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«Tener a Porta acá es como parir una y otra vez»

Publicado por:Agustina Bortolon

Desde hace más de una década, vecinos y vecinas de San Antonio luchan para que la planta de Porta Hermanos se vaya del barrio. Una crónica de la resistencia por la vida y por el territorio.

De izquierda a derecha: Rosa, Mari y Silvia, miembros de V.U.D.A.S.

Por Agustina Bortolon

Hace más de una década, en Barrio San Antonio se instaló la empresa Porta Hermanos, una de las pocas fábricas del mundo que produce bioetanol a partir de maíz transgénico.

En Argentina, el mapa del bioetanol está integrado por seis provincias: Córdoba, San Luis y Santa Fe producen sobre la base de maíz, mientras que Salta, Tucumán y Jujuy fabrican a partir de la industrialización de la caña de azúcar. 

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La planta de Porta tiene una particularidad. Es la única que está instalada en una zona urbanizada, contigua a las viviendas. Esto representa un profundo peligro para la salud de los habitantes del barrio. La contaminación, los daños y los riesgos latentes de explosión de la planta afectan la cotidianeidad y la calidad de vida de toda la población aledaña.

Con el paso del tiempo y la expansión de la fábrica, la situación se fue tornando más grave. Frente a esto nació V.U.D.A.S (Vecinxs Unidxs en Defensa de un Ambiente Sano). Un colectivo conformado casi íntegramente por mujeres, quienes decidieron poner el cuerpo y resistir para lograr el cierre definitivo de la planta en el barrio.

Llegando a San Antonio

Al llegar al barrio San Antonio es sorprendente la cantidad de árboles. Sauces frondosos, algarrobos, eucaliptos. Un paisaje verde vivo que no es para nada común en los barrios de la ciudad de Córdoba. Aquella tarde el clima era caluroso y húmedo. Eso contribuía a resaltar los colores del cielo, y de la vegetación.  

El taxi nos dejó justo enfrente de la fábrica de Porta Hermanos. La cita era en la casa de Silvia, una de las integrantes fundadoras de V.U.D.A.S. Al chequear la dirección de la vivienda, constaté que estaba justo a mi izquierda. Sí, de frente, la empresa de bioetanol. Al costado, la casa de Silvia.

Apenas estacionó el vehículo que nos llevó hasta allí, el olor putrefacto e intenso de la fábrica tardó unos pocos segundos en ingresar por mis fosas nasales e instalarse con tenacidad. Tras golpear un breve tiempo la puerta, Silvia salió al encuentro.

En cuanto la vi, no pude evitar hacer un comentario sobre ese olor. Me senté en una de las sillas mientras Silvia preparaba el mate en la cocina. Unos minutos después, me percaté de que en el ambiente se escuchaba un ruido constante. 

“¿Escuchás eso? es Porta, es así todos los días”, dijo Silvia. 

Tocaron la puerta. Era Mari, otra de las vecinas de la organización, que llegó para conversar con nosotras. 

«Antes, toda esta zona era de quintas»

Hace más o menos 40 años, en el barrio había una fábrica de aluminio, que posteriormente cerró y quedó abandonada. “En ese momento había árboles, muchos, muchos árboles, muchos más que ahora”.

Al ser San Antonio una zona donde había canaletas y canales de riego -uno de ellos llevaba agua al ex zoológico de la ciudad-, la vegetación proliferaba sin parar. “Cerca de mi casa había una cuadra completa bordeada por eucaliptos muy grandes”, explicó Mari.

Esa plantación añeja fue desmontada “por seguridad”. Igualmente, al sacar los eucaliptos no discriminaron. “Sacaron todo, aguaribay, algarrobos, árboles frutales, todo”, dice Silvia.

A lo anterior, Mari agregó: “Acá al frente de la casa de Silvia había una canchita, yo jugaba al fútbol ahí y mi marido iba a los boy scout cuando era chico. Ahora es una playa de estacionamiento de Porta. Ni plazas quedaron en el barrio”.

Incluso, la empresa de los hermanos Porta cerró una calle que iba directo a la circunvalación. “Se la apropió, la cerró y ahora es su propiedad, así se fue modificando el barrio”.

