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Mujeres y tierra: reflexiones en el día de las trabajadoras rurales

Germinadoras, defensoras de la vida y de la soberanía de los alimentos, los territorios y los cuerpos. El 15 de octubre se conmemora el día internacional de las Mujeres Trabajadoras Rurales y aquí compartimos algunas reflexiones al respecto. Por Magdalena Gavier Reconocimiento internacional  Todos los 15 de octubre, desde hace 14 años, se conmemora a […]

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Germinadoras, defensoras de la vida y de la soberanía de los alimentos, los territorios y los cuerpos. El 15 de octubre se conmemora el día internacional de las Mujeres Trabajadoras Rurales y aquí compartimos algunas reflexiones al respecto.

Foto: Clarín.com

Por Magdalena Gavier

Reconocimiento internacional 

Todos los 15 de octubre, desde hace 14 años, se conmemora a nivel internacional el día de las mujeres trabajadoras rurales. ¿Por qué un día específico para reconocerlas? Si bien es cierto que existe el día del trabajador rural (que fue el 8 de octubre), la realidad es que se eligió un día diferente para poder reconocer, honrar y sobre todo visibilizar el rol de las mujeres en el campo, que siempre fue y será fundamental -aunque históricamente invisibilizado-. 

¿Quiénes son las trabajadoras rurales?

Las mujeres trabajadoras rurales son fervientes defensoras de la tierra y por el acceso a la misma. Existen diversas agrupaciones de mujeres rurales que se han conformado por urgencia o por necesidad en distintos lugares del país y de Latinoamérica. Cada colectivo tiene sus particularidades y pedidos específicos de acuerdo al territorio que habiten y las problemáticas que vivan, pero existe un lema común:

La tierra es de quien la trabaja

Bajo ese estandarte, existe una necesidad y un pedido concreto de aval social y acompañamiento estatal para poder administrar, cultivar y trabajar la tierra.

Ellas ocupan un rol fundamental en la comunidad. ¿Por qué? Tienen la responsabilidad de alimentar a sus familias y a otras cercanas, trabajan la tierra, son parte del circuito de economías locales y populares, tejedoras de redes comunitarias, y guardianas de semillas soberanas. 

Fuente: ONU Mujeres

Son mujeres dispersas en el mundo, que se encuentran atravesadas por una amplia diversidad de realidades, aunque en la mayoría de los casos con un factor común: invisibilización, precarización y situación de vulnerabilidad y/o pobreza. Como se puede observar en el gráfico (disponible en el sitio web de ONU Mujeres), el 64% de las mujeres que trabaja en la agricultura vive en situación de pobreza. 

Los números se condicen con la realidad que nos atraviesa a las mujeres en los distintos ámbitos de la vida en general, aunque en contextos de aislamiento relativo o absoluto como puede ser el campo (donde el acceso a internet o a herramientas de comunicación por ejemplo es casi nulo), estos atributos se potencian e intensifican así las brechas y desigualdades. 

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Acceder a la tierra es acceder a la libertad, es un camino de lucha, un desafío. Significa conectar con la tierra que pisamos, con el suelo que tenemos debajo de nuestros pies: elegir qué cultivar y cómo, seleccionar amorosamente las formas de cuidar esa siembra, esperar el crecimiento, cosechar y colectivizar e intercambiar.

Cuidadoras

En la mayoría de los casos, las trabajadoras rurales son también madres de familias, o se hacen cargo de alguna persona de su círculo familiar, y/o colaboran en alguna olla popular o comedor de la comunidad. Son cuidadoras. Realizan tareas domésticas además de las vinculadas a la agroecología, con todo el trabajo corporal que eso ya implica.

El papel femenino en la agricultura, además, repercute en diversos ámbitos, desde la producción y comercialización hasta labores de índole hogareña, especialmente a la hora de tomar decisiones sobre la alimentación para la casa. Y esta es una tarea que en general se ha trasladado de generación en generación de abuelas a madres y madres a hijas, que no es para nada fácil relegar o cambiar. 

En este mundo de la agricultura familiar, donde se tiene un contacto mucho más cercano con los alimentos, la cocina se vuelve una suerte de laboratorio donde se conjugan no sólo conocimientos sino también emocionalidades. Es un lugar de encuentro, un espacio vivo. Y en este tipo de situaciones es donde se puede observar bien de cerquita cómo cambia todo cuando se vive el proceso de germinación, siembra, cuidado y cosecha de lo que se cultiva. El verbo alimentar cobra un sentido mucho más amplio que no sólo incluye la palabra nutrir sino también de cuidar, de honrar, de celebrar y de liberación.

Todo lo que acontece entre la tierra y la cocina cobra un sentido mucho más profundo y ancestral. Es un momento donde se honra a las generaciones anteriores por lo recibido, se celebra a la familia presente por lo cosechado y cocinado, y se intenciona por las personas que cultivarán y nutrirán en un futuro. Cocinar y alimentar es también cuidar.

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Agricultura y feminismo

No todas las trabajadoras del campo se consideran feministas. Pero si hay algo que el feminismo nos enseñó es que no importa mucho bajo qué bandera nos identifiquemos, sino más bien las acciones y luchas concretas que vivenciamos y propiciamos. Y también las barreras y trabas a las que nos enfrentamos como colectivo femenino y disidente.

