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Las sombras de Dique Chico

Publicado por:Cristian Dominguez

No muy lejos de Córdoba hay un pueblo pequeño, tranquilo, rural, casi paradisíaco. Pero, ¿qué es lo que sucede en las sombras de sus mejores apariencias? Porque los paisajes, al mismo tiempo, revelan y develan, encubren y muestran.

La lucha comenzó en el 2017, cuando la misma comuna, junto a los vecinos y vecinas, sacó una resolución (242/17), que creaba una zona de resguardo ambiental de 1000 metros alrededor del pueblo.
Por Almendra Fantilli

Un pueblo tranquilo

La pequeña comuna de Dique Chico está formada por 300 habitantes, se ubica a 50 km de la ciudad de Córdoba, en el Valle de Paravachasca. Al ingresar al pueblo, la primera impresión es la de un pueblo vistoso. El silencio y el paisaje, la cercanía al río Anisacate y la presencia de vegetación indican que es un lugar ideal para buscar un estilo de vida diferente del que se vive en la vorágine de las grandes urbes. 

No todo es lo que parece

Pero tal como afirma John Berger en sus reflexiones sobre las imágenes, aquello que sabemos o que creemos afecta nuestros modos de ver. Y es que no hace falta más que poner “Dique Chico” en Google para toparse con una realidad invisible, que urge de respuestas. Como en tantos lugares de nuestra provincia y nuestro país, Dique Chico sufre las consecuencias de ser un pueblo fumigado por agrotóxicos. 

“Los privilegiados deberían ser los niños”

Perón dijo esa frase hace mucho tiempo. Y desde hace más de 5 años, los vecinos y vecinas de Dique encaran una lucha que estas semanas volvió a estar en agenda. El 26 de abril pasado se revelaron los resultados de un estudio de toxicidad realizado el año pasado en 20 niños y niñas de entre 5 y 13 años de la zona. El estudio reveló altos niveles de daño genético y la presencia de glifosato en la orina. ¿El motivo? La exposición directa a los agrotóxicos. Estos datos reconfirmaron lo que sus padres y madres en parte intuían, pero también sabían por un estudio similar, realizado durante el 2018 con estudiantes de la escuela Monteagudo. 

¿Cuánta evidencia más hace falta para que los responsables actúen para garantizar los Derechos Humanos de una vida saludable y libres de agrotóxicos para los vecinos de Dique Chico? 

Los vecinos, organizados; la justicia, mirando para otro lado

La lucha comenzó en el 2017, cuando la misma comuna, junto a los vecinos y vecinas, sacó una resolución (242/17), que creaba una zona de resguardo ambiental de 1000 metros alrededor del pueblo, de la escuela Bernardo de Monteagudo y el jardín de infantes Mariano Moreno. Pero esta no duró ni un mes en vigencia, dada la suspensión por una medida cautelar presentada por los productores locales. Estos obtuvieron el favor de la justicia, que inhabilitó la resolución y permitió nuevamente las fumigaciones. 

En el 2018, los vecinos y vecinas presentaron el primer estudio de genotoxicidad en niños y niñas de la escuela. Fue ahí cuando el Tribunal Superior de Justicia falló a favor de que se evitara el uso de agrotóxicos a menos de 500 metros de la escuela. Esta medida fue ratificada el pasado 13 de abril, unos pocos días antes de la salida del segundo estudio sobre los 20 niños y niñas. 

¿Cuánto más daño y destrucción deben traer los agrotóxicos a los niños, niñas, madres, padres, ancianas y ancianos de Dique Chico para entender la urgencia de la situación?

Lo que se vive en el cuerpo: el caso de Diana 

Preguntarse cómo es vivir en un pueblo donde hay fumigaciones no alcanza para traducir la experiencia que atraviesa el propio cuerpo, la piel, los sentidos, la mente, el territorio que se habita.

Diana es una vecina que vive con su hija en el pueblo. Dique Chico es el lugar de sus vacaciones en la infancia. Luego de haber vivido en Buenos Aires por mucho tiempo, Diana volvió al terruño de su niñez hace unos 8 años, “cuando mi casa era la última de esta zona”, me cuenta. Ella no solo está involucrada con su comuna a través del colectivo de vecinos y vecinas, sino que también está involucrada en distintos proyectos sociales y colaborativos. 

Su compromiso social y ético la llevó a hacer de esta lucha colectiva también una lucha personal. “Hasta este momento, había un tema de conciencia, ideológico quizá, de lucha colectiva, pero ahora tenemos datos concretos de que esto está envenenando los cuerpos de nuestros hijos e hijas. Las consecuencias de la manera en la que están produciendo nos están atravesando el cuerpo; esto ya es personal”.

Diana me confiesa que podría hablar de muerte y enfermedades (porque es lo que alimenta el interés de las personas), pero le parece algo irrespetuoso hacia los familiares de quienes han sido víctimas de las consecuencias de los agrotóxicos.

“¿Cuánto tiempo más tiene que pasar para que nos escuchen?”, se pregunta.

El veneno afecta a toda la comuna

Tal como Diana me cuenta, Dique Chico es un pueblo pequeño. Por eso, los dueños de los campos fumigados son también vecinos. Esto complejiza el asunto; la convivencia social y las tensiones se agudizan. El estudio del pasado 23 de abril es una pequeña muestra de lo que le está sucediendo a todos los vecinos y vecinas de Dique Chico. Los dueños de los campos no ven (o no quieren ver) lo que es ineludible: este modelo de producción está envenenando también a sus familias, a sus hijos e hijas. 

Ante la indiferencia y complicidad del Poder Judicial, muchos vecinos y vecinas tuvieron que repensar el proyecto de vida y considerar incluso la posibilidad de irse para evitar los daños inminentes.

Una realidad que urge

La situación no puede esperar más. Lo que estos datos han sacado a la luz son los daños silenciosos de los agrotóxicos en la comuna de Dique Chico. La perpetuidad en el tiempo empeorará los daños producidos en los cuerpos de las familias. Es necesario que el Poder Judicial mire lo que está pasando en Dique Chico y actúe para garantizar el derecho a un ambiente libre de agrotóxicos. 

“Solamente vemos lo que miramos. Y mirar es un acto voluntario, como resultado del cual, lo que vemos queda a nuestro alcance” (John Berger).

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