¿Se imaginan un mundo con abogadas?
Pasó la efeméride por la cual se recuerda a quienes estudiamos abogacía y aprovecho la oportunidad para hacer un par de reflexiones... Por Julieta Cena Los 29 de agosto se saluda a les abogades conocides: amigues, familiares o quién “te lleva la causa” cuando un conflicto es judicializado. Siempre se conoce a algune abogade, pues […]
Por El Resaltador | 09/04/2022
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Pasó la efeméride por la cual se recuerda a quienes estudiamos abogacía y aprovecho la oportunidad para hacer un par de reflexiones...

Por Julieta Cena
Los 29 de agosto se saluda a les abogades conocides: amigues, familiares o quién “te lleva la causa” cuando un conflicto es judicializado. Siempre se conoce a algune abogade, pues será lo que debas ser o serás…
Así, el día del natalicio de Juan Bautista Alberdi se convierte en una efeméride que, en algunas oportunidades, replica “graciosamente” los estereotipos sobre el ejercicio de la abogacía y es acompañado de memes en las redes sociales. Pero… ¡¿alguien quiere pensar en las abogadas?!
Si bien no es una novedad que el mundo jurídico ha sido siempre hostil hacia las mujeres e identidades diversas, los “días del abogado” me invitan a (re)pensar en la experiencia, propia y compartida, como mujer abogada en la Provincia de Córdoba.
Mi recorrido profesional fue variado, aunque no errático. Como estudiante, como pasante en el poder judicial, como abogada litigante, e incluso en alguna medida como docente e investigadora, la sensación siempre fue la misma: ser mujer, joven e informal no eran factores favorables. Y por supuesto, mucho menos ser feminista.
¿Y las violencias dónde están?
Basta con transitar los pasillos de tribunales para observar como la forma de vestir, los modos en que se comunica, así como lo dicho y lo callado reproducen estereotipos que sostienen a las jerarquías patriarcales, e inciden en la construcción del “perfil de les abogades”. Lo que, en definitiva, se proyecta en nuestra identidad como profesionales del derecho.
La Universidad Nacional de Córdoba, reconocida por ser la cuna de la primera facultad de derecho en 1791, esperó hasta 1929 para otorgar a una mujer el título de abogada: Elisa Ferreira Videla. Nada menos que 20 años después de que María Angélica Barreda se recibiera en la Universidad de La Plata y, sorteados los obstáculos destinados a excluirla de las cortes por su género, obtuviera autorización judicial para el ejercicio liberal de la profesión.
Incluso entrado el Siglo XX, las lógicas sexistas han invadido los espacios de formación, basta recordar cómo en 1997 se acudía a la justicia para evitar el ingreso de mujeres al “Monserrat”. Al respecto, recomiendo leer la siguiente nota publicada en La Nación: Persiste la resistencia al ingreso de mujeres en el Monserrat
Es que el derecho como discurso social, forma parte del entramado de relaciones de poder que construye realidades y moldea las identidades; por ello quienes operan en el derecho despliegan un rol que, en un sistema patriarcal creado a imagen y semejanza de varones, reproduce la jerarquización sexo genérica. En otras palabras, en el ejercicio de la abogacía también se convalidan normas sociales de estándares masculinos y violencias sutiles, y no tanto.
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Las mujeres como voces de saberes especializados

La segregación de las mujeres en el ejercicio de la abogacía, guarda una genealogía histórica. El derecho romano, cuna del derecho y materia que aún se dicta en el primer año de la carrera, prohibió a las mujeres el ejercicio de la abogacía por ser considerada actividad propia de los hombres.
“Cuenta la leyenda” que Gaya Afrania, acudía con frecuencia a las cortes romanas actuando de manera “vehemente e inusitada”. Y fue justamente, esa actitud “extremadamente desvergonzada”, lo que causó molestia a los magistrados y originó los edictos que prohibieron, desde aquel entonces, la presencia de mujeres en los foros jurídicos.
Estas historias, que parecen salidas de taquilleras series de época, forman parte de las situaciones cotidianas y naturalizadas que se viven cuando sos mujer y abogada. Estándares como: los varones son fuertes y las mujeres débiles; los varones racionales y las mujeres sensibles, los varones son enojadizos y las mujeres histéricas, se proyectan perniciosamente en las condiciones de trabajo y las posibilidades de desarrollo profesional de las mujeres abogadas.
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Las masculinidades al palo
Les propongo un ejercicio: cierren los ojos y piensen en la figura de una persona abogada exitosa ¿Acaso se les representa la imagen de un varón con carácter, que se impone sin perder las formas, y que en los mejores de los casos goza de apellidos de alta alcurnia para dar cuenta de un linaje familiar tradicional cordobés?
En el campo de la abogacía estos estereotipos se transforman en estándares, valorando para el éxito aquellos asimilados al rol masculino. Estándares que son forjados desde la formación universitaria y que se reproducen en un disciplinamiento de los perfiles de abogades, las formas de ejercer la profesión y sus legitimidades.
De esta manera, las mujeres deben demostrar con mayor formación y trabajo, la capacidad para ejercer cargos de jueza o de representación en juicios. Y de seguro, la materia en la que se desempeñen tendrá incidencia. No serán igual los obstáculos a sortear si se elige trabajar en causas “penales” como en aquellas de familia o violencia de género, donde las características asociadas están relacionadas con los cuidados.
Los desafíos

Si bien ya es conocido el hecho de que las mujeres reciben, muchas veces, menor salario por igual trabajo que los varones, sumado a los obstáculos a los que debemos enfrentarnos para acceder a cargos jerárquicos, el terreno de la abogacía se presenta con particularidades hostiles.
La manera de vestir, la personalidad, los condicionantes sociales se cuelan en dinámicas de violencias que son muchas veces imperceptibles, pero se repiten en las diversas experiencias de vidas de aquellas femeneidades que, en ejercicio de la abogacía, disputan la palabra del poder.
Creo que el desafío colectivo consiste en la transformación del ejercicio profesional con un fuerte compromiso por combatir los estereotipos, rescatando la experiencia y la lucha por una nueva visión del mundo jurídico que permita su interpretación y ejercicio con multiplicidad de voces.
Rescatar la experiencia de las mujeres abogadas es imprescindible para visibilizar las estructuras opresivas y buscar conjuntamente otras formas de pensar y operar el derecho. Un mundo con abogadas que puedan ejercer libremente su profesión representa la apuesta de un mundo más deseable. ¿Se lo imaginan?
