Resaltadas

Más allá del arcoiris

Hace algunos años leí una novela sobre un chico gay que vivía en un pueblo, él y su hermana eran huérfanos y estaban al cuidado de una tía poco y nada cariñosa. En líneas generales la novela no me gustó, la voz del adolescente que narra no es para nada creíble ni genera empatía o […]

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Hace algunos años leí una novela sobre un chico gay que vivía en un pueblo, él y su hermana eran huérfanos y estaban al cuidado de una tía poco y nada cariñosa. En líneas generales la novela no me gustó, la voz del adolescente que narra no es para nada creíble ni genera empatía o identificación con quien lee. 

Por Cristián Montú

En cambio, la última parte, que abarca unas pocas páginas, logra lo que todas las demás no: una conexión genuina entre ese chico que se descubre homosexual mientras intenta vivir en una localidad de provincia con escasos habitantes y los lectores.

Lo que sí me interesa rescatar de aquel libro es que la única motivación que le permitía al chico soñar con otra vida posible, era una huida que le permitiera salir de aquel pueblo conservador e infernal, más allá del horizonte, lejos de todos y de todo

No faltan relatos, testimonios de vida o ficciones que comiencen con protagonistas huyendo del lugar que los vio nacer. Huir para poder ser mínimamente libres, huir para vivir una identidad que no encaja con los patrones de una sociedad (grande o chica) heteronormada, huir para formar comunidad o huir para resguardar la vida frente a la impunidad y el peligro.

Fugacidad

Durante el verano, cuando las temperaturas no bajaban de los cuarenta grados y los casos de covid crecían exponencialmente, me dediqué a tomar tererés y leer En la Tierra somos fugazmente grandiosos (Editorial Anagrama, 2020) de Ocean Vuong.

La novela es una gran y extensa carta que el protagonista le dirige a su madre, una mujer vietnamita que ha emigrado a Estados Unidos cargando en sus espaldas una madre anciana, un hijo y múltiples heridas que la guerra le provocó: “Eres una madre, mamá. Y también eres un monstruo. Pero también lo soy yo, y por eso no puedo apartarme de ti.”

Mientras la mujer trabaja incontables horas como manicura en un salón de belleza, el hijo crece al cuidado de una abuela que oscila entre la locura y la cordura, y se apaga lentamente. Perro pequeño, sobrenombre que le ha puesto su madre, oficia además de intérprete entre la familia y el resto del mundo que los rodea, ya que su “...lengua materna, por tanto, no es madre en absoluto: es huérfana''.

En algún punto del relato, Perro pequeño conoce a Trevor, un chico tan hermoso como peligroso. Juntos se adentran en el mundo del deseo, que puede llegar a parecerles más brutal que cualquier trabajo; separados, cada uno en su casa, debe abrir los ojos a la violencia, la soledad, la ternura y en especial a la fugacidad grandiosa de la vida.

Ilusión

La ilusión de los mamíferos (Penguin Random House, 2018) de Julián Lopéz es otra historia de amor, una historia centrada en “...el milagro del amor entre varones, el milagro de lo inmaterialmente improductivo.”

Cada sábado por la noche el protagonista recibe en su departamento a su amante, un hombre casado y con hijos que deja, como se deja un abrigo en el perchero de cualquier casa, a su familia en el olvido por algunas horas. Juntos viven los pequeños placeres del alcohol y el sexo durante la madrugada, los desayunos compartidos y las salidas por los bares del barrio las mañanas de los domingos.

Los días de semana, cuando están viviendo sus vidas por separado, el protagonista trabaja y piensa en su amante, también visita a su padre en el geriátrico en el que se encuentra internado. El padre se apaga y a veces la culpa se cuela en los resquicios de sus pensamientos: “Yo dejaba a mi papá disolviéndose en una casa de viejos, como si le hubiese caído una gota de agua inoportuna, para poder vivir mis domingos con vos.”

La relación, de a ratos vista como la dosificación mezquina, vergonzosa y egoísta de un amor oculto que dura unos pocos instantes, sin embargo, es para el protagonista la saciedad ante una soledad milenaria que recorre las calles de Buenos Aires cada domingo: “...estar con vos era mi garantía para una soledad sustentable…”

Soledad

Si hay una historia a la cual la palabra soledad la describe a la perfección, sin dudas es Los llanos (Editorial Anagrama, 2020) de Federico Falco. El protagonista es un escritor que acaba de mudarse a una casa en el medio del campo. El pueblo queda a unos cuantos kilómetros de distancia y los recorre casi a diario caminando, ida y vuelta.

Ensayar una huerta y una vida lejos de todo lo conocido es la forma que tiene este escritor para lidiar con una separación que lo tomó por sorpresa, de repente Ciro, su pareja,  ya no lo ama y le pide que se vaya de la casa que juntos remodelaron. 

Es verano y la llanura queda a merced del sol: “Riego con manguera lo más que puedo, pero me gana la desazón y el fuego. Cada mañana, algo parecido a la desesperación. Me repito una y otra vez que hay un tiempo para cada cosa.Un tiempo para la siembra. Un tiempo para la cosecha. Un tiempo para la llovizna. Un tiempo para la sequía. Un tiempo para aprender a esperar el paso del tiempo.”

Como no puede escribir, Federico, el protagonista, siente que debe aprender a esperar mientras exorciza los fantasmas de aquella relación que se terminó. En paralelo vuelve a repasar los recuerdos de su infancia y adolescencia en el campo cordobés. Revive también el momento en que se da cuenta que es un varón que gusta de otros varones y no sabe qué hacer con todo eso que siente, con eso que no quiere sentir: “Los sentimientos nunca son una palabra (...) Las palabras le erran, o suelen errarle, o no siempre alcanzan para lo que uno siente adentro, en el espacio entre la mente y la carne.”

Ser o no ser

En las tres novelas hay personajes que viven su sexualidad con mucho o nada de pesar. Unos huyen del señalamiento y la vergüenza que implica la mera existencia en cualquier pueblo de provincia, otros se refugian en las multitudes de las grandes ciudades mientras se entregan a los designios del amor perecedero.

Irse, quedarse, volver, no volver nunca más, esfumarse, ser una estela que queda flotando en el aire de los chismes de pueblo, uno o muchos dedos que señalan a la espalda a modo de acusación.

La importancia -acá, allá o donde sea- de construirse un refugio para subsistir, resistir, existir, ser. 
En palabras de Ocean Vuong: “Para ser glorioso, primero te tienen que ver, pero el hecho de que te vean da lugar a que te puedan perseguir.”

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