Las naciones agrupadas en la Confederación de Estados del Sahel no cesan de despertar interés en toda África y de consolidar un norte para los países del “Sur Global”. Las potencias occidentales reiteran sus ejércitos, pero continúan en su afán de recuperar lo que entienden como sus colonias, a través del financiamiento y la articulación con los mismos terroristas que decían combatir.
Malí, Níger y Burkina Faso continúan profundizando un proceso de liberación y descolonización que está dando qué hablar en el mundo entero, ya sea por los notables resultados económicos y políticos -a menos de tres años de gestión de sus respectivos gobiernos-, como por su influencia en la región, donde ahora se le suma la victoria presidencial y parlamentaria del PASTEF con sus líderes panafricanistas en la vecina Senegal, cuyos puertos al Océano Atlántico despiertan interés en el comercio que desde la unidad de éstas naciones con gobernantes antiimperialistas se pueda llegar a acordar.
La revolución panafricanista sigue recorriendo el Sahel, tal como lo hemos contado desde el año pasado en esta columna. Sin embargo, las hostilidades, intentos de golpe y magnicidios contra los líderes de la región continúan a pesar de ser frustrados de manera permanetne.
Los intereses echados a la fuerza del Sahel no son nada más y nada menos que los de naciones de tradición colonialista y esclavista que insisten en aferrarse a lo que consideran una extensión de sus dominios.
A continuación, haremos un breve repaso de los conflictos bélicos que en el último tiempo se intensificaron en la región con el objetivo de apreciar la complejidad del mismo, quiénes son los que están detrás de estos ataques a los países de la alianza saheliana y cómo influye el tablero geopolítico mundial en esta región.
Luego, en una segunda nota a publicarse en el mes de diciembre, ahondaremos en las victorias y avances de estos tres países que decidieron recuperar los lápices con los que se escribe la propia historia y transformar -no cambiar- radicalmente la realidad impuesta.
Antes de empezar a meternos de lleno sobre algunos hechos específicos que han sacudido la región en materia bélica, es importante tener presente que las guerras por la liberación en el actual siglo ya no son principalmente enfrentamientos entre naciones como en el pasado, sino más bien hay una reconfiguración en lo que hace al bando neocolonizador, es decir, Occidente, quién terceriza a través de grupos terroristas, sus ataques -en este caso- a los gobiernos militares sahelianos panafricanistas.
La fortaleza y unidad panafricanista: ¿motor de la decadencia occidental en África?
En los últimos meses sucedieron distintos hechos de terrorismo que los gobiernos militares de los tres países antes mencionados hicieron fracasar y -en mayor medida- frenar o al menos recudir los masivos daños planeados.
Hechos que parecen aislados, pero que son parte de una guerra regional entre el terrorismo yihadista que hace más de una década ocupó -y ocupa- vastos territorios del Sahel y las fuerzas militares dirigdas por los líderes de las naciones sahelianas.
Hay que recordar que uno de los compromisos firmados por Níger, Burkina Faso y Malí en la Confederación de Estados del Sahel (CES-ex Alianza Estados del Sahel) es la defensa en común de los tres territorios estatales, asumiendo que el ataque a la soberanía nacional hacia uno de éstos, es un ataque a la soberanía nacional de los tres.
Sin embargo, en un rol más secundario, pero no por ello menos importante, las alianzas políticas con otros países vecinos como Libia han sido claves para la obtención de resultados en lo que hace a la defensa territorial de los países miembros de la AES.
La entrada de armamento de guerra por Libia fue advertida por Ibrahim Traoré, quién meses atrás firmó un acuerdo con las fuerzas militares de la vecina nación. Luego de ello, el ejército del país vecino frustró reiterados ingresos clandestinos de armamentos por su territorio, cuyo objetivo final consitía en rearmar a los terristas yihadistas del JNIM (Al Qaeda) que están siendo derrotados en todas las zonas de conflicto directo contra la AES, fundamentalmente en el norte de Malí.
Según la Unión Africana, al menos 17.000 terroristas fueron abatidos por los países de la AES desde la llegada de Ibrahim Traoré al poder en Burkina Faso, es decir, septiembre del 2022, a pesar de que la prensa oficial francesa intente demostrar lo contrario.
En palabras del analista y profesor de historia Kevin Bryan, «es la cifra más alta de yihadistas abatidos en todo el mundo durante esta década«.
Entre estas cifras se ecuentran el líder del Estado Islámico (ISIS) en el Sahel, Aliza Ould Yehia (autor intelectual de múltiples ataques terroristas en la región), y también el Jefe de logística y propaganda de JNIM en el Sahel, Abou Zar Chinguity, quien amenazaba días antes de reclutar miles de combatientes contra la AES desde la triple frontera compartida por las naciones sahelianas.
Durante septiembre de 2022 hasta septiembre de 2024, Malí pasó de controlar el 50% de su territorio al 90%, Burkina Faso pasó del 35% al 70% y Níger del 85% al 95%, según la comunicación de sus gobiernos.
Estos porcentajes dan cuenta del enorme avance del yihadismo sobre territorios africanos en la última década, en tiempos donde Francia había asumido la responsabilidad de combatirlo en la región, y también de la voluntad política de los altos mandos militares panafricanistas para con sus promesas de recuperación y reunificación de sus territorios, poblaciones y enclaves estratéticos, invadidos por los extremistas islámicos.
