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Traspasando la simple efeméride: a propósito del "Día del Aborigen Americano"

Al momento de la reflexión en torno a esta efeméride, resulta indispensable revisitar cuáles han sido las políticas estatales propuestas para intentar resolver lo que se denominó durante décadas "el problema del indio". En este escrito proponemos un periplo posible para ello, con la intención de reflexionar también sobre el Juicio por la Masacre de […]

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Al momento de la reflexión en torno a esta efeméride, resulta indispensable revisitar cuáles han sido las políticas estatales propuestas para intentar resolver lo que se denominó durante décadas "el problema del indio". En este escrito proponemos un periplo posible para ello, con la intención de reflexionar también sobre el Juicio por la Masacre de Napalpí.

Por Pablo Reyna. Historiador. Comunidad Camiare (Comechingón) Timoteo Reyna. A la memoria de Juan Chico, historiador Qom.

Exterminar o integrar, esa es la cuestión

Desde que los Estado-nación se hicieron cargo del poder y del destino de las personas que habitaban dentro de sus pretendidas fronteras, han existido, visiblemente, al menos dos caminos para con los pueblos indígenas: la asimilación o el exterminio.

No obstante, si bien el exterminio como práctica etnocida, garantizó la consolidación de los Estado-nación, ante la obstinada presencia originaria durante la primera mitad del siglo XX, se desplegaron una serie de políticas, conocidas como indigenistas, en algunos de los Estados de la región.

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Este tipo de acciones –garantizada la soberanía nacional y el control territorial- fueron ensayadas en diferentes países para intentar resolver las problemáticas que confrontaban los pueblos originarios del periodo. Pero, a su vez, existía en ellas un designio no siempre transparentado: y era que las poblaciones indígenas se debían integrar a la “nación” y al “mercado”, lo que conllevaba lógicamente un desdibujamiento de la propia especificidad étnica.

Con ello tenemos que el indigenismo fue una política desplegada por sectores no originarios, en algunos Estados como México, Bolivia, Perú y también Argentina, que tendió al reconocimiento de la diferencia, pero a partir de asimilar a la población indígena al “todo” nacional. Y, es necesario aclararlo, se diferencia del indianismo, ya que esta corriente nace desde los propios sectores indígenas pero bajo un designio anticolonial: defender los derechos ancestrales y el territorio, como supo proponer el ya desaparecido amawta y filósofo Fausto Reinaga, allá por la década del sesenta.

Pero nos interesa concentrarnos en el indigenismo, pues fue el modelo desde el que se instituyó al 19 de abril como el “Día del Aborigen Americano”. Y ello ocurrió, a nivel continental, durante el primer Congreso Indigenista en Pátzcuaro, México, hacia 1940. Allí fue cuando el presidente mexicano Lázaro Cárdenas, expresó que “nuestro problema indígena no está en conservar al indio, ni indigenizar a México, sino en mexicanizar al indio”.

Como se puede observar, la propuesta pretendía borrar las identidades étnicas para amalgamarlas a la nación que, era percibida, como el lugar de confluencia (y disolución) de las diferencias.

Acta Final del Congreso desarrollado en Pátzcuaro, Michoacan, entre los días 14 y 24 de abril de 1940.

De Pátzcuaro a la Argentina

Desde aquel Congreso de 1940, cada 19 de abril, los sectores progresistas no indígenas recuerdan y revalorizan la presencia originaria, y como mucho imaginan soluciones siempre conjugadas en tiempo futuro. Mientras que desde el ámbito más radicalizado de los pueblos originarios, se sigue denunciando que las injusticias tienen una doble dimensión: son históricas, y por lo tanto, parten de una matriz aún colonial, y en segunda instancia al tener estas características, se vivencian cotidianamente, más allá del propio 19 de abril, y desde el 12 de octubre de 1492.

En Argentina, en 1945 también se instituye al 19 de abril como “Día del Aborigen Americano”, por medio del Decreto 7550 del Ejecutivo Nacional. El general Perón, desde la Secretaria de Trabajo, incorpora la “Comisión Honoraria de Reducciones de Indios” a la “Dirección de Protección Aborigen” con la clara intención de resituar la “temática aborigen”.

Y si bien el propósito era revalorizar y reconocer a los pueblos indígenas, e intentar dar vía a soluciones puntuales, prontamente quedó en evidencia que, al igual que en México y otros países, existía una finalidad subyacente: “argentinizar” por medio de políticas públicas asimilacionistas a las poblaciones originarias. Y si ello no se lograba, revitalizar las prácticas de genocidio.

