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Huevos de gallinas felices: una mentira

Cada vez más consumidores demandan productos “éticos y concientes”. En este escenario, empiezan a aparecer opciones un tanto confusas como los productos etiquetados como “cruelty free” o los famosos huevos de gallinas de felices. ¿Qué hay detrás esto? Por Natalia Paesky Comer es un acto político Las campañas y activismos por los derechos de las […]

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Cada vez más consumidores demandan productos “éticos y concientes”. En este escenario, empiezan a aparecer opciones un tanto confusas como los productos etiquetados como “cruelty free” o los famosos huevos de gallinas de felices. ¿Qué hay detrás esto?

Por Natalia Paesky

Comer es un acto político

Las campañas y activismos por los derechos de las demás especies animales cada vez cobran más presencia y relevancia, a la vez que día a día más consumidores toman conciencia y demandan productos “más éticos”. 

En las categorías de productos de limpieza y para el cuidado personal, el sello de “cruelty free” aparece como una opción cada vez más buscada. ¿Qué sucede con la alimentación?

Comer es una acción que, quienes tenemos el privilegio de poder hacerlo, llevamos a cabo varias veces al día. Si bien parte de una necesidad biológica, trae consigo dimensiones sociales, económicas, y políticas. Sí, lo que ponemos y a quienes ponemos en nuestro plato, es una decisión política más allá de que muchas veces no seamos del todo conscientes de esto. ¿Qué o a quiénes comemos? ¿Quiénes comen? 

La gran mayoría de las personas que puede acceder a la alimentación, come animales de las demás especies y productos derivados de la explotación de sus cuerpos. A la hora de comenzar a cuestionar esta relación diaria que tenemos con las demás especies, suele caerse en la búsqueda de opciones “más éticas”. Frente a esta demanda, uno de los productos que cobró relevancia en el último tiempo son los “huevos de gallinas felices”.

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¿Gallinas felices?

Cada vez son más las marcas que ofrecen como parte de su abanico de productos, huevos de gallinas de campo. Estos huevos son planteados como una alternativa “libre de crueldad” al sistema de producción de gallinas en jaula. Así, se utiliza el slogan “huevos de gallinas felices” en una búsqueda de calmar conciencias y sostener o aumentar sus ganancias.

Además, las marcas que ofrecen estos huevos suelen hablar de “libre acceso a la alimentación”, “alimentación de calidad” y “sin antibióticos”. Esto deja al descubierto que detrás de una supuesta búsqueda del “bienestar animal” hay también una intención de que la explotación sea más eficiente, ya que se habla de huevos de mejor calidad.

Cabe señalar también que hay una creencia generalizada que sostiene que si las gallinas ponen huevos, no está mal comérselos. Incluso, suele aparecer el argumento de que no comerlos sería, de alguna manera, desaprovecharlos. En ese punto vale la pena mencionar que cada puesta implica un desgaste físico, ya que las gallinas utilizan recursos minerales para formar la cáscara del huevo que tiene por objetivo proteger a su cría. En otras palabras, la gallina pone huevos para que su especie sobreviva, no para un supuesto beneficio humano. La manera que tienen de recuperar esos nutrientes perdidos es comerse los huevos ellas mismas, posibilidad que les es vetada cuando se les retiran para el consumo humano.

Hablemos de bienestarismo

El bienestarismo es una corriente orientada a subsanar situaciones de crueldad de las demás especies, buscando que su uso y explotación sea de manera “responsable”, procurando que “sufran lo menos posible”. Este supuesto bienestar posibilita que las personas se sientan más cómodas con la explotación animal, ya que muchas veces consideran que el consumo que están haciendo es más consciente, responsable y respetuoso. En contraposición al bienestarismo está el abolicionismo, que cuestiona en sí mismo el uso de las demás especies y su estatus de propiedad.

Nuevamente debemos preguntarnos cómo queremos vincularnos con las demás especies. El sistema especista nos invita a hacerlo desde un lugar de superioridad y dominación, haciendo uso y explotación de sus cuerpos. Mientras tanto, el veganismo, como postura ética y política, rechaza todo tipo de explotación animal.
Lo cierto es que detrás de cada producto hay un modelo de producción y de consumo. Cuestionar nuestros hábitos debe ser un punto de partida que nos lleve a cuestionar este sistema basado en la explotación de la tierra, los recursos naturales y los cuerpos, tanto  de animales de la especie humana como de las demás.

Cristian Dominguez

Redactor y co-productor de contenidos para el sitio web y las demás plataformas de El Resaltador.
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