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Educación ambiental: un recorrido por la experiencia en el cuidado planetario

El 26 de enero se celebró mundialmente el día de la educación ambiental. En esta columna propongo un viaje narrativo en cómo fui atravesando la experiencia de la educación, especialmente de la llamada ambiental.  Por Magdalena Gavier Viaje personal en la educación ambiental La educación ambiental es un tema que personalmente me atraviesa desde hace […]

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El 26 de enero se celebró mundialmente el día de la educación ambiental. En esta columna propongo un viaje narrativo en cómo fui atravesando la experiencia de la educación, especialmente de la llamada ambiental. 

Por Magdalena Gavier

Viaje personal en la educación ambiental

La educación ambiental es un tema que personalmente me atraviesa desde hace muchos años. En mi casa siempre estuve rodeada de educadores: mi mamá es docente de primaria (y tres de sus 4 hermanas son docentes de distintos niveles), mi abuelo materno fue profesor de filosofía y mi abuelo paterno -entre otras cosas- docente universitario. 

Si bien estuve vinculada desde chica a ese mundo (además de haber sido parte, claro), siempre tuve críticas al sistema educativo convencional. Pero recuerdo bien que después de ver el documental La educación prohibida fue que me di cuenta que tenía que hacer algo al respecto (recomiendo mucho ver esa película por cierto). 

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Y así fue: empecé mi carrera como educadora en un idioma extranjero (mientras malabareaba estudiando otra carrera y trabajando algunas horas) con toda la intención de revolucionar las cosas “desde adentro” del sistema educativo. Pero me vi tan inmersa en el estrés que me generaba el propio sistema educativo de la universidad, que colapsé. Entendí que quizás la jugada no era por ese lado, o al menos no estudiando así mientras veía cómo se ponía en juego mi salud física y mental. 

Así fue que elegí priorizar una de las dos carreras: la de periodista y comunicadora, e intenté involucrarme en la educación desde ahí. Sabía que no quería dedicarme a trabajar para medios monopólicos que panquequeaban para quien les diera la zanahoria. De hecho creo que estudié periodismo sabiendo que definitivamente no quería dedicarme a trabajar en los medios que me enseñaban que existían como proveedores de trabajo. 

Mientras avanzaba en la carrera, daba clases de apoyo escolar y hacía algunas suplencias en escuelas, también empezaba a habitar espacios de activismo y militancia ambiental, y a conocer el mundo de lo que en ese entonces llamábamos “sustentabilidad”.

Empecé a trabajar como voluntaria en una fundación en la que, entre otras actividades, creamos y compartimos talleres de educación ambiental en escuelas, colaboramos en hacer realidad ideas y proyectos que velaran por mejorar el ecosistema y el hábitat natural, investigamos qué hacían en otros países para promover políticas públicas que protegieran el planeta, etc.  En fin, consciente o inconscientemente, me metí de lleno en la educación pero desde otros lugares mucho más amables para mi. 

Así fue que cuando me tocó hacer la tesis, además de elegir hacerla con un gran amigo y compañero (a quien le debo mi aparición en este hermoso medio de comunicación autogestivo y del bien), decidimos hacerla analizando un proyecto de educación ambiental en una escuela. En ese proceso que nos llevó unos tres años aproximadamente, pudimos experimentar y comprobar cómo la educación -cuando se asume como un proceso horizontal y no-unilateral sino de construcción colectiva- pasa a ser lo que llamamos educación atrevida

Experiencia educativa para transformar

Esta vez elijo escribir la columna exponiendo mi propia vivencia y narrando en primera persona, porque es así que entiendo a la educación: como una experiencia, un viaje, un camino que es eterno y en el cual confluyen un sinfín de personas que nos van dejando su huella, desde el rol que elijamos -o nos toque- jugar. 

En mi caso, hoy puedo dejar de renegar de las formas en que atravesé mi propia experiencia educativa en el ámbito formal (escuela y universidad puntualmente), y tomar acciones concretas para seguir atravesando este viaje desde donde me gusta, que es aprender haciendo, siempre colectivamente y abrazando la diversidad. 

