Todos los días tomamos decisiones respecto de lo que ingerimos, hablamos, callamos, miramos y hacemos. Una gran parte de esas decisiones están vinculadas a nuestro consumo. En esta columna comparto algunas reflexiones sobre nuestros hábitos de consumo y acciones concretas para aplicar en el corto plazo.

Por Magdalena Gavier
Decisiones cotidianas
Se estima que tomamos unas 35.000 decisiones al día, y tan solo somos conscientes de menos del 1%. Esto va cambiando desde que nacemos: a lo largo de nuestro crecimiento, el cerebro va aprendiendo una infinidad de procesos y mecanismos para simplificar nuestra existencia.
Por ejemplo, cuando somos niñes, tocamos agua hirviendo, nos quemamos y nos duele. A medida que pasa el tiempo, nuestro cerebro va automatizando la idea de que puede llegar a quemarse si toca agua tan caliente, hasta que dejamos de hacerlo, o vamos buscando mecanismos para tantear el agua antes de tocarla. Hay mil ejemplos más profundos, pero nos vamos a quedar con ese bien simple por ahora.
Nuestro cerebro funciona de una manera eficiente y siempre busca automatizar procesos para dar energía a nuevos aprendizajes y disponibilidad para trabajar con información nueva.
Paralelamente, nos encontramos atravesadxs por una infinidad de estímulos -y cada vez son más-, entre los cuales nuestro cerebro tiene que ir seleccionando y filtrando para que el proceso de decisión sea lo más limpio posible. Es en este momento que entran en una suerte de batalla campal nuestro cerebro y la inagotable industria del marketing, sustanciada por un sistema capitalista que promueve el consumo desmedido de TODO lo que se pueda consumir.
No quiero traer el discurso de que lxs consumidores somos lxs únicos responsables de que todo esté como está y tampoco decir que el cambio de las industrias depende únicamente de nosotrxs. Es mucho más complejo que eso. La totalidad de la humanidad es reproductora pasiva y activa a la vez de un sistema extractivista, capitalista y colonialista que nos atraviesa en lo más profundo.
Y de la mano del extractivismo viene la obsolescencia programada. Otra de las bases del sistema capitalista: generar deseos sobre cosas (que antes resultaban innecesarias o inexistentes), disponer un mercado alrededor para que de alguna manera logremos conseguir el dinero para comprarlo, y que esa cosa sirva un tiempito hasta que aparezca una nueva propuesta, mejor.
Repensar nuestra forma de consumir
La obsolescencia programada toca la fibra más sensible de la humanidad: el deseo. No tengo lo suficiente ni lo mejor. Quiero lo que otras personas tienen porque siempre hay alguien que tiene algo mejor que yo. Y termino en círculo vicioso de deseo eterno por algo que en realidad nunca necesité, pero me hicieron creer que sí.
Hay mucho por debatir, reflexionar y hacer. Lo importante es investigar, re-pensar el vínculo con lo que consumimos, movilizarnos por lo que nos interpela. Es urgente participar y promover espacios donde podamos vincularnos con otras personas, ampliar la perspectiva de las problemáticas sociales y ambientales, profundizar discusiones honestas, intercambiar ideas. El diálogo genuino construye puentes y despierta conciencia.
A continuación cuento algunas propuestas bien concretas para empezar a consumir de manera más responsable. Quiero aclarar que hay muchísimas acciones concretas, yo sólo voy a nombrar algunas que considero simples, concretas y aplicables desde el momento en que se termine la lectura de la columna.
Agudizar el criterio al momento de comprar
Antes de comprar cualquier cosa, revisar bien si necesitamos eso o es que nos hicieron creer que lo necesitábamos. Si la respuesta es sí, entonces podemos hacer un pequeño recorrido de dónde viene eso que voy a comprar.
Por ejemplo, si necesito una heladera, entonces puedo pensar: ¿puedo reparar la que ya tengo? ¿Puedo comprar la heladera usada? Si no puedo hacer ninguna de las opciones anteriores, o igualmente decido comprar una nueva, entonces puedo identificar de dónde viene (¿es producción nacional o es importada?), si hay opciones que prioricen la eficiencia energética (la famosa tablita que va desde la A en color verde hasta la G en rojo y nos facilita la lectura de lo más eficiente a lo menos), e interiorizarme en su cuidado y buen uso para que dure más tiempo.

