Resaltadas

Corea del Sur: los juegos de la desigualdad

El mainstream audiovisual se llenó de producciones coreanas que reflejan situaciones de pobreza y desigualdad estructural. Quizás resulta un poco extraño pensar esas coyunturas en Corea del Sur, una de las 10 mayores economías mundiales. En esta columna de Es de Politólogos, se ponen en tensión ciertos aspectos cruciales del país asiático. Por Fernando Ortiz […]

🕒  9 minutos de lectura

 | 

El mainstream audiovisual se llenó de producciones coreanas que reflejan situaciones de pobreza y desigualdad estructural. Quizás resulta un poco extraño pensar esas coyunturas en Corea del Sur, una de las 10 mayores economías mundiales. En esta columna de Es de Politólogos, se ponen en tensión ciertos aspectos cruciales del país asiático.

Foto: Infobae

Por Fernando Ortiz Sosa de Es De Politólogos.

En las últimas semanas, la serie de Netflix El Juego del Calamar dio mucho que hablar en casi todo el mundo. Un fenómeno parecido se dio cuando la película Parásitos, también coreana, saltó a la fama al haber ganado un premio Oscar en el año 2020 como mejor película.

Más allá de estos dos ejemplos, el cine coreano viene teniendo mucho éxito por estos lares occidentales con algunas producciones que llaman la atención como contenido. El Huesped, #Vivo o Estación Zombie, son algunos de los ejemplos más taquilleros.

Sin embargo, hay otras películas que sin ser de acción, se asemejan más a las dos primeras que nombramos por su trasfondo social: Burning o Alta Sociedad. Sin perjuicio de los argumentos en particular, un hilo conductor une a estas cuatro películas: la desigualdad y necesidad de movilidad social.

Pero, antes que nada, tenemos que presentarnos con nuestro objeto de análisis. Corea del Sur es un país de apenas 100.000 kilómetros cuadrados, con más de 50 millones de habitantes. Para que tomemos dimensión, tengamos en cuenta que la Provincia de Córdoba tiene aproximadamente 165.000 kilómetros cuadrados con menos del 10% de la población de Corea.

A pesar de su pequeño tamaño, es una de las diez mayores economías mundiales con un PBI de 1,6 billones de dólares (per cápita de U$S 30.000 y una inflación del 0,3% anual).

Entonces, la duda que nos puede llegar a surgir es: ¿por qué en un país que está entre las mayores economías del mundo, hay expresiones artísticas que ponen foco en la desigualdad y pobreza?

También te puede interesar: Auf Wiedersehen Mutti, el fin de los 16 años de Merkel en el poder

Confucianismo... ¿capitalista?

Foto: Hanadutalk.

La cultura china ha influido mucho en la actual Corea del Sur, sobre todo desde que a mediados de la Edad Media comenzara a extenderse cada vez más las enseñanzas de Kung-fu-tzu (Confucio) que postulaba un arraigo a la tradición como una de las máximas virtudes del pueblo.

Con el correr de los siglos, y sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial y el armisticio de la Guerra de Corea, el avance capitalista en dicho país se ha ido configurando de maneras distintas a las de Occidente, sin perder, por supuesto, su propia esencia expoliadora. Valores de autodisciplina, el ahorro, la enorme importancia a la educación, el valor de la familia y el respeto por el orden, son conceptos confucianos que fueron integrándose con el ideario capitalista que hoy impera en la región.

Tanto en El juego del Calamar como en Parásitos vemos contrastes de desigualdad muy evidentes. Un sector empobrecido o endeudado frente a otro sector rico o, al menos, sin mayores apuros económicos. Pero también se torna relevante un aspecto en particular: la educación.

Para coreanas y coreanos, la educación de sus hijos es muy importante, a punto tal de que las familias coreanas son de las más endeudadas del mundo y gran parte de esa deuda tiene que ver con gastos en la educación de los hijos. Sea en escuelas que representen un alto nivel académico, como también los apoyos educativos extra curriculares que permitan o faciliten el ingreso a la universidad.