Uno de los aprendizajes más profundos en este recorrido fue precisamente aceptarme en ignorancia de casi todo, actitud que creo es la que me permite hacer innumerables preguntas, curiosear, aprender cosas random y estar casi siempre atenta a posibles intercambios de saberes y escuchando nuevas formas de ver la vida. 

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Cuando hay interés, ganas genuinas de intercambiar y experimentar, enseñar y aprender pasan a ser lo mismo. Y cuando me di cuenta de que aprender era más que nada un juego, una suerte de búsqueda permanente, empecé a disfrutar mucho más del proceso. 

En ese sentido, quiero nombrar a Paulo Freire con una cita del libro Cartas a quien pretende enseñar (1994): “al estudio crítico le corresponde necesariamente una enseñanza crítica (...) Enseñar no puede ser un simple proceso (...) de transferencia de conocimientos del educador al aprendiz”. Por eso, es necesario que aprendamos a aprender y nos esforcemos en profundizar en una búsqueda de la belleza, de la simplicidad y de la claridad. 

Además, en todo este viaje educativo, entendí que toda educación debería ser ambiental, no sólo parte de un proyecto escolar, o un fragmento de una materia, o una posibilidad de perspectiva en la investigación. Al hablar de ambiente necesariamente estamos refiriéndonos a la experiencia humana de habitar el planeta. 

El ambiente no es sólo el ecosistema que nos rodea, ni únicamente esa reserva natural o la inmensidad del desierto. El ambiente es todo, es la experiencia de tomar consciencia de ser parte de la inmensidad de la Tierra, y por ende debiera ser prácticamente imposible la fragmentación como la hemos aprendido.

¿Y qué onda con la educación formal hoy?

Históricamente, la educación interpeló a las sociedades y definió el territorio para otros debates como la política, la economía o la religión. Si bien es cierto que hace decenas de siglos atrás el acceso a la educación formal era una cuestión sólo de sectores privilegiados, hoy es otra la película. El desarrollo de prácticas educativas en un sector social demostraba su ausencia en otros estratos y sobre esas bases -desiguales- se construyeron civilizaciones en todo el mundo.

Hoy, entendemos que teóricamente el acceso a la educación formal es un derecho avalado por leyes y por la mismísima Constitución Argentina. También es sabido que en teoría es uno de los pilares fundamentales que configura una etapa clave en el desarrollo psicológico de las personas y de estimulación de hábitos. De hecho la Ley Nº 24.195 Federal de  Educación (1993) la establece como una “etapa de formación temprana del  pensamiento” en la que se plantea “incentivar el proceso de estructuración  del pensamiento”. 

El acceso a la educación, dicho por autores, especialistas en pedagogía, políticxs, etc., colabora en la construcción de personas dignas, seguras de sí mismas, con conciencia  y decisión de hacer valer sus derechos.

Además, está vigente desde el año pasado la Ley de Educación Ambiental Integral que promueve la elaboración y el desarrollo de la Estrategia Nacional de Educación Ambiental Integral (ENEAI) y su implementación operativa, garantizando la creación y existencia de un área programática específica.

Por su parte, la Educación Ambiental es uno de los objetivos que se proponen en la Ley de  Educación Nacional (Ley 26.206) para proporcionar una formación integral, básica y  común. En esa ley se establece: 

El Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, en acuerdo con el Consejo Federal de Educación, dispondrá las medidas necesarias para  proveer la educación ambiental en todos los niveles y modalidades del  Sistema Educativo Nacional, con la finalidad de promover valores, comportamientos y actitudes que sean acordes con un ambiente equilibrado  y la protección de la diversidad biológica; que propendan a la preservación  de los recursos naturales y a su utilización sostenible y que mejoren la  calidad de vida de la población. (Ley Nº 26.206 Nacional de Educación,  2006, art. 89)

Por su parte, el Diseño Curricular de la Educación Primaria de Córdoba (2020) detalla que la  escuela “introduce sistemáticamente a los estudiantes en la reflexión y la acción para incidir  en el espacio público (...) y favorece el diseño y concreción de acciones para la  participación” (p. 4), estableciendo las acciones y la participación como aristas  fundamentales de la democratización de los conocimientos. 