Lo mismo con los alimentos: es importante que podamos elegir realmente qué comer y que nos demos el momento para recrear el recorrido que hizo ese alimento para llegar a la mesa. En este sentido, propongo tener en cuenta tres aspectos a la hora de recrear el recorrido: historia, origen-producción y destino. Esto está muy detallado en una columna anterior que puede dar más luz a esta idea.
Elegir productos con menos packaging
Es importante reducir el uso de plásticos y envoltorios en general. Para eso, los pasos más sencillos son: comprar productos a granel (sueltos), llevar botella de agua recargable, comprar bebidas con envases retornables y evitar las bolsas de plástico.

Además, en el mundo de la higiene y cuidado personal, hoy en día hay muchísimas opciones locales, que no utilizan animales en sus procesos de producción, y que son biodegradables y además tienen menos envoltorios.

Reparación y restauración
Otra acción concreta para consumir de manera más responsable es apostar a la reparación. Si bien es algo a lo que estamos habituadxs por nuestra economía, nunca está de más recordarlo. Al reparar un objeto apostamos a que se extienda su vida útil y evitamos así un nuevo residuo. Y también estamos reparando un poquito el tejido social porque colaboramos en que una persona que se dedica a la reparación pueda vivir de su oficio.
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En ese sentido, Córdoba Repara es una propuesta cordobesa de reparación colectiva y gratuita, entre otras cosas, que de manera itinerante promueve espacios de encuentro para fortalecer esta red.
Aprovecho para recomendar esta columna de Sol Cortéz donde amplía acerca de la reparación de prendas textiles.
Gestión de residuos y materiales reciclables
Un primer paso en este punto es revisar los residuos que estamos generando. Si observamos lo que generamos desde nuestro hogar vamos a poder encontrar: materiales reciclables, material orgánico – compostable, y residuos “comunes” (basura).

