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Planeta ¿tierra o agua?: Algunas reflexiones por el Día Mundial del Agua

Publicado por:El Resaltador

¿Cómo nos vinculamos con el agua? ¿Qué problemáticas acontecen alrededor de este “recurso”? ¿Cuál es la realidad de Córdoba? Algunas preguntas para reflexionar en el día mundial del agua.

Konen Uehara: Olas (xilografía, hacia 1910)

Por Magdalena Gavier. Nota publicada originalmente el 23 de agosto del 2022.

Si bien creo que las efemérides son fechas seleccionadas para recordar (y muchas veces de manera efímera), estoy segura de que podemos tomarlas como oportunidades para generar espacios de reflexión genuina y darnos el espacio y momento para conversar sobre lo que implican. Personalmente las tomo como excusas para detenerme, investigar, volver un poco atrás en la historia, revisar cómo nos atraviesan como co-habitantes del mundo y colectivizar miradas. Por eso siempre recalco que las columnas que escribo son, en esencia, eso. Y por tanto también una invitación a la reflexión personal y colectiva: al diálogo, a la pregunta, y también a la acción. 

El agua es vida

Etimológicamente la palabra agua deriva del latín aqua, y es una de las palabras con menos variaciones a lo largo de su historia. Según la RAE puede tener hasta 16 significados según el contexto. La primera que aparece, y la que probablemente esté en nuestro imaginario, es: líquido transparente, incoloro, inodoro e insípido en estado puro, cuyas moléculas están formadas por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, y que constituye el componente más abundante de la superficie terrestre y el mayoritario de todos los organismos vivos. 

Históricamente y en toda religión, cultura e identidad de un pueblo, el agua ha estado presente: como elemento sagrado, como originadora de vida, como creadora y destructora de ciclos, y como símbolo de purificación, entre tantos otros significantes. Por ejemplo, en la astrología el agua está representada por el planeta Mercurio, y tiene características femeninas y fecundantes (por la capacidad de albergar vida en un útero que, a su vez, crea una bolsa llena de líquido amniótico para proteger y alimentar a otro ser). Para la cultura hindú y también para la religión budista, el agua significa inteligencia y sabiduría. Para la cultura china es uno de los cinco elementos (además de los minerales, la madera, el fuego y la tierra) vitales para el equilibrio del todo, colaborando en los ciclos naturales (de creación y generación + dominación y destrucción) del mundo. Para el cristianismo, el agua es purificación: limpia a la humanidad de los pecados (si bien actualmente se hace a través del ritual del bautismo, originalmente se hacía en un río con corriente natural).

Me animo a decir que es una de las primeras palabras que aprendemos a modular. Quizás expresando “awa”, pero está presente. El primer alimento humano, el calostro, está compuesto en un 87% de agua (además de grasa, lactosa y proteínas). Nuestro cuerpo está compuesto por más de un 65% de agua.

Lo primero que hacemos al nacer es llorar: literal, en un acto impulsivo y descontrolado, sacamos agua de nuestros ojos. Cuando transpiramos, sacamos agua del cuerpo (hasta 1 litro al día). Nuestro cuerpo tiene la capacidad de excretar hasta 10 litros de agua a través de la orina. Paralelamente, la ingerimos diariamente: el vaso de agua de la canilla, con unos mates, en la fruta, y hasta en un vino. El agua ingresa a nuestro cuerpo, colabora en la oxigenación de nuestro organismo, nos hidrata, ayuda a convertir los alimentos en energía, a absorber los nutrientes: el agua es vida.

Y así como nuestro cuerpo es en su mayoría agua, la Tierra también. Nuestro planeta es en un 70% agua: contiene alrededor de 1386 millones de kilómetros cúbicos de agua. El 97.5% del agua en la tierra se encuentra en los océanos y mares de agua salada. Sólo el 2.5% es agua dulce. Del total de agua dulce en el mundo, el 69% se encuentra en los polos y en las cumbres de las montañas más altas y se encuentra en un estado sólido. El 30% se encuentra en la humedad del suelo y en acuíferos. Solamente el 1% del agua dulce en el mundo está distribuido en cuencas hidrográficas en forma de arroyos, ríos, lagos y lagunas. 

Imagen de Gonzalo Granja, fotógrafo y productor audiovisual cordobés.

Emergencia hídrica

Desde hace casi un siglo los recursos hídricos están siendo vulnerados y amenazados. Las alteraciones en el suelo, la explotación de ríos, mares y cuencas hídricas en general, la contaminación del aire, el extractivismo, todos son factores que afectan su calidad y su capacidad de auto regenerarse. 

A las causas de este panorama podemos encontrarlas detalladas en esta columna, pero están siempre vinculadas a nuestra forma de consumo. A grandes rasgos: agricultura, ganadería, minería y claro que la industria de la moda.