Mediados de los ’90

El año 1995 marcó un antes y un después en el barrio y en la vida de Mari, Silvia y Rosa, tres de las vecinas que forman parte de la agrupación V.U.D.A.S.

En ese entonces, Porta llegó a San Antonio y se instaló donde antaño estaba la empresa de aluminio abandonada. “La parte de atrás era descampado, había árboles, eran como cuatro cuadras de descampado”.

Los dueños de la fábrica decidieron arribar allí porque antes estaban en una zona céntrica. Ante el peligro que implicaba la cercanía con las viviendas y los comercios, “los fueron corriendo y llegaron acá”. Sí, como si no se tratara también de un barrio en pleno ejido urbano.

Hasta ese momento, la empresa se dedicaba solamente al envasado de alcohol. A mediados de los ‘90, decidieron sumar la producción desde cero, con maíz transgénico. 

San Antonio comenzó a llenarse de vapores. Los vecinos y vecinas tenían que cerrar las ventanas. Caminaban por las calles y podían notar ese humillo con olor fuerte y desagradable. Veían cómo los camiones cisterna entraban y salían de la planta sin ningún reparo. 

Desde el ‘95 hasta el 2011, la población del barrio fue experimentando cómo gradualmente se modificaba su entorno. Todo cambió en el verano de 2011/2012. “Vinieron las topadoras, se llevaron los árboles completos y entraron las torres. Eso no fue paulatino. En 4 meses armaron todo, como un tetris”, expresa Silvia.

A partir de allí, la situación empeoró. Válvulas de compresión, olores y vapores en aumento. “De noche esto es un Titanic prendido, impresionante, grande, imponente, con los humitos”, describe Mari.

El paisaje del barrio muestra una escena distópica. Contrastando el verde de la arboleda, al levantar la vista hacia el cielo se ven las torres plateadas de Porta. Como aquellos relatos hollywoodenses de mundos post apocalípticos.

“A la noche vibran los vidrios, empiezan a saltar las válvulas…desde hace 10 largos años es así”, cuentan las vecinas.

No solo los ruidos, los olores y los vapores afectan el día a día en San Antonio. Sino que, con el paso del tiempo, comenzaron a perjudicar la salud de la población. “Al principio fueron cefaleas, eso nos llamó mucho la atención. Al empezar a comunicarnos con los vecinos por los ruidos, todos empezaron a decir tengo dolor de cabeza, los ojos me pican, me vivo refregando los ojos, los tengo secos, mucho cansancio. Y después descubrimos que acá hay poco oxígeno y mucho dióxido de carbono. Cuando te ibas del barrio te dabas cuenta de eso”. 

En un primer momento eran los dolores de cabeza y problemas dermatológicos. Con el paso de los meses y los años, las vecinas se enteraron de situaciones de mayor gravedad, que incluso arrojaban un elevado número de muertes.

“La lucha no era solo contra Porta, era contra el Estado”

Cuando Porta se instaló en el barrio, las vecinas querían saber qué hacían ahí adentro y si las reglamentaciones estaban en orden. “Una vez que descubrimos eso, cuando empezamos a ver la complicidad de la Municipalidad y de la Provincia…nos fuimos dando cuenta de a poco”. 

“Ahí, la lucha fue contra el Estado también. Teníamos que ir a la Justicia, a hacer cosas que el Estado tendría que haber hecho”, lamentan.

La planta de Porta nunca tuvo estudios de contaminación. Desde 2009 se le otorgan permisos “sujetos a Estudios de Impacto Ambiental”. Es decir, desde 1995 hasta esa fecha, la empresa trabajó sin ninguna habilitación. 

“Al principio, cuando íbamos a la Municipalidad a contar lo que estaba pasando, la misma muni llamaba a Porta y les decía lo que nosotras planteábamos, para que vean qué podían hacer al respecto…les daban lo que nosotras decíamos para que se pusieran al día y no hicieran tanto daño, según ellos”.

¿Y la Justicia?