En El juego del Calamar, el protagonista es un desempleado adicto al juego y super endeudado, que no se cansa de alabar a su amigo de la infancia, con quien creció en un barrio obrero, por ser el único del grupo en haber ido a la universidad, como si ello fuera un hito importante de destacar.

En Parásitos una de las familias vive en un sótano (un bunker antibombardeo, como los miles que hay por todo Seúl y que se alquilan) haciendo malabares para tener conectividad en el celular y armando cajas de cartón para pizzas. Uno de ellos encuentra un negocio en hacerse pasar por egresado universitario para dar clases particulares a una adolescente de clase alta, aprovechando la situación para posicionar a toda su familia en una especie de estafa familiar. Todo termina mal, por supuesto.

La cuestión educativa toma un rol preponderante en ambas producciones y no deja de ser una ficcionada visión de la importancia que los coreanos le dan a este eslabón del ascenso capitalista. Todos los años, se lleva adelante un examen global para el ingreso a las universidades, el suneung, donde un promedio de medio millón de jóvenes deben afrontar una prueba de ocho horas preparado meses antes por una tropilla de docentes encerrados. Los exámenes se realizan al mejor estilo El juego del Calamar, durante un mes con todas las medidas de seguridad más propias de su vecino del norte que de un país libre. Sólo ingresa el 4% de los aspirantes.

Corea del Sur se transformó lentamente en una picadora de jóvenes, con una de las tasas de suicidios más altas del mundo en este rango etario y en su mayoría provocados por fracasos educativos. Desde niños son preparados para el futuro ingreso a la universidad. Son comunes las fotos de jóvenes dormidos parados luego de estudiar 12 o 14 horas seguidas, los familiares esperando afuera cual procesión religiosa hasta que termine el examen y, todo ello, luego de haberse endeudado durante años para lograr el éxito de sus hijos. En Corea del Sur, se estima que cada familia tiene una deuda de más de U$S 12.000, la mayoría en educación.

También te puede interesar: Nayib Bukele, el dictador más cool del mundo

Barrilete cósmico, ¿de qué cuchara viniste?

El juego del Calamar, es un juego de niños en Corea. Foto: áreajugones.sport.es

Seguimos con la educación. En Parásitos, uno de los protagonistas ya había intentado el examen anual para ingresar a la universidad unas cuatro veces, todas ellas fracasadas, y tenía la esperanza de ingresar al año siguiente. En El juego del Calamar, ya contamos el orgullo que se sentía por ese muchacho de barrio humilde que logró ingresar a la universidad más importante del país.

En Corea, los jóvenes están muy descontentos y ellos mismos crearon la llamada Teoría de las Cucharas, que explica lo difícil que se ha vuelto la famosa movilidad social ascendente. Según esta teoría, cada uno de nosotros nacimos con una marca casi indeleble, puede ser cuchara de oro (0,1% de la sociedad), quienes nacieron con cuchara de plata (3%) y quienes tienen cuchara de bronce (8%); el resto, son cucharas de tierra o barro, como le llaman.

Esta teoría popular habla de la creciente sensación de desigualdad en la península, algo que si vemos los números macroeconómicos nos resulta raro. Más aún cuando lo comparamos con nuestro país en eternas vías de desarrollo o bien los vecinos de la región.

Sin embargo, el problema de la desigualdad no es algo exclusivo del tercer mundo. En Corea, por ejemplo, el desempleo juvenil trepa al 8%. Si naciste en una familia cuyo uno de los progenitores es profesional, tenés un 92% de probabilidades de seguir el mismo camino, mientras que si tus padres no fueron a la universidad, tus probabilidades descienden al 30%, aproximadamente.

Vamos, no es algo muy distinto a lo que podría pasar en cualquier país latinoamericano. Pero no nos olvidemos que estamos hablando de una de las diez economías más importantes del mundo, aunque sus tasas de crecimiento han estado en franca caída en la última década, acentuando cada vez más la desigualdad.