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Escasez de agua potable 

Si bien nuestro planeta está compuesto en gran medida, por agua, lo cierto es que no toda esa agua es apta para el consumo humano (y de otras especies no humanas). De hecho, el 97.5% del agua en la tierra se encuentra en los océanos y mares de agua salada y sólo el 2.5% es agua dulce. Solamente el 1% del agua dulce en el mundo está distribuido en cuencas hidrográficas en forma de arroyos, ríos, lagos y lagunas, el resto está distribuido entre los polos y en la humedad de los suelos y acuíferos.  

América Latina alberga el 35% de reservas de agua dulce del mundo y, sin embargo, es uno de los continentes con más conflictos para acceder a fuentes de agua potable. Por ejemplo, en México hay un 20% de la población sin acceso a este recurso hídrico. Perú es el octavo país con más reservas hídricas del mundo, pero el 30% de su población no tiene acceso a agua segura. 

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Teniendo en cuenta esta distribución de aguas, y sabiendo que somos aproximadamente unas 7.700 miles de millones compartiendo el planeta con otros animales no humanos y seres vivos, es bastante claro el panorama y el pedido urgente de dejar de violentar el agua. 

Al día de hoy, 1 de cada 3 personas no tiene acceso a agua potable y segura en sus hogares. ¿Te imaginas? Visualizate con dos amigxs e imaginá que unx de ustedes no tenga la posibilidad de beber agua potable. 

En Argentina en teoría sólo hay un 22% del total de las personas sin acceso a agua potable, y un 37% no cuenta con  sistemas de saneamiento. Igualmente, estos números no siempre se condicen con la realidad que vemos día a día. 

Sin ir más lejos, en Córdoba no sabemos qué agua estamos tomando, y eso que no estamos incluidxs en la cifra mencionada en el párrafo anterior, porque en teoría sí tenemos las instalaciones y tecnología para potabilizar nuestra agua. El 70% de la población cordobesa toma agua que proviene del Lago San Roque: Estamos tomando agua contaminada.

En este sentido, recomiendo fuertemente un documental excelente y necesario para entender cómo nos atraviesa la realidad de uno de los principales ríos de nuestra provincia, y de nuestra ciudad. El Grito del Suquía, documental producido por El Camboyano Producciones y la Asociación Civil el Ágora, y dirigido por Andrés Dunayevich, es un viaje de 32 km, en el que van emergiendo experiencias diversas y sumamente vitales y críticas vinculadas al Río Suquía. 

Según estudios, el río está afectado por distintas causas, especialmente por las aguas residuales de la ciudad, la actividad agrícola y la pequeña industria, estando todas ellas ubicadas aguas abajo de la ciudad de Córdoba. El río, testigo de incontables historias de nuestro paisaje cordobés, está deteriorado, lleno de plástico y de presagios de una sociedad desinteresada, que olvidó que el río es parte de su identidad. El río es parte de nuestro paisaje geográfico, pero también de nuestro paisaje social, del tejido que nos compone, y que componemos activamente. Somos el Suquía. Somos un mismo tejido que late, una misma trama viva: compartimos el mismo territorio. Y entonces me pregunto: ¿cómo es posible que hayamos llegado a este punto? ¿Cómo es posible que nos mantengamos al margen? ¿Es viable imaginar (y accionar) por un tejido más armónico? 

Imagen del documental “El Grito del Suquía”

El documental, recomendadísimo, se puede ver en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=BxBRxbxnZEY&ab_channel=ElAgoraAsociaci%C3%B3n

Somos agua. Somos Tierra. Somos parte del todo.

Es imposible pensarnos como seres ajenos al territorio que habitamos. La crisis hídrica (y toda crisis en realidad) nos invita a pensar en la construcción de una historia transformadora, amorosa e inclusiva. En este sentido, propongo que a la construcción de estas nuevas historias, la hagamos entendiéndonos como parte de la naturaleza, y no como personajes heroicos que debemos salvar el mundo. 

¿Y si dejamos que nos inunde la abundancia de la naturaleza, en sus saberes más ancestrales, y aprendemos de lo que tiene para mostrarnos? ¿Qué pasa si frenamos a observar(nos) en convivencia con el Planeta? 

Como afirma Flavia Broffoni en Extinción: «somos, al mismo tiempo, la parte y el todo, la energía y la materia, la célula y el organismo, la sociedad cultivada y el pulso silvestre. Somos cada árbol y todo el bosque, cada gota de agua y el océano entero». 

Es urgente que en esta búsqueda y observación participante, vayamos construyendo alternativas que sean sostenibles y que colaboren en el vivir armónico en un territorio respetado, que no aliene la cultura de los pueblos, que resguarde a los otros seres con quienes compartimos el ecosistema, que generen empleos dignos y que velen genuinamente por los derechos de quienes habitamos las tierras. 

La resiliencia comunitaria es un proceso transformador necesario. Propongo que quitemos el velo de la competencia de nuestra característica humana y empecemos a entendernos como seres cooperativos, comunitarios y empáticos. 

Citando a Soledad Barruti en su libro Mala Leche, socializo la pregunta que plantea para concluir la columna: «¿qué ocurre si se deja de observar al mundo como un lugar que no solo está en perpetua competencia? ¿No resulta transformador saber que la fuerza creadora no es un escenario de guerra sino también de colaboración?»

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