Ellas, todas, enfrentan complejas condiciones sociales, económicas y culturales en su acceso a los derechos. Claro que la condición se profundiza o no de acuerdo a múltiples factores (espacio geográfico, grado de “desarrollo” tecnológico, transporte, tipo de alimentos que se cultiven, especies de animales que se críen, posibilidad de organización con otras mujeres, entre otros).

En algunos casos el arrebato de derechos está más presente puertas adentro, en la misma casa y familia, y en otros casos la violencia es explícita por fuera. A veces la violencia es institucional por parte del estado y otras es además financiera por parte de entidades bancarias. En reiterados casos escasea el acceso a educación y sobran oportunistas listos para carroñear lo que se ha conseguido gracias al esfuerzo y trabajo incansable.

Pero hay algunas consignas que las unen a todas y todas están vinculadas a lo que tienen en común: la tierra.

  • acceso a la tierra es acceso a la libertad.
  • urge reconectar con la tierra.
  • cuidar a la tierra como cuidamos a nuestros cuerpos.
  • la lucha es por un futuro sano, seguro y soberano.

En este sentido, quiero recomendar fuertemente este extracto del documental La dignidad de los nadies (2005, dirigida por Pino Solanas) en el que se relata cómo nació el Movimiento de Mujeres en Lucha (MML) en La Pampa. Concretamente, este grupo de mujeres cuenta en primera persona qué las llevó a organizarse a mediados de la década del 90’: poner un freno a los remates de los campos que ellas y sus familias habían trabajado durante años.

También me parece oportuno compartir el capítulo Feminismos campesinos del podcast Del campo a tu mesa, de la Unión de Trabajadoras y Trabajadores por la Tierra (UTT) 

Aquí o allá, llamándonos feministas o no, la salida es siempre colectiva. 

Tejer redes de mujeres organizadas es la semilla más resistente que podemos sembrar. El empoderamiento, el cuidado, el acompañamiento, la escucha y el sostén son el fruto más rico que podríamos cosechar. 

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Soberanía alimentaria y comercio justo

La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a definir sus propias formas de producción de alimentos, donde se respeten las circunstancias sociales, culturales, históricas, económicas y políticas. 

Este derecho incluye el acceso a una alimentación real, apropiada, nutritiva, segura y saludable. Además, contempla que tanto el acceso a la alimentación como las formas de producción sean justas, sostenibles en el tiempo, acordes y respetuosas con el ecosistema y logren la capacidad de mantenerse a sí mismas. 

El concepto surgió hace más de 70 años luego de la Declaración Universal de Derechos Humanos, pero se empezó a difundir en 2007 a partir del Foro por la Soberanía Alimentaria que se hizo en Malí (organizado por la Marcha Mundial de Mujeres y Vía Campesina) donde se le dio un enfoque mucho más estratégico y amplio, que se materializó en la Declaración de Nyéléni.   

Este documento, que recomiendo leer, es muy importante porque reivindica y pone en valor la voz de las mujeres, que siempre tuvieron y tendrán un rol fundamental en la lucha por la soberanía alimentaria, en el mundo rural y en la historia de la vida y alimentación de los pueblos.

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En ese sentido, el comercio justo se manifiesta como un concepto complementario y potenciador de la soberanía alimentaria. ¿Qué es el comercio justo? Es un movimiento que lucha por la justicia integral en lo económico, social, humano y ambiental. 

Se materializa en un modelo comercial que protege los derechos de lo que se defiende, y propone el cumplimiento de diez principios: 

  • creación de oportunidades para productores con desventajas económicas
  • transparencia y responsabilidad
  • prácticas comerciales justas
  • pago de un precio justo
  • asegurar ausencia de trabajo infantil y trabajo forzoso
  • compromiso con la no discriminación, equidad de género y libertad de asociación (sindical)
  • asegurar buenas condiciones de trabajo
  • facilitar el desarrollo de capacidades
  • promoción del comercio justo
  • respeto por el medio ambiente

Este movimiento inició en 1964 a partir de la conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo. Si bien en un principio fue más una propuesta de “comportamiento” solidario hacia los países más desfavorecidos por el sistema capitalista-extractivista, hoy es más un modelo comercial vivo. 

Hay ciertos sellos que avalan el cumplimiento de ciertos principios, aunque no es algo obligatorio para quienes quieran practicarlo. Hay ciertos espacios de intercambio, trueques, cooperativas y otras formas de convivir en el sistema de manera organizada y en pos de la coexistencia armónica entre ecosistemas que también son justos comercialmente y no necesitan sello.

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Quiero cerrar la columna compartiendo un extracto de un poema escrito de manera colectiva (¿cómo, sino?) por las mujeres rurales de la UTT:

Todas juntas somos miles de roles.
Somos defensoras de los montes.
Somos guardianas de las semillas.
Somos íntegras compañeras de luchas.

Honro y celebro a las miles de mujeres que luchan y que son guardianas de la sabiduría ancestral, de los alimentos, de los territorios y de la libertad. 

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