Resaltadas

Unas hamacas que se mueven solas

Existe algo así como un saber popular que reza una verdad ambiguamente cierta sobre la vida en los pueblos: nunca pasa nada hasta que al final todo sucede. Y cuando las cosas suceden un miedo casi primitivo y ancestral emerge, y se va colando por puertas y ventanas. Ahora mismo, en el sopor húmedo de […]

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Existe algo así como un saber popular que reza una verdad ambiguamente cierta sobre la vida en los pueblos: nunca pasa nada hasta que al final todo sucede. Y cuando las cosas suceden un miedo casi primitivo y ancestral emerge, y se va colando por puertas y ventanas.

Ahora mismo, en el sopor húmedo de la siesta, sería impensable que algo más allá de los límites de lo “normal” pueda acontecer y despertar el interés del ojo público, pero algunos años atrás las noches de verano se vivían con recelo y temor. Imposible precisar cuándo y dónde empezó pero lo cierto es que un rumor acaparaba todas las conversaciones: un hombre vestido enteramente de blanco se asomaba por las ventanas y después salía corriendo por los techos.

En ese entonces, cuando los aires acondicionados no eran económicamente tan accesibles, muchas familias del pueblo recibían la noche con las ventanas abiertas y así se dormían. En las primeras horas de la mañana siguiente cerraban postigos y ventanas para evitarle el paso al calor. En las horas de la madrugada aparecía la misteriosa figura que cada vez más y más vecinos denunciaban haber visto.

Mi abuela, por ejemplo, le tenía terror a la posibilidad de encontrarse cara a cara con el hombre de blanco y entonces prefería dormir en el hermetismo total de su pieza, casi al borde de la asfixia por el calor. Otras noches, en cambio, parecía no recordar la existencia y amenaza del hombre y entonces los primeros rayos del sol la encontraban durmiendo con la ventana abierta de par en par y si alguien había intentado asustarla, ella no estaba enterada.

El misterio nunca se resolvió y sospecho que la mayoría incluso ya lo olvidó para siempre. El hombre de blanco fue la sensación de aquel verano pero se diluyó rápido porque era inofensivo y no cometió ningún delito grave. Es probable que se haya tratado de un bromista que se divirtió a costa del susto de algunos desprevenidos. Y si fue otra cosa, algo relacionado con el más allá, no hay forma de saberlo.

En un pueblo de Santa Fe

Los pueblos del interior están plagados de historias y hechos que no tienen explicaciones lógicas a simple vista. Así como la presencia del hombre vestido de blanco levantó revuelo en mi pueblo, en Firmat unas hamacas que empezaron a moverse solas hicieron lo suyo. Primero fue un video y después una catarata de videos reproduciendo el vaivén fantasmal de una de las hamacas ubicadas en una plaza barrial. 

Firmat es una ciudad del departamento General López (Santa Fe). Antes de las hamacas era conocida por ser la capital provincial de la maquinaria agrícola debido a la gran cantidad de fábricas relacionadas al rubro. Según el censo de 2010, la ciudad cuenta con algo más de 25.000 habitantes.

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Ivana Romero es periodista y escritora, y nació en Firmat. La noticia sobre las hamacas inundaba los portales de noticias y una conversación telefónica con su padre la llevaron de regreso a la ciudad para hacer su propia investigación. El padre le dijo como al pasar, casi sin darle importancia: “Vos jugabas con el fantasma de la hamaca. Cuando era nenito vivía cerca de la panadería.” El viaje de vuelta a aquella ciudad chica con tintes de pueblo grande, donde el lado de la vía en que vivas sigue importando, quedó registrado en el libro Las hamacas de Firmat (Editorial Municipal de Rosario, 2014).

El libro es breve y puede leerse de una sentada, tiene apenas un poco más de ochenta páginas. Sin embargo, la crónica logra reflejar un modo de vida pausado en el que la autora supo desenvolverse. Está ahí para averiguar todo lo que pueda sobre las hamacas voladoras pero también para revivir recuerdos personales y colectivos. Ella misma ve moverse las hamacas: “Ahora me resultaba extraño lo que, a través de la tele y la web, me había causado gracia. Cuando mirás las cosas a la cara, el efecto no es igual. Las hamacas se movían. Y lejos de ser lo más común del mundo, comenzaba siendo raro y terminaba en lo espeluznante.” 

¿Hay alguien ahí?

Las teorías sobre el movimiento perpetuo de las hamacas abundan y florecen a medida que pasa el tiempo y ninguna termina por explicar de manera definitiva y tajante el misterio. La presencia de fantasmas podría ser una de las razones para que a veces se mueva una sola hamaca y en ocasiones las tres. 

Una duda recurrente para la autora es si no habrá más de un alma en pena al enterarse que además del nenito que murió trágicamente en el lugar (aplastado por unos postes), también había muerto en el lugar un chico de 14 años en un accidente automovilístico antes incluso de que la plaza existiese.

Desde que las hamacas se movieron por primera vez en junio de 2007 la noticia recorrió el país y el mundo. Las visitas no se hicieron esperar: “Vinieron de la Universidad Tecnológica de Rosario y no encontraron nada. Vinieron los yanquis y unos japoneses.” le relata el encargado del diario local a Ivana Romero.

De hecho, el programa estadounidense Realidad o montaje (Fact or Faked: Paranormal Files) vino en 2011 para hacer su investigación de los hechos y determinó que efectivamente era el viento el que provocaba el movimiento de las hamacas. Coincide en eso Rodolfo Pregliasco, Doctor en Física e investigador del CONICET, pero agrega que la explicación del programa de TV sigue siendo pobre e insatisfactoria.

Además, el investigador plantea de manera acertada: “¿Qué hace que una explicación sea convincente? ¿Acaso un montón de fórmulas de un modelo simplificado que se comporte de la misma manera sea suficiente para convencer que es el viento lo que mueve a la hamaca y no un espíritu? Se supone que no.”

El último colectivo

La investigación que se desarrolla en Las hamacas de Firmat inicia con la llegada de la autora al mediodía, en ese momento exacto donde empieza a delinearse el silencio abrasador de la siesta en pleno diciembre. La recibe el aroma de la casa familiar, cerrada desde que todos se han marchado fuera de la ciudad: “...está en penumbras. Huele a lavandina, a encierro, a gente que no está. Es pesado e indefinido, es un olor a limpieza demasiado prolongada en el tiempo, que empieza a ponerse rancia.”

Las entrevistas y encuentros se van sucediendo entre amigos, conocidos y vecinos que pueden aportar sus testimonios. Algunos hablan sobre el fenómeno de las hamacas, otros hablan sobre el quehacer cotidiano de sus vidas. Primero caminando y después andando en una bicicleta prestada, Ivana Romero recorre las calles de Firmat buscando algo más que teorías sobre fantasmas, vientos y hechos concatenados a nivel mundial.

“El sol se ocultó. No quiero quedarme a dormir en la casa deshabitada. Y ya no tengo mucho más para hacer. De repente, la urgencia por irme del pueblo es tan acuciante como lo fue, hace apenas unas horas, la de venir. De una punta de la ciudad a la otra, de encuentro en encuentro el día se acaba y la noche estampada de estrellas se cierne sobre Firmat, cuando Ivana se percata espera llegar a tiempo al último colectivo que desande el camino hasta su departamento en Buenos Aires.

Cristian Dominguez

Redactor y co-productor de contenidos para el sitio web y las demás plataformas de El Resaltador.
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