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Agro & cultura: ¿Cómo intervenimos en el campo de cultivo de alimentos?

¿Somos conscientes de las formas de cultivo de los alimentos que ingerimos? ¿Nos nutrimos o nos desnutrimos? Cuando comemos, ¿nutrimos también al planeta y al ecosistema? ¿Qué rol tiene la soberanía alimentaria? Por Magdalena Gavier Agro y cultura: dos palabras que suelen ir juntas, y debieran ser casi sinónimos, más no siempre les hacen los […]

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¿Somos conscientes de las formas de cultivo de los alimentos que ingerimos? ¿Nos nutrimos o nos desnutrimos? Cuando comemos, ¿nutrimos también al planeta y al ecosistema? ¿Qué rol tiene la soberanía alimentaria?

Por Magdalena Gavier

Agro y cultura: dos palabras que suelen ir juntas, y debieran ser casi sinónimos, más no siempre les hacen los honores. Agro proviene del latín ager, agri y significa campo de cultivo. Cultura proviene también del latín, del verbo colere (cultivar, habitar) y se refiere a trabajar y cuidar la tierra para producir plantas. Todo se refiere un poco a lo mismo: el trabajo, cuidado y vínculo con la tierra para producir plantas. 

Estas definiciones etimológicas me dan pie para abrir la primera pregunta: ¿Sos consciente de las formas de cultivo de los alimentos que ingerís? Me encantaría que te tomes un minuto para responder mentalmente. Con esa respuesta en mente, sin juzgarla, te invito a seguir leyendo.

¿Mercantilización de la agricultura o derecho a la alimentación?

Hay un informe llamado ¿Quién nos alimentará? realizado por Etc Group* (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y  Concentración) donde se pone en debate en manos de quiénes o de qué estará nuestra alimentación en el futuro. En este informe se hace un análisis comparativo entre la pequeña agricultura y la agricultura industrial, e incluye un índice de definiciones y términos importantes para entender las 24 preguntas y respuestas entre las cuales se va tejiendo el desarrollo del texto completo. 

*Etc Group es una organización que se dedica a la conservación de la diversidad cultural, ecológica y de derechos humanos. Trabajan junto con organizaciones de la sociedad civil y realizan estudios e investigaciones de información tecnológica (particularmente sobre biotecnología y diversidad biológica).

Imagen extraída del Informe ¿Quién nos alimentará? 

En este informe, se detalla que el 70% de los alimentos destinados al consumo de personas humanas del mundo son cultivados, cuidados y cosechados por pequeños grupos de familias agricultoras, y para ello utilizan el 25% de los recursos disponibles del planeta

Casi en la totalidad de los casos, no utilizan fertilizantes ni plaguicidas sintéticos, y tampoco semillas modificadas genéticamente. Este tipo de cultivos además va alineado a la estacionalidad del año y por lo tanto la diversidad de cultivos es amplia, permitiendo que el suelo se vaya regenerando y pueda respirar. 

Mientras que el restante 30% de los productos que se consumen en el mundo (no sólo en forma de alimentos) son cultivados y procesados por la industria agricultora, pero utilizan el 75% de los recursos del mundo. Sumado a que en su totalidad, para lograr resultados aparentemente equilibrados, utilizan fertilizantes sintéticos, semillas modificadas genéticamente y agroquímicos que van matando toda posibilidad de vida de insectos y microorganismos. 

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Además, este tipo de agricultura propicia el monocultivo principalmente de: soja, maíz, trigo, girasol, avena, cebada y sorgo. Y el monocultivo, entre otras consecuencias, va tapando las vías respiratorias del suelo, matándolo de a poco e inhabilitando su natural proceso regenerativo.

Esto se traduce directamente en ineficiencia, todo lo opuesto a ecología. 

¿Alguna idea de cuál será este 30% de productos que demanda el 75% de recursos? 

Sí, es lo que estás pensando: casi la mitad (44%) corresponde a las calorías que se destinan al engorde de animales de consumo. Animales que van a los platos de algunas personas que, por gusto y/o “tradición”, eligen comer carne de seres que nacen y mueren bajo un sistema violento y opresor. Y que además de propiciar la muerte sistémica, es poco eficiente energética y nutricionalmente. La otra mitad se divide entre producción de agrocombustibles, pérdidas que se generan en el transporte, procesamiento y almacenamiento de estos productos. Y casi un 10% termina en la basura.

Cuerpos mercantilizados

En este punto quiero hacer una lectura un poco más profunda en la relación de la agricultura con la ganadería. Y es que esta última aporta solo el 18% de las calorías del mundo y el 37% de las proteínas, y sin embargo ocupa el 83% de las tierras cultivables (sumando las tierras sembradas destinadas al engorde animal más el propio espacio físico que ocupan los animales en cuestión, que viven en condiciones de deplorables de encierro y hacinamiento).