En el otro extremo, tenemos a los ancianos, que siguen de cerca a los jóvenes en cuanto a tasa de suicidio anual en un país con un excelente sistema sanitario y una de las mayores esperanzas de vida. Esto sucede por la irrisoria cobertura en seguridad social que hace que solo el 25% sea beneficiario de alguna pensión nacional y provocando que cerca del 49% de los ancianos coreanos vivan en situación de pobreza.

Claro, cuando se creó el sistema de seguridad social en Corea del Sur, no incluyó de manera retroactiva a muchos de los trabajadores que habían construido a este tigre asiático luego de la guerra con su vecino del norte. Es así que, además de ser una población envejecida, muchos de ellos tienen que pasar entre 20 y 30 años después de jubilarse en estado de pobreza y dependiendo de hijos o beneficencia, antes de morir. Según los valores confucianos, es lógico que muchos de ellos elijan el suicidio ante la vergüenza que ello representa.

Los mensajes son de advertencia

Imagen de la película Parásitos. Foto: La Vanguardia.

El tecncapitalismo confuciano de Corea del Sur provoca las mismas desigualdades que en cualquier otro sistema capitalista. Esto no debería sorprendernos mucho. Lo que sí nos debe llamar la atención es que en un país desarrollado se acentúen cada vez más las brechas entre ricos y pobres, las oportunidades entre todos los sectores de la población.

El sistema educativo es una picadora de carne que determina quien va a tener éxito y quien no lo tendrá, teniendo, por supuesto, más posibilidades aquellos que hayan nacido con alguna de las primeras tres cucharas.

Como dice el filósofo coreano Byung-Chul Han, la violencia panóptica foucaultiana, tal como lo esperamos ver en el vecino del norte, ya no existe más en el sur. Fue reemplazada ahora por un panóptico digital que naturaliza la violencia de una manera más estructural, exigiendo la autoexplotación y una imperante necesidad de éxito que debe ser compartido con todos los demás.

Los más jóvenes coreanos, que dicho sea de paso también se van en tropel del país buscando otras oportunidades laborales, ven en la desigualdad un reclamo que va más allá de lo tangible del dinero y de las posibilidades. Ven en ello un erosionamiento de la individualidad y el disfrute, que los obliga a exigirse más de lo necesario, a explotarse, a suicidarse. Todo ello, en un país rico donde se esperaría que la vida sea más fácil, tanto para ricos como para pobres, para jóvenes o ancianos.

Las villas miseria coreanas (que son subterráneas) no fueron muy conocidas por todos hasta la explosión de estas ficciones que muchos de nosotros vimos. Pero siguen existiendo, como también existen en Argentina, EE.UU., Europa con sus campos de concentración para refugiados, en los cubículos de 6 metros cuadrados donde muchos duermen en China o Japón, etc. Todo ello para seguir alimentando la maquinaria capitalista y consumista.

En El juego del Calamar, si no pasás la prueba, te ametrallan. En la vida real, si no pasás las distintas pruebas, te ametralla el aspiracionismo y la sociedad de consumo que te señala como un fracaso. Todos los participantes están sobreendeudados y se lanzan a un juego por voluntad propia, para ganar una increíble suma de dinero que los salve de sus desgracias.

En Parásitos, la pobreza tiene olor, el pobre siempre está descendiendo (eso se nota en las magistrales tomas) y a oscuras en un sótano. El rico está bien iluminado arriba. No dejan de ser personajes atravesados por una violencia que no deja de ser simbólica, y es la del statu quo consumista, la del panóptico digital, la autoexigencia y la vergüenza confuciana.

Como ya dijera Slavoj Zizek, "la tragedia de nuestro dilema dentro de la ideología, es que cuando creemos que escapamos de ella en nuestros sueños, en ese preciso momento nos encontramos dentro de la ideología". La escena final de Parásitos tiene que ver con el sueño del joven protagonista de ir a la universidad, tener dinero y poder comprar la casa de ensueño en la que en algún momento quiso timar a la familia Kim, para de esa manera, poder salvar a su padre atrapado en ella.

Enterate acá
Enterate acá

Relacionado

Enterate acá

Más de lo último