espanto.
De verme entre tantos y tantos momentos del infinito
en que el silencio y el grito son las metas de este canto.

Lo que nunca vi, lo que he sentido y lo que siento hará brotar el momento...

Víctor Jara, "Estadio Chile".

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