Esto, además de perpetuar un sistema económico que sólo beneficia a unas pocas personas, degrada nuestro territorio, atenta contra todas las especies que habitamos el planeta y reproduce cada vez más desigualdad.

Un ejemplo es la soja: del total que se produce en Argentina, aproximadamente el 85% se exporta (principalmente a China). Pero para el consumo de personas no humanas en granjas industriales (cerdos en su mayoría). Claro que luego esos animales son matados y destinados al consumo de algunas personas que tienen el ¿privilegio? económico para pagar un pedacito de animal muerto.

Pensar estas cifras, traer estudios, informes y voces de otros espacios es importante porque nos permite acercarnos a realidades que muchas veces no vemos. 

En general vamos a la verdulería y compramos el kilo de papas ahí, más no sabemos quién lo cultivó, dónde lo hizo, cuánto le costó ni qué tiempo le llevó el proceso. O vamos al supermercado y compramos un pedacito de animal envuelto en una bandeja de telgopor blanca con un film y el código de barras. Y no sabemos, ni nos animamos a pensar mucho en dónde se crió, ni cuántos años tenía al ser asesinado, o la cantidad de kilómetros que recorrió al rayo del sol y hacinado en un camión junto a otros animales para ir al matadero, ni el miedo que padeció al ser asesinado.

No es viable que colaboremos en la recuperación de la Tierra si cuando nos damos vuelta nos estamos metiendo un pedazo de animal muerto en la boca. No es viable propiciar la vida cuando comemos muerte. El plato también es político. 

Sanar(nos)

Mucho se habla de sanar la tierra, pero lo que no estamos entendiendo es que la Tierra tiene (siempre tuvo) la capacidad de sanarse, de recuperarse, de regenerarse. Lo que tenemos que hacer es dejar de hincarle las dosis de muerte que le estamos inyectando a diario. Y para eso es importante que entendamos la complejidad de las interacciones de la propia vida, de la propia Tierra. 

Vandana Shiva, gran referente y activista del ecofeminismo (entre tantas otras cosas), lo explica muy concreto en este vídeo:

El planeta no necesita salvadores, necesita que lo dejemos en paz. Al suelo no hay que ponerle nada, no es un cuenco vacío que hay que llenar. Nuestra naturaleza humana es inquieta, pero también es cuidadosa. 

Entonces la cuestión es: ¿Cómo colaborar en la permanencia y cuidado de la vida sin corromper? Lo esencial es reconocer nuestra historia (no perder la memoria) y sanar los vínculos. Con nosotrxs mismxs, con las otras personas (humanas y no humanas), con las demás especies, con el planeta en general.

¿Qué es la soberanía alimentaria?

Libertad. Es el derecho de los pueblos a definir sus propias formas de producción de alimentos, donde se respeten las circunstancias sociales, culturales, históricas, económicas y políticas. 

Este derecho incluye el acceso a una alimentación real, apropiada, nutritiva, segura y saludable. Además, contempla que tanto el acceso a la alimentación como las formas de producción sean justas, sostenibles en el tiempo, acordes y respetuosas con el ecosistema y logren la capacidad de mantenerse a sí mismas. De esta manera también se contempla la des-globalización de la alimentación para fortalecer la identidad cultural de cada comunidad y lugar.

El concepto surgió hace más de 70 años luego de la Declaración Universal de Derechos Humanos, pero se empezó a difundir en 2007 a partir del Foro por la Soberanía Alimentaria que se hizo en Malí (organizado por la Marcha Mundial de Mujeres y Vía Campesina) donde se le dio un enfoque mucho más estratégico y amplio, que se materializó en la Declaración de Nyéléni.   

Este documento reivindica y pone en valor la voz de las mujeres, que siempre tuvieron y tendrán un rol fundamental en la lucha por la soberanía alimentaria, en el mundo rural y en la historia de la vida y alimentación de los pueblos.

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La soberanía alimentaria es producción local, es fortalecimiento de la economía regional, conservación de la flora y fauna nativas, es regeneración del ecosistema, es libre elección, es justicia, es salud y nutrición para el cuerpo y para el planeta. 

La soberanía alimentaria nos invita a migrar de una forma de pensar y actuar extractivistas ante la vida, para buscar caminos que colaboren en una economía de la equidad, la solidaridad y el cooperativismo. 

Nos sugiere revisar los costos reales (no sólo monetarios) de los productos comestibles que estamos generando para reivindicar la importancia del cultivo más respetuoso. Nos propone creatividad para crear cambios reales, conscientes y genuinos. 

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