Una canción para que la escuches siempre

Empieza esta columna teñida con lo apacible de las vacaciones y con la nostalgia solapada que nos provocan a veces los libros: un ensayo sobre el suicidio, una novela donde el protagonista intenta escribirle una carta sobre lo que siente a su madre y un poemario que se adentra en la aparente dureza de las piedras.

Por Cristian Montú

Mientras leo a destajo y sin preocupaciones, suena de fondo una playlist que se reproduce hasta el hartazgo. Una vez que se acaban las mismas canciones que escucho a diario comienzan a sonar otras de manera aleatoria y entonces me sorprende la voz de Cerati cantando Por aquello que encontré en tus ojos… Por aquello que perdí en la lucha… Conocer la otra mitad es poco… Comprender que solo estar es más puro… Inmediatamente recuerdo cuando durante una salida con amigas, en la Belle Epoque, la canción sonó mientras afuera llovía despacio sobre la ciudad de Córdoba.

La salida quedó fija en el recuerdo indefectiblemente junto a la canción de Cerati. Así, muchos de los momentos pasados, que vuelven una y otra vez a la memoria, logran traspasar la barrera del olvido. 

Y entonces, cuando los recuerdos y las personas que ayudaron a formarlos sólo pueden ser admirados en la distancia, resuenan las palabras del protagonista de la novela que estoy leyendo hoy: “Hay días en que me siento un ser humano, y otros en que me siento más un sonido.” 

La lección de piano

La música que conozco y de la que puedo hablar, está presente en la literatura, más allá de la poesía y su métrica. En uno de los cuentos que conforman el libro “No a mucha gente le gusta esta tranquilidad”, de María Teresa Andruetto, el protagonista es un viejo que recibe a un técnico que llega a reparar cierto problema con la red de internet.

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La casa del viejo es una oscuridad total, el desorden se ha encargado de acaparar todas las superficies posibles, y él mismo parece haberse dejado cooptar por el abandono, el técnico observa: “...el viejo, había sido músico, profesor en el conservatorio; cuando era joven y también más tarde, había dado conciertos, el último a los cincuenta. Era un viejo flaco, pálido, que olía a aceite, a pizza rancia…”

En un portarretrato se lo puede ver al viejo, siendo joven, junto a su esposa. Ella ha muerto y por medio del recuerdo, el viejo trae al presente la vida junto a esa mujer a la que se sentía unido en el amor y en la música. La muerte los separó y él decidió dejar para siempre el piano y su vida de músico.

A medida que la tarde avanza, el viejo y el técnico charlan mientras los dos olvidan la razón que los reunió aquella tarde. Incluso pareciera que el recuerdo que “...es como un perro que se acuesta donde quiere…” se transforma en otra cosa.

Diario del dinero

Rosario Bléfari fue, es y será actriz, cantante y escritora (y más, mucho más). Y el libro del cual les hablo es un diario que apareció publicado póstumo y en él Rosario intenta hacer un registro en prosa de todos los gastos que van surgiendo a diario mientras vive. 

Como todo lo planeado, la intención toma otros rumbos y el diario se convierte en un salto en el tiempo, donde los años van y vienen. Hay gente que vive y que muere, y con el correr de las páginas vuelve a vivir porque la autora volvió en el tiempo. Lo que pretendía ser un simple registro de gastos termina mostrándonos el retrato de distintas épocas de nuestro país bajo la aguda mirada de una artista como Rosario.

¿Qué le interesaba y la inspiraba? ¿Cómo componía sus canciones? ¿Cómo se financiaba la producción de sus discos de manera independiente? ¿Cómo compaginaba una vida de artista con las obligaciones domésticas?

La ciudad sin ti

Si bien ni el autor ni la canción que vienen a mi mente son de Argentina, es inevitable mencionarlos. En “Poco hombre” se reúnen muchas de las crónicas que Pedro Lemebel narró y escribió a lo largo de su vida, y no son pocos los párrafos donde se puede percibir ese abrazo simbólico entre las disidencias y la música como refugio.

La ciudad sin ti es una de esas crónicas que no superan las dos páginas pero que se queda clavada como una astilla para siempre. Sus recuerdos vuelven a aquel momento, en plena escuela secundaria, al escuchar una canción cargada de nostalgia, de tristeza por lo que ha quedado atrás y probablemente ya no vuelva.

Sentado en el patio, alejado de todos, Pedro ve acercarse a uno de sus compañeros que entona una canción “…de esas que escuchan las tías solas o las mujeres cursis…” y se sienta a su lado.

Después de esos momentos de amistad y compañerismo, vendrían los años oscuros de la dictadura de Pinochet y Pedro Lemebel le habla a la noche clara y serena, esperando que su amigo le escuche desde algún lugar: “Nunca más supe de ti, quizás escondido, arrancado, torturado, acribillado o desaparecido en el pentagrama impune y sin música del duelo patrio.”

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Muchacho ojos de papel

La literatura en la música o la música en la literatura es un tópico que nunca se agota. Este breve recorrido por novelas, cuentos y diarios de autores que se inspiraron en músicos y sus canciones surge a partir de la conmemoración del Día Nacional del Músico, que se celebra cada 23 de enero recordando el nacimiento de Luis Alberto Spinetta. 

¿Qué puede agregar alguien como yo que se relaciona con la música solamente a través de lo que escucha y que intentó estudiarla pero que siempre fracasó? No mucho más, pero siempre estoy al acecho, buscando lecturas que se queden clavadas en la memoria y el corazón como lo hacen muchas canciones.

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