¿Qué es cada cosa? Si bien puede haber muchas más referencias y teorías sobre esto, voy a traer lo más simple posible el significado de estos tres conceptos.
- Los materiales que se pueden reciclar son: papel, cartón, plástico, textiles, vidrio, telgopor, metales y electrónicos. Es importante que siempre los materiales estén limpios y secos. Más abajo amplío sobre este punto.
- Los materiales orgánicos – compostables son: todos aquellos restos de frutas, verduras (por ejemplo las cáscaras), hojas de árboles, yerba, café, servilletas de papel sin grasa, palitos brochette, y todo lo que pueda ser incorporado a la tierra de manera orgánica. Para aprender a compostar sugiero chequear esta cuenta y también revisar esta guía desarrollada por el INTI.
- Basura común: todo lo que no entre en esas categorías (por ejemplo restos de comida cocida, servilletas con grasa, etc. Esta basura es la que sacamos a la vereda y se lleva al enterramiento sanitario de la ciudad que está super colapsado. Es importantísimo que colaboremos para frenar la cantidad de residuos que van ahí separando desde nuestras casas.
Personalmente desde que empecé a separar con estos criterios lo que generaba en mi casa, reduje la bolsa de basura común a una al mes. Todo lo demás lo hago compost o lo llevo a los centros verdes de la ciudad para que vuelvan a ser parte del circuito.
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Reciclaje
En la Ciudad de Córdoba contamos con Centros Verdes y Eco-puntos donde llevar nuestros materiales reciclables. Para conocer dónde están podés hacer click aquí.
Además, hay algunas empresas que se encargan de gestionar y retirar los materiales reciclables de domicilios particulares:
- EcoLink trabaja para disminuir el impacto ambiental y generar acciones positivas para el planeta y la sociedad. Cuentan con servicios, programas y talleres para que personas y empresas puedan realizar un cambio real en su gestión.
- Tu Papel es Reciclar busca potenciar cooperativas de cartoneros mientras dan valor a los materiales reciclables que se descartan como basura. Conectan empresas y hogares con cooperativas de la ciudad.
- Cyclear trabaja articulando una red de economía colaborativa y circular. Tienen varios puntos de recolección en la ciudad y alrededores.
Alimentación
La alimentación es una acción colectiva, política y cultural. Es importante que, especialmente en este punto, tomemos consciencia de lo profundo que cala la comida en nuestra cultura y especialmente en nuestro territorio.
Por un lado, te propongo apostar al consumo local y libre de agrotóxicos en frutas, verduras, cereales y legumbres (que constituyen el 65% del “óvalo” nutricional para Argentina). Podés darte una vuelta por la Feria Agroecológica de Córdoba y comprar a productores que cultivan y venden sus alimentos. Si vivís fuera de la ciudad, seguro que podés preguntar a vecinxs y personas cercanas por alguna persona o espacio donde se comercialicen productos agroecológicos.
Leer las etiquetas antes de elegir comprar los productos. Cuando revises los ingredientes que lo componen, fijate que en lo posible sean locales y libres de agrotóxicos (por ejemplo, el aceite de palma no se hace en Argentina, el jarabe de maíz alto en fructosa es un ultra procesado con características adictivas equiparables a la cocaína, y ni la harina blanca refinada ni la azúcar blanca contienen aportes nutricionales en absoluto).
En lo posible, optá por opciones integrales y agroecológicas (como harina de trigo integral, o harina de arvejas, de maíz, centeno, garbanzos, arroz, etc.) y en variedad (no siempre la misma). Si podés, elegí la comida casera real (hecha en tu casa o comprada a emprendimientos que utilicen alimentos nobles en sus preparaciones) antes que comprar comida empaquetada.
Alimentación sin animales muertos ni derivados
Casi la mitad del cultivo del mundo corresponde a las calorías que se destinan al engorde de animales de consumo. Animales que van a los platos de algunas personas que, por gusto y/o “tradición”, eligen comer carne de seres que nacen y mueren bajo un sistema violento y opresor. Y que además de propiciar la muerte sistémica, es poco eficiente energética y nutricionalmente.
La otra mitad se divide entre producción de agrocombustibles, pérdidas que se generan en el transporte, procesamiento y almacenamiento de estos productos. Y casi un 10% termina en la basura.
La ganadería aporta solo el 18% de las calorías del mundo y el 37% de las proteínas, y sin embargo ocupa el 83% de las tierras cultivables (sumando las tierras sembradas destinadas al engorde animal más el propio espacio físico que ocupan los animales en cuestión, que viven en condiciones de deplorables de encierro y hacinamiento).
Esto, además de perpetuar un sistema económico que sólo beneficia a unas pocas personas, degrada nuestro territorio, atenta contra todas las especies que habitamos el planeta y reproduce cada vez más desigualdad.
Es importante entender que la alimentación sin animales ni derivados no es una moda. No es viable que colaboremos en la recuperación de la Tierra si cuando nos damos vuelta nos estamos metiendo un pedazo de animal muerto en la boca. No es viable propiciar la vida cuando comemos muerte. El plato también es político.

Hay muchos otros temas que creo importantes seguir profundizando en futuras columnas, como las economías populares, la apuesta a las ferias barriales, indagar más en formas de intercambio sin dinero, en la forma de pensar los espacios que habitamos, entre otras. Lo que detallé anteriormente son algunos puntos para empezar a tomar conciencia sobre nuestro consumo y tomar acción ya mismo, con cambios simples.
No existe magia que haga cambiar las cosas. La cultura se construye de costumbres, sentidos, discursos, expresiones. La cultura se hace de las personas habitando y caminado los espacios, tomando decisiones, militando, dialogando, consumiendo, y también eligiendo todos los días qué consumir.