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Escribir es seguir un impulso

Escribir es seguir un impulso, caer ante la tentación de un demonio desconocido, entrar en un camino muchas veces sin salida… ¿Cuántos escritores y escritoras permanecen ocultos en las sombras de la literatura cordobesa? Breve recorrido sobre algunos de ellos. Por Cristian Montú Escribir es seguir un impulso, y si ese impulso no fluye hacia […]

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Escribir es seguir un impulso, caer ante la tentación de un demonio desconocido, entrar en un camino muchas veces sin salida… ¿Cuántos escritores y escritoras permanecen ocultos en las sombras de la literatura cordobesa? Breve recorrido sobre algunos de ellos.

"La Profezia" de Ilaria Del Monte - Fuente: PUNTO SULL'ARTE

Por Cristian Montú

Escribir es seguir un impulso, y si ese impulso no fluye hacia ningún lugar y queda flotando en el aire, lo mejor es abandonarlo por algún tiempo o para siempre. Este es uno de los consejos de escritura que solía dar Hebe Uhart a quienes asistían a sus talleres literarios. El libro que recoge las clases (y consejos) de Hebe pertenece a la periodista Liliana Villanueva y lleva por título Las clases de Hebe Uhart (Blatt & Ríos, 2015). Y es el punto de partida perfecto para quienes desean emprender el camino de la escritura.

La figura de Hebe y sus consejos vienen a colación en medio de una efeméride: cada 13 de junio se conmemora en nuestro país el día del escritor y la escritora. La fecha fue instaurada por la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) en homenaje a quien fuera uno de sus fundadores y presidentes: Leopoldo Lugones. 

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A pesar de los años que ya transcurrieron desde su suicidio en 1938, el nombre de Lugones y sus descendientes sigue enredado en los dobleces de la polémica y la controversia de la historia nacional. A Leopoldo, que fue poeta-narrador-bibliotecario-pedagogo-ensayista-etc, se lo recuerda por haber comenzado escribiendo textos fervorosamente anarquistas, luego abrazar ideas demócratas y finalmente, por sostener la mano del fascismo.

La serie documental Juntapapeles que fue emitida por Canal Encuentro explora las conexiones íntimas entre el devenir histórico, político y literario del país con los integrantes de la familia Lugones. Atrás de los vaivenes ideológicos del autor se erige la figura de su hijo Polo Lugones, miembro de la policía secreta durante la dictadura de Uriburu y conocido por introducir el uso de la picana eléctrica para torturar detenidos. 

Los Lugones -cada uno en su medida- fueron alimentando un monstruo violento que terminaría por volverse contra su propia familia. En 1977 es detenida y desaparecida Pirí Lugones; editora, traductora, militante política, personaje indiscutido dentro del campo intelectual de aquellos años e hija de Polo. 

Promesas incumplidas

Al morir, Leopoldo pidió una cosa que por supuesto no se cumplió jamás: que no le pusieran su nombre a ningún lugar público. Basta con mirar a nuestro alrededor para saber que una de sus últimas voluntades no se respetó. Tabita, bisnieta de Leopoldo e hija de Pirí, mientras va juntando papeles que le permitan seguir ampliando el gran rompecabezas que conformaron los Lugones reconoce que se exilió de su propia familia y de la carga que conllevaba ser uno de ellos.

Sin embargo, creo que no hay historia familiar lo suficientemente pesada que sea capaz de derribar el lugar que supo construir el autor en la literatura argentina. Liderando la vanguardia, Lugones iba también en busca de una literatura de carácter nacional y que dejara atrás las influencias culturales de España. 

Ahora la pregunta es… ¿Cuánto y qué leímos de Lugones? No es con la intención de medir quién leyó más que el otro, sino simplemente por curiosidad. En mi memoria subsiste un cuento de Lugones desde hace muchos años: La lluvia de fuego. El cuento estaba en alguna antología de la Biblioteca de mi pueblo que no logré encontrar para esta columna. En su lugar encontré otro libro que reúne cuentos y ensayos del autor nacido en Villa María del Río Seco (Córdoba). La historia me parece fascinante y magnética, una vez que se empieza hay que leerla hasta el final.