En 2013, los vecinos y vecinas del barrio realizaron una denuncia penal contra Porta por contaminación. Dicha presentación quedó a cargo del fiscal José Mana, quien ordenó una pericia científica. Fue la primera vez que el fuero penal ejecutó una pericia para medir la contaminación en el aire.

El Centro de Vinculación de Tecnología Química Industrial (Cetequi) de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la UNC, a cargo del ingeniero Yorio, fue quien realizó la pericia. Un dato importante: este profesional tenía una cátedra de extensión en articulación con la empresa. Los resultados de la investigación fueron inconcluyentes, puesto que aparentemente «no había pruebas suficientes que pudiesen vincular las afecciones con la fábrica». Finalmente, la causa fue archivada.

Dos años más tarde, en 2015, las vecinas decidieron encadenarse en la Municipalidad de Córdoba, ante la falta de respuestas de las autoridades. A partir de allí, la lucha por el cierre de la planta alcanzó una mayor dimensión. La resistencia salió del barrio y todas las personas poco a poco se fueron enterando de lo que sucedía en San Antonio.

Tras años y años de encubrimiento, Porta Hnos consiguió la Certificación B. Según la página web de este sistema, las certificaciones de este tipo apuntan a “una economía que pueda crear valor integral para el mundo y la Tierra, promoviendo formas de organización económica que puedan ser medidas desde el bienestar de las personas, las sociedades y la Tierra, de forma simultánea y con consideraciones de corto y largo plazo”. 

Las vecinas de San Antonio explican que este aval es de triple impacto: beneficiosas al medio ambiente, a la sociedad y a la economía. “Y ellos la consiguieron. Con esa certificación ellos se venden, como promotores, son esos sellos que es puro marketing. ¿Cómo le van a dar la certificación a una empresa judicializada?”.

En 2019, el juez Hugo Vaca Narvaja confirmó lo que V.U.D.A.S. venía denunciando: la fábrica, efectivamente, produce bioetanol en un barrio residencial sin Estudios de Impacto Ambiental, en incumplimiento de la legislación vigente. Sin embargo, en lugar de exigir el cierre inmediato de la empresa o aplicar el principio precautorio, Vaca Narvaja le otorgó a Porta diversos plazos de tiempo para que se adecúe a la ley. 

En 2021, la lucha de V.U.D.A.S. llegó a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, luego de atravesar todas las instancias judiciales previas. En 2022, más de 60 vecinos y vecinas con mucho esfuerzo viajaron desde Córdoba a Buenos Aires para exigir que la causa en contra de Porta Hermanos sea elevada a juicio.

Migraciones forzadas

Rosa, Mari y Silvia cuentan que muchas familias decidieron mudarse del barrio “porque no se quieren arriesgar”. También, afirman que las casas en San Antonio perdieron valor. “¿Quién va a querer comprar una casa acá?”.

Cuando las vecinas se acercaban a hablar con la familia Porta, la respuesta que recibían era: “Van a tener que aprender a convivir con nosotros”.

“Pasamos de cuidar hijos a esto. Como si fuera poco, cuando nuestros hijos e hijas vinieron grandes, pensamos que nos habíamos relajado…pero apareció esto, que es como tener una casa más”, manifiestan con aflicción.

Nuestras vidas se modificaron muchísimo, el tema de las reuniones, ir charlando con uno y con otro. A veces íbamos casa por casa con folletitos. Pensar en manifestaciones, cortes, hablar con organizaciones, hablar con la gente para que no se enojara porque le cortábamos la calle…”.

La lucha de V.U.D.A.S. es una lucha por la vida. Se trata de defender con el cuerpo y con la mente el territorio que es de los vecinos y vecinas. «Tener a Porta acá es como parir una y otra vez», dicen. «Si te quedás en San Antonio, es para luchar», agrega Silvia.

El tiempo pasa y la contaminación provocada por la producción de bioetanol no cesa. San Antonio es tierra de disputas. «Esto tiene que tener una fecha de vencimiento. Tenemos un sistema judicial y tiene que funcionar».

¿Cuántas vidas más tienen que ser cercenadas para lograr el cierre definitivo de la planta?

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