Resaltadas

¡A desmonumentalizar!... A propósito de la conmemoración de otro 6 de julio en Córdoba

Cada 6 de julio se recuerda la fundación de la ciudad de Córdoba. A 449 años de aquella jornada, compartimos algunas reflexiones acerca de la actual coyuntura que experimentamos a nivel local y regional –en referencia a los pueblos indígenas–, y en relación a la visibilización de aquellas memorias otras que resignifican las consecuencias de […]

🕒  9 minutos de lectura

 | 

Cada 6 de julio se recuerda la fundación de la ciudad de Córdoba. A 449 años de aquella jornada, compartimos algunas reflexiones acerca de la actual coyuntura que experimentamos a nivel local y regional –en referencia a los pueblos indígenas–, y en relación a la visibilización de aquellas memorias otras que resignifican las consecuencias de ese hecho histórico.

Por Pablo Reyna, Comunidad Timoteo Reyna, del pueblo Camiare (Comechingón)

De la desmonumentalización como signo de época, a los premios “Jerónimo de la Gente”

Desde San Cristóbal de Las Casas (México) a Portland (EE.UU) pasando por Popayán (Colombia) o Temuco (Chile), en los últimos años hemos asistido a un proceso de derribamiento de estatuas de conquistadores y colonizadores, que en sí, consustancia un movimiento más profundo y complejo, con tantas ramificaciones, como historias por venir. 

Es que desde la conmemoración del quinto centenario de la invasión y conquista de lo que hoy llamamos América, las sociedades indígenas y no indígenas, nos hemos dado a la reflexión acerca de los alcances, significados y consecuencias de un hecho histórico, que sin dudas, fue uno de los más importantes en la historia global.

Premios “Jerónimo de la Gente”

Si bien podría argumentarse que desde el mismo día en que los europeos pusieron pie en este territorio la reflexión sobre ese proceso histórico ha estado a la orden del día, recién a partir de 1992, es visible cómo la agenda pública y política se ha modificado cualitativamente, en favor de visibilizar las desigualdades históricas a las que estamos sometidos los pueblos indígenas

De hecho, podríamos pensar que fenómenos como los levantamientos kataristas en Bolivia a fines de 1970 o la fundación de la poderosa CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador) en 1986 –que hoy pone en vilo al mal gobierno de Guillerno Lasso– , pueden ser pensados como la antesala de un nuevo ciclo de lucha del movimiento indígena continental, que en los últimos años incluso, ha logrado la modificación de cartas magnas, como lo atestiguan los casos de Bolivia, Ecuador y recientemente Chile.

No obstante, y volviendo a las prácticas iconoclastas, es relevante cómo han puesto foco simbólicamente en la figura de conquistadores: las estatuas de Pedro de Valdivia o Cristóbal Colón tironeadas por sogas, graffiteadas, con trapos en la cabeza o yaciendo en el piso con su orgullo varonil e imperial mancillado por los vencidos, sin dudas hieren y desmotivan a los corazones más moderados y recatados. Y es en ese mismo sentido que Córdoba, una de las provincias más tradicionalistas y conservadoras desde el punto de vista histórico (y a la par, negadora de la presencia indígena) sigue siendo la mentada “isla” que imaginara la clase política  vernácula, de las últimas décadas. 

De hecho, el máximo (y neutral) galardón que la municipalidad capitalina otorga –irónicamente desde 1992– es el premio “Jerónimo de la Gente”, entendiendo con ello que los afortunados acreedores  “proyectan los valores de Córdoba en actividades como la cultura, la salud, la educación, el deporte, el periodismo, las comunidades barriales, el comercio, el emprendedurismo y lo institucional”, según reza la página oficial de la ciudad.

Amén de ello, decíamos, que esas actitudes del conservadurismo cordobés, son sólo una parte de la manzana: lo que se ve “por arriba”; ya que desde el movimiento indígena local, se tiene claramente otras apreciaciones en referencia a la fundación de Córdoba y la figura del respetado Jerónimo Luis de Cabrera. 