En una ciudad antigua un hombre ve cómo desde el cielo empiezan a caer pequeñas chispas de fuego. La lluvia continúa por un tiempo hasta que se acaba y la gente sale a festejar a las calles. Hay algarabía. El hombre duerme una siesta y al despertar casi no puede respirar y descubre con horror que las paredes están calientes, queman: afuera ha vuelto la lluvia de fuego, la gente y sus casas están ardiendo.

Otro autor cordobés

Lugones era cordobés y al momento de pensar en otros autores cordobeses sobre los que todavía no hubiera escrito se me vino a la mente uno en particular: Juan Filloy. No sé cuántos conozcan la obra de este autor, yo mismo venía posponiendo su lectura desde hace varios años. Una ex profesora me recomendaba sus cuentos cada vez que podía y yo que había abierto al azar una página de su libro Los Ochoa (Interzona, 2005) estaba convencido de que no me gustaría para nada.

Dos años atrás volvió a aparecer el espectro del autor. Durante el cierre del Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura que organiza la fundación de Mempo Giardinelli, se proyectó de manera virtual un documental sobre la vida de este escritor que permaneció en las sombras del mundillo literario. Un Filloy que nació en 1894 y murió en el año 2000, que ejerció como juez casi treinta años en la ciudad de Río Cuarto y escribió sin publicar hasta el momento de su jubilación. 

La saga de los Ochoa es un libro que reúne ocho relatos que ahondan en la vida de una familia que carga con pesado orgullo el apellido. Viven en un territorio que está cambiando constantemente, un país en transición que está dejando atrás a los gauchos y se ha expandido gracias a la sangrienta Campaña del Desierto

El “Juido” es el primer cuento y aparece en él la figura del gaucho desertor; el protagonista huye de sus obligaciones militares y se guarece entre los ranqueles a donde se encuentra nada más ni nada menos que con el mismísimo Lucio V. Mansilla. También tiene una mención Julio A. Roca visto a los ojos de los personajes como un porteño cajetilla que en nada le interesaban los campos que él mismo había robado y ocupado.

Siento que haber leído primero a Aurora Venturini fue la mejor forma de establecer un puente sobre el que ahora puede transitar la obra literaria de Juan Filloy y es que dan ganas de seguir leyéndolo. En sus relatos hay una construcción desde la oralidad que se percibe real y sin ánimos de caricaturizar a ninguno de los personajes. 

Juan Filloy - Fuente: Eterna Cadencia Blog

En la primera parte -aunque no esté explícitamente señalada- los cuentos son narrados por sus protagonistas en primera persona, no les falta ingenio y dan pasos en falso que les traen desgracias por las cuales deberán pagar. En cambio, en la segunda parte los Ochoa son personajes que participan en las historias de otros personajes y son relatadas sus hazañas y equivocaciones por terceros.

Es un “...gordito homosexual con clientes aristocráticos en Buenos Aires, ¡cómo iba a descender a limpiar las letrinas de conscriptos!...” sentencia el narrador de El dedo de Dios al referirse a Séptimo Ochoa quien fingió estar loco para no cumplir con el servicio militar obligatorio. Además el ex investigador le cuenta a un periodista francés cómo Séptimo logró estafar al Banco de Córdoba y a la Caja de Jubilaciones durante más de veinte años cobrando la jubilación del padrastro muerto.

Un poema y dos consejos de despedida

Casi en el final, antes de dos ensayos breves, el libro sobre las clases de Hebe cierra con sencillo pero conciso decálogo para quienes vayan a escribir. Hay dos puntos que se reflejan fuertemente tanto en la obra de Filloy: “Escribir es una artesanía, un trabajo como cualquier otro” y “Hay que saber observar y escuchar cómo habla la gente.”

Y hay también unos pocos versos de Lugones en un libro viejísimo que consulté en la biblioteca que sospecho no voy a poder olvidar con facilidad, y espero que ustedes tampoco: Y en esa negrura inerte / cruzan profundos puñales, / los largos ojos fatales, / del amor y de la muerte.

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