Con ello decimos que esa década estuvo signada por inmensas contradicciones en relación a la gestión de la diversidad que propuso el modelo de Estado de Bienestar peronista. En 1946 el Malón de La Paz –una movilización de kollas de Salta y Jujuy- se trasladó a Buenos Aires para exponer las situaciones de injusticia que atravesaban por entonces. Y si bien fueron recibidos y alojados –irónicamente- en el Hotel de Inmigrantes, días después  fueron expulsados por la fuerza policial y enviados a su lugar de origen, sin ninguna resolución a sus reclamos. Y un año después en 1947, ocurrió la Masacre al pueblo pilagá en Rincón Bomba (Las Lomitas, Formosa) que fue ejecutada por la Gendarmería Nacional, y ocultada

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Más allá de esos “contrasentidos” al modelo indigenista peronista –que, no debemos olvidar, costó la vida de miles de personas- desde esa década del 40, este paradigma, ha nutrido las políticas públicas establecidas para con los sectores originarios, a excepción de lo sucedido en las dictaduras en que se reeditaron nuevamente las prácticas genocidas ensayadas durante fines del XIX, en Napalpí (1924) y Rincón Bomba (1947), pero bajo otro ropaje y discurso.

Indígenas kollas portando fotos de Perón durante 1946.

El panorama desde la recuperación de la democracia

Recién en 1985, durante el gobierno radical de Raúl Alfonsín, se sanciona la Ley 23.302 de “Política Indígena y Apoyo a las Comunidades Aborígenes”, luego de décadas de una parcial ausencia de políticas destinadas a los pueblos indígenas. Esa norma, cuyo espíritu integracionista es evidente, creó el INAI[1] y pretendió garantizar la participación indígena, como expresa el artículo 5.

No obstante no existió una real apertura para la intervención originaria. Y para muestra basta sólo un botón: la presidencia del INAI, siempre estuvo a cargo de una persona no indígena, por más que el movimiento originario organizado, instó y solicitó, en diferentes oportunidades,  se revise esa postura claramente colonial.

Ya con la reforma constitucional de 1994, y la ratificación del Convenio 169 de la OIT[2] en el año 2000 –pero sobre todo a instancias de la madurez del movimiento indígena- comienza a operar lo que podríamos llamar un cambio de paradigma. Pues el reconocimiento de la pre-existencia de las poblaciones indígenas al Estado,  en tanto colectivos históricos anteriores a la “nación”, expresa una renovación discursiva y en referencia al repertorio de acciones que establecemos desde los propios pueblos originarios.

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Sin embargo, los distintos gobiernos que se hicieron cargo del Estado argentino en las últimas dos décadas, no se mostraron para nada voluntariosos al momento  de debatir en profundidad ese cambio de paradigma.  Arrastrando acciones y concepciones integracionistas, se han manifestado poco abiertos a un diálogo intercultural sincero y en términos de simetría, equidad e igualdad. Es que el mandato de homogeneidad ha tenido tanta fuerza en Argentina que cuesta desestabilizar los postulados del integracionismo.

En tal sentido, vale recordar que las negociaciones y diálogos interétnicos no deben concebirse como un favor que “la nación” le hace a las diferentes “culturas originarias”. Más bien deben constituirse como verdaderos parlamentos y tratados entre naciones y/o pueblos diferenciados. Es decir, entre sujetos colectivos con disímiles densidades históricas. Sin ir más lejos, la posibilidad dedeclarar a la Argentina como Estado Plurinacional, que es uno de los reclamos que establecemos desde el propio ámbito indígena en los últimos años, es una temática que no ha sido agendada seriamente por ningún partido político. Y esa sola instancia, garantizaría al menos en teoría, poner el foco en la agencia histórica de los pueblos preexistentes pero también implicaría revisar los postulados del propio indigenismo como política de asimilación e integración.

Desde los pueblos indígenas –y en compañía de otros sectores sensibles de la sociedad- venimos bregando para que las fechas que se refieren a nuestra presencia, no queden aprisionadas entre actos escolares, fotografías oportunistas y políticas vacías de contenido.

Es por ello que  rememorar este día, sin danos la posibilidad de criticar los modelos de “gestión” de la diversidad étnica en un momento histórico en que otros Estados asumieron como una realidad la Plurinacionalidad –o al menos están en esa vía- sería abandonar a la suerte nuestro destino, que entendemos está enraizado profundamente con nuestro pasado.

Columna publicada originalmente el 19 de abril de 2022.

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