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San Valentín: somos la generación a la que el amor le tiene que dejar de doler

Hoy, y todos los días del año, hay que desmitificar las mentiras que nos insegurizan: que el amor para siempre existe, que es condición sine qua non para ser feliz, o que necesitamos ser completadas. Venimos y nos vamos incompletos de este mundo, pero podemos transitarlo desde un amor compañero. Por Lic. Noelia Benedetto. Por […]

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Hoy, y todos los días del año, hay que desmitificar las mentiras que nos insegurizan: que el amor para siempre existe, que es condición sine qua non para ser feliz, o que necesitamos ser completadas. Venimos y nos vamos incompletos de este mundo, pero podemos transitarlo desde un amor compañero.

Desenamoramiento, por Collages Verdecina.
Por Lic. Noelia Benedetto.

Por estas fechas, el amor (romántico, mononormado, heterosexual, impuesto y universal) se posiciona como un catalizador de las ventas, debido a que el es una construcción cultural que los sujetos utilizamos para dar sentido a nuestras experiencias afectivas individuales y también lo asociamos a cierto status . 

Este amor Disney “baja línea” en relación a qué hay que hacer o dejar de hacer para pertenecer, para ser valioso, está ligado al consumo e intercambio impuesto de manera naturalizada, al hecho de comprar cosas o experiencias para demostrar nuestro afecto. 

La realidad es que podemos repensar y reversionar esta fecha: como un día de luchas contra determinado tipo de amor o bien de celebrar el desenamoramiento. 

El amor personal es político

Tendemos a explicarnos las cosas desde lo individual pero se nos olvida que, generalmente, nuestros procesos son compartidos por y con otras personas (por eso es que lo personal es político). 

El amor romántico fue consolidándose a comienzos del siglo XIX, con la revolución industrial de la mano del capitalismo, cuando las relaciones dejaron de ser decididas por el entorno para pasar a ser una “supuesta” elección personal. Dicha elección personal, en principio libre, es la que ha aprovechado el capitalismo (como institución reguladora de sus intereses que van calando toda subjetividad) para vendernos una idea de individualidad en el amor que le beneficia. 

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Se instauró una nueva forma de mercado, y de intercambio, que afectó a todas las esferas de nuestra vida. Se configura en paralelo con los intereses de las distintas instituciones que regulan las relaciones sociales.

Nos enseñan que el amor romántico es cariño, altruismo y felicidad; pero, en realidad es frustración, celos, sumisión, control, posesividad (pareja como mercancía), dependencia y violencias. Y es que el patriarcado nos impone la creencia de que solo seremos realmente felices cuando encontremos a una persona a la cual hacer feliz, por la cual darlo todo, sea al precio que sea. El supuesto “verdadero amor” nos dignifica, nos eleva. El mensaje subliminal es “sin pareja, no estás completa/o”. Esto responde a la Parejocracia: régimen de pareja impuesto por el que si no tenés una “media naranja”, no tenés un proyecto vital. No nos realizamos ni tenemos relaciones óptimas si es bajo la dedicación absoluta y la pérdida misma de nuestra autonomía, personalidad y libertad.

Se trata de una estructura invisible que considera que la pareja es el estado natural del ser humano y que adopta múltiples manifestaciones psicológicas, sociales, económicas.

Lado B: presiones y fracasitos

San Valentín es la fecha en la que la mayoría de personas celebran el amor y eso viene aparejado de presiones varias: para quienes no han concretado un amor prototípico (pareja) y lo vivencian como una falta, o quienes se ven comprometidos a festejarlo, quienes se obligan a demostrar cierto desempeño sexual, o están atravesando por un duelo.

Que hayas tenido que cortar no es sinónimo de fallar. Sucede que muchas veces equiparamos el amor con validación, entonces cuando terminamos lo que sentimos es que no valemos, que algo hicimos mal. Hay que poner en valor todas las otras dimensiones de nuestra vida y entender que la vincular es solo una de ellas. También está instalada esta idea mítica de “el amor de tu vida para toda la vida”, que si no la podemos hacer funcionar (cueste lo que cueste) se asocia al fracaso.  

Amor romántico y su mitología

Los mitos del amor romántico son un conjunto de creencias compartidas sobre la supuesta y verdadera naturaleza del amor, que suelen ser absurdas, engañosas e irracionales, que refuerzan el papel pasivo y de subordinación de socializadas mujeres y el papel activo y dominante de socializados varones. 

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Entre ellos se encuentran el de la media naranja (una complementariedad basada en la abnegación femenina a cambio de la protección masculina); el mito del emparejamiento (que implica soportar todo a cambio de no estar sola/o); el mito de los celos (como señal de amor, que implica control desde y hacia los vínculos); el mito de la omnipotencia, de que el amor lo puede todo y que lleva consigo la idea de que sufrir es compatible con el amor. Esperamos que el otro “lo deje todo por amor” y cuando este amor termina, nos deja abatidas/os, y habiendo perdido todo lo que teníamos. Estos consolidan la idea de que el amor y el maltrato son compatibles, por lo tanto son caldo de cultivo para las violencias de género.

