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La casa, la vida: resistencia campesina en el norte de Córdoba

Desde hace diez años, Juan Carlos y Norma viven en estado de alerta por una orden judicial que busca desalojarlos de su casa. Una crónica de la resistencia campesina. Por Agustina Bortolon Juan Carlos dedicó gran parte de su vida a ser trabajador rural. A mediados de los ‘70 descubrió que a pocos metros de […]

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Desde hace diez años, Juan Carlos y Norma viven en estado de alerta por una orden judicial que busca desalojarlos de su casa. Una crónica de la resistencia campesina.

Foto: Florencia Forchino para El Resaltador

Por Agustina Bortolon

Juan Carlos dedicó gran parte de su vida a ser trabajador rural. A mediados de los ‘70 descubrió que a pocos metros de un sitio donde trabajaba, en la pedanía Copacabana, había una casa abandonada. Una tapera era esto, no había nada. 

En esa época estaba de novio con Norma, y al poco tiempo, en 1978, se casaron. Fue en el año del mundial, el año que ganamos. 

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Así, Juan Carlos se mudó con su flamante esposa a esa casa deshabitada, que en aquel momento estaba muy descuidada. Las aberturas rotas, las paredes sin revocar. 

Poco a poco fueron arreglando las instalaciones, y con el correr de los meses se convirtió en un hogar. Primero había unos pocos animales, y con el tiempo y la domesticación del paisaje, la comitiva se agrandó. Gallinas, vacas, caballos, cerdos y ovejas comenzaron a habitar los alrededores de la vivienda. 

Norma y Juan Carlos viven de la ganadería desde entonces. En dicha región, ésta es la práctica productiva tradicional. Para llegar a la locación hay que atravesar un largo camino sinuoso, angosto y repleto de piedras. A menos que se cuente con una camioneta, sería imposible transitarlo. 

Foto: Florencia Forchino para El Resaltador

La ruta está escoltada por numerosos espinillos y demás plantas autóctonas de las que desconozco sus nombres. Aquí cerca, pastizales y rocas. Allá lejos, montañas azuladas que se entremezclan con las espesas nubes y el cielo turquesa.

Ese camino desemboca directamente en la casa. Con sus paredes rosas, unas tejas adornando el techo y ventanitas verdes repletas de flores. 

A lo largo de sus primeros años de matrimonio, Juan Carlos y Norma tuvieron tres hijos. Gustavo es el mayor. Cuando cumplió seis años y tenía que empezar la escuela primaria, Norma se fue a vivir a Capilla del Monte con los pequeños, y Juan Carlos se quedó trabajando en el campo.

Esta decisión fue tomada porque no había escuela cerca, y viajar todos los días no era opción por el complicado acceso al lugar. Una vez que los tres hijos terminaron su escolaridad, regresaron a vivir todos juntos a la casa. 

Foto: Florencia Forchino para El Resaltador

La orden de desalojo

Allí la vida ocurre, en apariencia, tranquila. Los únicos sonidos que se oyen son los pajaritos, el cencerro de las ovejas que pastan armoniosas, el repiquetear de los caballos, los cerdos pidiendo comida, el viento y el agua de un pequeño arroyito que corre presuroso por su cauce a metros de la casa. 

Sin embargo, ese sosiego se vio alterado por primera vez hace diez años, cuando llegó la orden de desalojo para la familia. Al parecer, el heredero del dueño de unos campos a vastos metros de allí, reclama esas tierras como suyas. Pero cuando nosotros vinimos acá no había nada, nada, esto estaba vacío y descuidado, nosotros lo fuimos armando.

Con énfasis en ese nada, que con los años se convirtió en todo.

Imaginate estar un día como cualquier otro, en tu casa. Y te llega una carta documento diciendo que tenés que abandonar el lugar porque no te pertenece. Aún si pagaste los impuestos durante los 44 años que viviste allí. 

La casa, la vida

Juan Carlos y Norma sostienen que esa casa es toda su vida, es la vida. Esa casa que en aquel lejano 1978 estaba abandonada, hoy, 44 años después, es una parte indisociable de la historia de vida de esta familia.

Las biografías de Juan Carlos y Norma se escribieron a la par de la biografía de la casa. El hogar, el refugio, la morada. El límite entre lo público y lo privado, el afuera y el adentro, la cristalización de la intimidad.

Foto: Florencia Forchino para El Resaltador

Basta tan solo con ingresar a la vivienda y cerrar la puerta para que el ámbito de lo propio y lo personal se corporice. Allí, idealmente, están a salvo del mundo.

A partir de la orden de desalojo, esa sensación de seguridad y protección comenzó a tambalear para Juan Carlos y Norma. Desde hace una década, la pareja vive en un estado de alerta permanente y silencioso.

El temor y la duda ante esta situación trae consigo largas noches en vela imaginando los posibles escenarios, reuniones con abogados, lectura de leyes, diagramas de posibles alternativas.

A Norma se le humedecen los ojos cuando explica lo que ese lugar significa para ella y para su marido. Aprieta las manos, las suelta y agarra su pantalón con nerviosismo. Lo mira a Juan Carlos, quien desvía la mirada hacia el cielo y encoge sus hombros, aparentemente, para reprimir el llanto.

Gustavo intenta desdramatizar el momento: Y tenías que llorar nomás, mami.

Resistencia campesina

Norma dice que se sienten acorralados, cada vez más acorralados. Como si una pesada mano estuviera tapando sus narices y sus bocas, quitándoles el aliento. Como si una soga se enredara en sus cuellos y comenzara a presionar de manera impasible.

Las gallinas comienzan a correr despavoridas por todos lados, como si percibieran aquella atmósfera de tristeza y preocupación que acaba de generarse.

La resistencia de Juan Carlos y Norma crece a la par de la incertidumbre. En todo el norte de la provincia de Córdoba, el avance del capitalismo y la explotación de la tierra a gran escala conforma una problemática que poco a poco nubla el horizonte de las familias campesinas tradicionales.

Foto: Florencia Forchino para El Resaltador

Acá la mayoría ya se fue, porque dicen que no hay nada, que no hay tantas oportunidades, no genera tanta plata esto, entonces, sobre todo los más jóvenes, prefieren irse a trabajar de otra cosa, dice Juan Carlos.

Ese desplazamiento de las economías domésticas para que el capital tome su espacio modifica el paisaje y las relaciones sociales. Antes, un vecindario. Ahora, algunas familias que viven a kilómetros de distancia entre sí.

La tierra de Juan Carlos y Norma no es un telón de fondo donde transcurre la cotidianeidad. Esa tierra está impregnada de historia, de pertenencia y afectividad. Esa tierra late y bulle de vida. La vida de una familia campesina que desafía el agronegocio y se enfrenta a la cara más oscura del poder capitalista.

Como dijo Emiliano Zapata, la tierra es para quien la trabaja. 

¿Es posible desmantelar una vida con una orden judicial?

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