En la provincia estamos atravesando un profético momento de renacer indígena, que tiene su correlato a nivel regional. Y para muestra basta sólo un botón: la población indígena, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha crecido un 49.3% en el periodo intercensal 2000-2010. Y en Córdoba, estamos a la espera de que los datos del Censo 2022, al menos, dupliquen la cantidad de indígenas que vivimos en la provincia. Lo que indica, fehacientemente, que este fenómeno profundo, ancestral y arrollador de “reemergencia”, es irrefrenable a nivel continental.

Córdoba, la “isla” monocultural

Y decíamos que, lamentablemente, seguimos bajo el signo de la “isla”, pues no existe en el ámbito público estatal, provincial o municipal, una invitación a desmonumentalizar la historia mediterránea. Si bien sería realmente insólito (y hasta digno de una obra del realismo mágico) esperar un derribamiento de una estatua auspiciado por las autoridades gubernamentales, apuntamos a que narrativa o discursivamente, los funcionarios y representantes podrían, al menos, ponerse a tono con el paradigma multicultural de reconocimiento de la diversidad cultural que se vive en otros lares -recomiendo el libro electrónico de Claudia Zapata Silva, “La crisis del multiculturalismo en América Latina. Conflictividad social y respuestas críticas desde el pensamiento político indígena”-.

El reconocimiento en 2015, mediante la ley provincial 10.316, de la preexistencia de los pueblos comechingón, sanavirón y ranquel, fue un paso en ese sentido. E invitaba, por entonces (aunque tardíamente), a vislumbrar un cambio de paradigma, que si bien es objeto de profundas críticas, permitiría adentrarnos en un debate y en una reflexión colectiva realmente necesaria. No principalmente para las miles de familias e individuos que pertenecemos a los pueblos indígenas, sino y sobre todo, para gran parte de la sociedad, que aún entiende que la “desobediencia” de Jerónimo Luis de Cabrera (al fundar la ciudad en 1573 a orillas del Suquía en vez de en el Valle de Lerma) es motivo de festejos y algarabía.

Foto archivo

Pero en realidad, estas afirmaciones están cargadas de ingenuidad, pues nada podemos esperar de un estado que aún no ha realizado legítima y legalmente el proceso de Consulta Libre, Previa e Informada hacia las comunidades, que manda la ley nacional 24.071, por el trazado de las obras de la Autovía de Punilla y Paravachasca. Lo que muestra, a las claras, la endeble solvencia de su incipiente apertura hacia la diversidad.

La potencia de las contramemorias indígenas en Córdoba

La Comunidad Comechingón del Pueblo de La Toma –una de las tantas comunidades indígenas urbanas de nuestro continente– desde hace unos años, ha propuesto al día 5 de julio como el “Día de la identidad comechingón”. Al igual que se estableció, en varios lugares al 11 de octubre como el “Último día de libertad de los pueblos originarios”, este pequeño gran paso, decididamente se entronca en la corriente profunda del actual momento histórico que vivimos. 

Te puede interesar: "Conversatorio necesario: 5 de julio, último día de libertad de los pueblos originarios"

En ese mismo sentido, las más de cuarenta comunidades indígenas de Córdoba, en la contemporaneidad, corporizan un renacer desde las memorias y trayectos históricos reales, que por centurias fueron invisibilizados por narrativas de plomo. Incluso nos hemos dado a la tarea de contar la historia desde nuestra perspectiva y experiencia: el libro “Yo soy Ticas del pueblo nación Comechingón” de la querida y recordada Techi Moreno; “Zoncoipacha: Desde el corazón del territorio.

El legado de Francisco Tulián”, de la cazqui-curak Mariela Tulián; como así también las producciones del Centro de Investigación del Instituto de Culturas Aborígenes (CIICA); o mi propia contribución al respecto -Me refiero a “Crónica de un renacer anunciado. Expropiación de tierras, procesos de invisibilización y reorganización comechingón en Córdoba”, de editorial Ecoval-, evidencian una contramemoria latente, autóctona, poderosa y propositiva que intenta poner en jaque las memorias del poder, organizadas en su gran mayoría bajo perspectivas y nociones eurocéntricas. Y de paso, desterrar ciertos imaginarios sobre lo indígena en Córdoba (lamentables, todos) que nos asocian a ovnis, espiritualidades New Age y ciudades intraterrenas.