Existe también la Ley Yolanda (2020) que, por fuera del ámbito educativo formal, promueve la formación integral en ambiente, con perspectiva de desarrollo sostenible y con énfasis en cambio climático, para las personas que se desempeñan en la función pública. Fue sancionada el 17 de noviembre de 2020. 

¿Y entonces?

Aclarado todo este contexto de marcos legales que técnicamente velan por la protección de la educación y del ambiente, creo oportuno empezar a hilar más profundo algunos puntos. Sabemos que, más allá del viaje personal de cada unx, la educación ha sido utilizada históricamente como herramienta para difundir ideas, valores, creencias y, claro, para contar versiones convenientes de la misma historia. 

Actualmente, como mencioné más arriba, existen políticas públicas destinadas a fortalecer el sistema educativo, tenemos diseños curriculares, carreras especializadas, libros, textos, sobreabundancia de información en internet, opiniones y una tracalada de cosas que hacen que creamos que alguien se está interesando realmente por la educación (excepto los sueldos de lxs docentes, eso nunca jamás fue prioridad y ni siquiera se esforzaron en que creamos que así lo era). 

Pero la realidad es que vemos que quienes deberían hacerlo, no están ocupándose de la educación, ni de la experiencia de aprendizaje de millones de personas, ni de acercarla como una herramienta posibilitante de cambios o mejoras para la vida, ni nada. La educación hoy no es prioridad en la agenda de ningún representante del pueblo en la política, ni tampoco de la sociedad en general. A casi nadie le importa realmente porque como parece ser algo tan abstracto y tan largoplacista, pues mejor ni lo hablamos. Y algo parecido sucede con el cuidado planetario. 

Por un lado, contamos con ese escenario bastante triste del sistema educativo hoy, donde estudiantes y docentes son víctimas más que protagonistas, y además una insistencia histórica de buscar el cambio desde ahí. Sí, los proyectos educativos creados colectivamente por estudiantes con el apoyo de docentes son importantes y necesarios. Pero no alcanza. No es justo que depositemos toda la expectativa de transformación de consciencia en un aula ni en niñxs ni en unx docente o un proyecto escolar. 

Es necesario que dejemos de buscar el cambio en el mismo sistema, y entendamos que el sistema como tal, con sus diversas formas de materializarse (como en el sistema económico capitalista y neoliberal, las división por clases sociales, etc.), no pueden sostenerse más si queremos evitar -o posponer un poquito- el colapso que se avecina. 

Como dice Flavia Broffoni, politóloga y activista argentina, “es necesaria la desobediencia civil pacífica” para generar presión social y realmente promover cambios contundentes. 

Y en ese sentido, es importante buscar activamente nuevas formas de vincularnos entre las personas y transicionar a otras más armónicas, respetuosas y amables. El cooperativismo por ejemplo es una manera histórica de promover lazos entre partes, donde intervienen principios como el cuidado de la comunidad entera, la democratización de saberes y la interdependencia.

A propósito comparto un posteo de AWE, Academia de Mujeres Emprendedoras con base en la Cooperación, que lo explica sencillamente:

Educar para cuidar la vida

Es tan importante que nos podamos dar el tiempo para reflexionar sobre el propio recorrido en la experiencia educativa, que entendamos que estamos en permanente proceso de aprendizaje, que abramos posibilidades a nuevas formas de vincularnos como especie y con otras especies.

Me parece esencial entender, como dijo alguna vez el Flaco en una entrevista, que hay tiempo para todo, pero lo esencial es siempre cuidar la vida:

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