¿Cómo repensamos los vínculos por fuera de los estereotipos que impone la sociedad patriarcal y capitalista? 

Con todo lo anterior, qué supone deconstruir sin destruir totalmente el concepto de amor en el cual hemos sido educadas/os. Como seres sociales que somos, es importante compartir, cooperar y construir con otros, pero quizá de modos alternativos al modelo de pareja (mono y heteronormada) que nos pauta la sociedad. 

Mari Luz Esteban, opina que «no es que haya que suprimir el amor de nuestra vida, sino que hay que introducir otras cosas en ella. La gente dice que el amor es lo más importante de la vida, pero creo que la libertad es muy importante, así como la justicia, la solidaridad Puede que el amor sea una de las cosas más importantes, pero no la única, ni la principal. El amor tiende a convertirse en un mecanismo para la dependencia desde el momento en que se piensa que quien ama no puede pedir nada a cambio; además, esa idea no se les aplica de la misma manera a socializadas mujeres y a varones. A las mujeres se nos dice que somos nosotras las que tenemos que cuidar de las emociones y del amor; nos vemos obligadas a estar pendientes de los demás. Tenemos que dar todo ese amor, pero no podemos pedir nada a cambio; es decir, se rompe la reciprocidad en perjuicio de la mujer. Al fin y al cabo, si no se te permite pedir nada, tampoco estás a un mismo nivel de poder. Nos dan un rol más doméstico y siempre secundario.

Amor del bueno: el compañero

Los feminismos pretenden acabar con las relaciones desiguales, con las promesas utópicas y con la idea de que es algo aceptable querer más a otra persona que a una misma. En el momento en el que en una relación se establece que todos los miembros están al mismo nivel, se rompe con la legitimidad de ejercer violencias sobre otros. Se trata de un tipo de relación que se construye desde cimientos igualitarios y superando de forma conjunta dudas o complicaciones. El amor compañero implica disfrutar del amor como un fin y no como un medio para garantizar otras cosas (promesa de la felicidad): compañía asegurada, sexo seguro, estabilidad, recursos, salvarse de la soledad. Aquí no se firman contratos esclavizantes ni se hacen promesas utópicas, se elaboran los sentimientos de posesividad, celos, miedos, jerarquías, dominación, sumisión y  dependencias.

Se pueden habitar trayectorias vitales y vínculos amorosos con empatía, límites, respeto, ternura y también con amor. No es una pretensión ambiciosa amar y ser amado o poder hablar de nuestros sentimientos, es necesario forjar y alimentar una ética del cuidado que busque consensos y proteja la afectividad y el deseo de quienes constituyen el vínculo. Hay que apostar por una categoría de amor que se aleje de la mercantilización del otro/a y se acerque al compañerismo.

Celebremos el desenamoramiento

Por enamoramiento entendemos a la etapa más idealizada de un vínculo, ya que implica un superávit de libido, de atracción sexual, no hay lugar a defectos, carencias, nos vendemos como la mejor versión (distorsionada) de nosotros mismos. Dado que cuando este subidón cae, los príncipes azules destiñen, las princesas no están tan en apuros y las mariposas se calman, se producen el mayor número de rupturas, pues cada miembro deja de ocuparse referentemente en el otro para retomar y volver a poner atención en otros asuntos que le preceden (amigos, familia, estudio, trabajo); quizás San Valentín pueda más tener que ver con la celebración de haber sobrevivido a esta etapa: el desenamoramiento para pasar al amor propiamente dicho. 

Para ir acabando

Theodore Zeldin plantea que el amor se ha considerado, una amenaza para la estabilidad del individuo y la sociedad, podemos resignificar el concepto para que el amor no sea visto como una amenaza a la estabilidad de las personas, es decir, rescatar lo saludable de los vínculos. No está mal amar, quizás lo que nos perjudica es el modo en el que nos dijeron que teníamos que hacerlo. 

Hoy, y todos los días del año, hay que desmitificar las mentiras que nos insegurizan: que el amor para siempre existe, que es condición sine qua non para ser feliz, o que necesitamos ser completadas. Venimos y nos vamos incompletos de este mundo, pero podemos transitarlo desde un amor compañero como dice Coral Herrera: personas que se juntan libremente para compartir la vida el ratito que dure el amor. 

Carla Gago dice que quizás, el quid de la cuestión no sea quemar las raíces del amor, sino más bien todo lo contrario: cambiarles la tierra, plantarlas nuevamente y volver a empezar.

Es importante crear tejido con otras personas, puesto que el que la pareja sea nuestro único apoyo emocional nos hace débiles, pero las redes nos fortalecen. Compuesta por amistades y familia, donde también ocupamos un lugar privilegiado sin la pretensión de ser el centro del universo, es posible crear espacios de seguridad y confort en los que nos sintamos seguras y a gusto. 

Columna publicada originalmente el 13/02/22
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