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¿Qué tanto nos importan los caballos?

Durante la semana se viralizó un video en el que se puede ver cómo niñes pintan caballos. Aparentemente sucedió en un Centro Hípico de Murcia (España), en el marco de cursos de manualidades de verano. Las imágenes generaron indignación en redes sociales, pero… ¿realmente nos importan los caballos? Por Natalia Paesky Perros, gatos y ¿caballos? […]

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Durante la semana se viralizó un video en el que se puede ver cómo niñes pintan caballos. Aparentemente sucedió en un Centro Hípico de Murcia (España), en el marco de cursos de manualidades de verano. Las imágenes generaron indignación en redes sociales, pero… ¿realmente nos importan los caballos?

Por Natalia Paesky

Perros, gatos y ¿caballos?

El sistema especista nos hace asignarle a las demás especies ciertas jerarquías. El orden en el que las ubicamos dentro de la pirámide especista varía de una cultura a otra. Por haber nacido de este lado del globo, colocamos en un nivel superior (siempre debajo de la especie humana, claro) a perros y gatos, llamados muchas veces “animales de compañía” y que en muchos casos hasta consideramos parte de la familia.

En un nivel intermedio encontramos a los caballos, delfines y algunas otras especies que nos generan cierta empatía. Ya en el piso de la pirámide se encuentran aquellas especies que usamos para comer, vestirnos, testear productos, entretenernos.

Si bien algunas especies son de cierta manera favorecidas en comparación con otras, desde la lógica de la supremacía humana todas ellas son reducidas a meros objetos o productos de consumo a partir de los que buscamos satisfacer necesidades que no tenemos.

Es decir, independientemente del lugar que ocupen en la pirámide del especismo, seguimos buscando en nuestro vínculo con los demás animales determinados beneficios (económicos, compañía, seguridad, entretenimiento, status social).

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Los caballos no se comen

En Argentina, para muchas personas los caballos son considerados “amigos”. La idea de comer carne de caballo genera, principalmente en los sectores más privilegiados de la sociedad, un rechazo absoluto. Además, son muchas veces considerados un símbolo patrio por el protagonismo que tuvieron en momentos claves de la historia de nuestro país.

Perón, durante su tercera presidencia, prohibió la matanza de caballos para consumo humano. En 1998, el presidente Carlos Menem autorizó mediante el Decreto 974/98 la cría y matanza de caballos para comercializar su “carne”. Sin embargo, en Argentina el consumo de carne de caballo está prohibido, aunque somos uno de los principales exportadores a nivel mundial: estamos en el top 5 junto a Bélgica, Canadá, Mongolia y Polonia. 

Cabe destacar que en nuestro país los caballos que se matan para exportar su carne, provienen mayormente del descarte de otras actividades en las que se los utiliza: hipódromos, rodeos y polos. Cuando ya no cumplen con lo que se espera de ellos debido a la vejez, lesiones o enfermedades, son enviados al matadero. 

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Depende quién y cómo

Cuando se debate en torno al uso y consumo de caballos surgen dos variables que parecieran atenuar o agravar nuestro juicio moral: depende de quién los use y en qué condiciones.

Hay un claro juicio moral atravesado por el clasismo que provoca que personas de sectores privilegiados de la sociedad hagan uso y explotación de caballos sin que recaiga sobre ellas la crítica por esto. Mientras tanto, quienes no gozan de los mismos privilegios de clase son tildados de “explotadores” y “violentos”. ¿Por qué?

Más allá de la cuestión de clase, entra también en debate las condiciones en las cuales se explota a los caballos: en general se considera que aquellos que son utilizados en deportes como el polo o la equitación están en mejores condiciones y por ello se justifica su uso, en detrimento de quienes lo utilizan para una actividad laboral (por ejemplo quienes recolectan cartones y otros materiales reciclables).

Sin lugar a dudas hay, incluso en organizaciones protectoras de caballos, una jerarquización que invita a condenar con mucha más fuerza el uso por parte de “cartoneros” que su explotación en campos de polo, equitación o actividades turísticas como cabalgatas. Entonces, ¿importa el caballo o depende de quién lo explote? ¿Importa que no se lo utilice o solo si las condiciones no nos parecen respetuosas? ¿Es ético hacer uso de alguien sin su consentimiento?

Queda abierta la invitación para pensar en torno a estos interrogantes y a la manera en la que nos vinculamos con las demás especies, desde la superioridad y dominación.

Cristian Dominguez

Redactor y co-productor de contenidos para el sitio web y las demás plataformas de El Resaltador.
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