De allí que este movimiento desmonumentalizador, más amplio que el simple ejercicio iconoclástico de derribar personajes (hombres todos) heroificados por algunos sectores “blancos” o “blanqueados”, además de ser irreverente y propositivo, evidencia una crisis sistémica. Pues lo que pone en entredicho también, no solo es lo que podríamos llamar a grandes rasgos la “historia oficial”, sino la misma entidad del estado-nación, construida bajo una lógica terrorista y etnocida, como hemos argumentado en otras instancias. 

Te puede interesar: Terrorismo de Estado y pueblos indígenas

De esta manera, las prácticas indígenas señaladas, más que aislarnos de lo que ocurre a nivel regional, nos colocan en la misma órbita de miles de luchas cotidianas, invisibles y no mediáticas, que tienen un común denominador y blanco: la colonialidad; que en tanto fenómeno de tan solo quinientos años ha generado procesos de racialización y jerarquización entre diferentes grupos sociales; expropiación y explotación de territorios y daños ambientales; y desigualdad entre hombres y mujeres/disidencias; afro/indígenas y “blancos”; ricos y pobres.

Asimismo, la heroica y estoica resistencia de la Comunidad Comechingón Pluma Blanca de Candonga, en Sierras Chicas (que en la actualidad está con una sentencia de desalojo firme), y otros conflictos territoriales similares, son muestra de que el proceso abierto aquel 6 de julio de 1573, está aún por definirse. Y es justamente en ese sentido, que estas contramemorias, señalan que el repertorio de símbolos, instituciones, mitos, efemérides y tradiciones inventadas para construir las naciones modernas, no son elementos perpetuos y perennes, sino que pueden ser disputados y pleiteados. 

El derribar, entonces, monumentos e historias hegemónicas, y la invitación a la reflexión en fechas claves como ésta, nos impone también la tarea de la sustitución, como dice el historiador mapuche Claudio Alvarado Lincopi. Y ese el punto que debemos debatir y discutir, pues acechan interpretaciones históricas “revisionistas”, que no dejan de estar planteadas, muchas veces, desde una lógica eurocéntrica; o en los casos más audaces, nacionalizantes y centralistas: es decir, terminan subordinando lo indígena a lo “nacional”.

El reconocimiento pleno de la entidad de los pueblos indígenas en tanto pueblos/naciones preexistentes a los estados, conlleva, en su sentido más radical y emancipador, poder repensar la dimensión política que tenemos como sujetos colectivos históricos y ancestrales. Y ello, bajo la atadura de corsés coloniales, más que contribuir a la autonomía y el establecimiento de relaciones interétnicas simétricas y equitativas, diluye el potencial decolonial del movimiento indígena.

Las contramemorias, más que los “revisionismos” o las interpretaciones esotéricas sobre lo indígena, condensan entonces un futuro otro. Y abren horizontes inciertos, que soñamos de libertad, reparación histórica y justicia. No proponen, en ese sentido, una vuelta a un pasado prístino e ideal; sino más bien trazan, un porvenir perfumado con flores de tusca y espinillos, alegrías y esperanzas: esos aromas que nunca hemos perdido ni perderemos como originarios... 

Es por ello, que muchos y muchas, este 6 de julio, gritamos ¡a desmonumentalizar! ¡a desmonumentalizar!, parafraseando y jugando un poco con las palabras del poeta uruguayo Daniel Viglietti. A desmonumentalizar las imposiciones coloniales, con el fin de descolonizar cada espacio que habitamos, cada célula y vínculo social,  cada pedacito de monte que deberá ser resembrado por indóciles y serranas, semillas nativas.

Enterate acá
Enterate acá

Relacionado

Enterate acá

Más de lo último