Una evocación a los videojuegos de mi niñez y un puñado de sensaciones que descubrimos a través del juego.
Por Ire Molina
Probablemente esta sea la nota que más me guste escribir. Y si sos una persona que está cerca o pasó los treinta espero que te guste leerla.
No voy a dejar pasar el mes de agosto sin hablar del Día de las Infancias y el Día de los Videojuegos, que es mañana, lunes 29. Ambas cosas se relacionan mucho para mi, porque mi niñez estuvo muy atravesada por los videojuegos.
La primera vez que nos mudamos de casa, recuerdo que no estaba armado el escritorio pero si la computadora. No se papi, porqué tomaste esa decisión, pero banco. Yo tenía cinco años y estaba tirada boca abajo en el piso tocando la compu por primera vez.
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Realmente tengo muy presente ese momento, no solo porque estaba en el piso frente a un aparato bastante raro, si no, porque iba a ser mi primer contacto directo con la tecnología y la primera vez que me iban a dejar participar activamente de ella. Ahí es donde empezó todo.
Una vez que la compu estuvo sobre un escritorio, llegaron los primeros videojuegos. Música para mis oídos cuando mi papá me decía: “Negra, vení” desde esa habitación. Algún jueguito nuevo me iban a presentar. Perdoname buscaminas pero nunca te encontré el sentido.
No voy a mentir, no sé en qué orden llegaron a mi vida y tampoco sé todavía de dónde sacaba mi papá tantos juegos. Lo que sí recuerdo es la adrenalina de que no me comieran los fantasmitas del Pac-Man, la música del Mario Bros, las arenas movedizas del Pitfall the Mayan Adventure.
La frustración de escuchar algunos sonidos del Earthworm Jim, mi fascinación por mi primer juego de aventura gráfica Grim Fandango y su doblaje en español, mi desilusión cuando descubrí que solo era una demo. Las tardes enteras dedicadas al Sonic y por supuesto inventar mi propio juego en el Warcraft porque no lo entendía.
Hola Family Game. Yie Ar Kung-Fu y Duck Hunt después de Dragon Ball a las siete y media de la tarde. También callejeaba bastante. Me metía en hospitales abandonados, llevaba perritos abandonados a casa que no me iban a dejar tener y jugaba a las barbies.
Aún así nada se comparaba con la sensación de levantarme un sábado a la mañana y prender la compu para seguir alguna historia guardada en el horario que en otro día cualquiera tenía que estar en la escuela.
Una vez ya instalada en la preadolescencia apareció por arte de magia el primer videojuego de Harry Potter. Llegaron Los Sims y la picardía de encerrarlos en la pileta. Descubrí mi amor por el mundo abierto en el GTA San Andreas. Me reí con las peleas entre los gusanitos que hablaban gracioso del Worms y observe de lejos como jugaban al Counter en algún cyber del barrio.
Hace unos días les pedí que me contaran que significaron los videojuegos en sus infancias. Una forma de sobrevivir a la siesta, compartir con amigues, hermanes, competir con amigues, hermanes, entender el valor de la dedicación resolviendo rompecabezas a la par de una narrativa interesante.
Una compañía si no había amigos, una compañía aún si había amigos. Momentos mágicos, vivir una fantasía. Elegir géneros donde la muerte no era una opción para evitar la frustración. En conclusión, otras formas de encontrar felicidad.
La nostalgia pesa bastante si. En el contexto actual de treintañera y en el inicio de los problemas de la adultez, aferrarse un poquito al pasado es sanador. Tener al alcance algunas canciones, pelis, dibujitos o un videojuego en pixel art son una forma de sobrevivir también.
Miré un tik tok el otro día. A un nene le regalaron la Play 4 para el día del niño su mamá y su abuela. Yo lloré y todes lloramos seguro. Pero me hizo pensar, que también esa nostalgia proviene de lugares muy significativos, como el de no haber tenido la posibilidad de tener esa compu en el escritorio o una consola para poder jugar.
Entonces esa magia que descubrimos por primera vez, se hace presente en cada persona que tienen muy presente ese niñe que fue y puede volver a ser cuando llega el momento de tener al alcance algunos de esos juegos que anheló en su infancia.
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No por nada el mercado de lo retro siempre es muy solicitado. En una consola vieja, un cartucho, juguetes del pasado e incluso en la nostalgia de seguir coleccionando álbumes con figuritas.
Les agradezco porque a través de sus respuestas pude construir este relato. Estoy muy conectada con la idea de seguir siendo niña en cualquier momento de la vida y para siempre. Por eso me gustan los videojuegos y su capacidad de despertar emociones en todas las personas.
Y, escribiendo esto, entiendo que esa computadora en el piso también representaba la emoción de un niño que no puede esperar a armar el escritorio.