La coordinación entre naciones y la común defensa del territorio tripartito de manera conjunta, como hemos dicho anteriormente, son factores determinantes en este proceso de guerras por la liberación de los vestigios coloniales en el Sahel.
Hace menos de dos meses, la inteligencia del ejército nigerino le proveyó información clave al gobierno nigerino cuando detectó el ingreso de mercenarios provinientes de la República Centroafricana (RC) a su territorio, con el objetivo de llevar a cabo operaciones armadas para derrocar al gobierno de Traoré (Burkina Faso), sumando una nueva amenaza de golpe y magnicidio en lo que va del año.
Pero lo que reveló esta nueva incursión golpista fueron los intereses que convergen en el continente y en Europa para voltear al «Sankara» del siglo XXI.
La detención de un ex comandante de las fuerzas especiales de Burkina Faso, de apellido Kinda, reveló un plan que inculía a 150 mercenarios de distintas nacionalidades que se encontraban operando en la vecina RC al mando de un complejo entramado criminal donde confluyeron grupos teroristas pertenecientes al JNIM-Al Qaeda, el clan familiar de los Compaoré (familia local responsable del derrocamiento y asesinato de Sankara en 1987) y varios ex militares del país que habían sido pasados a retiro por distintos hechos de corrupción.
El ministro burkinés, Mahamadou Sana, quién dió una conferencia de prensa para informar a la población saheliana el plan contra su gobierno, afirmó que el éste no habría sido posible de desarrollar -en cuanto a logística y capacidad económica- sin el apoyo concreto de» alguna potencia occidental». A la que luego se identificó como Francia, tras las confesiones de Kinda, donde reveló la identidad de Thomas Gliozz, agente de jerarquía en los servicios de inteligencia galos, quién habría sido un nexo destacado en el envío y tráfico de armas desde bases clandestinas en Nigeria hasta las zonas ocupadas por los terroristas yihadistas en el Sahel.
Mahamadou Sana también develó que el plan incluía el asalto y la toma del palacio presidencial, a finales de octubre, donde se llevarían a cabo una «serie de atentados terroristas que ocurrirían en simultáneo y que pondrían en jaque a la seguridad del país».
Traoré le agradeció a Abdoulahmane Tchiani por contribuir con la información que llevó a desmantelar el complot.
Por su parte, Macrón reconfiguró el servicio de inteligencia francés tras lo que en los altos mandos militares franceses y en la opinión pública se tradujo como una verguenza, ya que no tiene precedentes cercanos el hecho de que una nación africana hasta hace poco subordinada a los intereses de la metrópolis parisina, descubriera y exhibiera los nexos entre el terrorismo yihadista y las fuerzas armadas francesas. Situación que fue denunciada desde un principio por las nuevas administraciones africanas, a la que ahora se le sumó un alto material probatorio que ceritifca las acusaciones por entonces negadas en Francia.
Pero Francia no es la única nación europea acusada por la AES de financiar al terrorismo islamita con el fin de derrocar a los gobiernos panafricanistas:
Ucrania fue denunciada por Malí en agosto pasado ante la ONU, por ser encontrada responsable de «desviar» armamento recibido por la OTAN a los grupos terrorsitas del Sahel.
«Si el Consejo de Seguridad no toma cartas en el asunto, al menos denunciaremos aquí, en la Asamblea General donde las naciones somos iguales, que los mercaderes de la muerte de Occidente están desestabilizando a nuestra región para sostener sus exorbitantes ganancias, a costa de la sangre nuestros pueblos. Que todos en el mundo sepan quiénes están financiando el terrorismo del Sahel» expresó Oumar Daou, representante permanente de Mali ante las Naciones Unidas.
Con estos dos ejemplos vemos con claridad la tercerización de los objetivos militares de naciones como Francia y Estados Unidos (OTAN) -cuyos ejércitos fueron obligados a retirarse de la región-, en el Sahel.
En el caso de Ucrania, cuyos militares obedecen las directivas de sus financiadores antes nombrados, vemos el uso de las masivas entregas de armas para el combate contra Rusia y su decisiva desviación al Sahel para contrarestar el avance, hasta ahora incontenible, de las fuerzas panafricanistas.
El tablero mundial está atravesado por conflictos centrales y periféricos, unos conectados con otros, en la globalización del estado de guerra. Donde los imperios occidentales ya no pueden ivnadir con sus tropas, entonces financian, forman y dirigen grupos terroristas con el objetivo de lograr la re instalación de sus intereses para el saqueo de bienes comunes naturales y la dominación político y humana de los pueblos, en este caso, africanos.
Ninguna nación está excenta de sufrir daños directos o colaterales de los enfrentamientos como el de la OTAN y Rusia, Taiwan y China, Israel y el eje de la resistencia. Como tampoco ninguna nación está excenta de usar y «aprovechar» estos conflictos para los objetivos que persiga, como bien lo demuestan los países del Sahel, quien tejendo redes con Moscú y Pekin, lograron forzar su salida de los territorios estatales y encaminar sus economías y sistemas de educación y salud para el bien de millones de ciudadanos y ciudadanas.