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Gran Renuncia EEUU: ¿fenómeno pasajero o atisbo de crisis mundial?

Desde abril de este año, en Estados Unidos, cerca de 24 millones de personas renunciaron a sus puestos de trabajo. Sin ir más lejos, en este mes de septiembre se marcó el récord con casi 4.4 millones de trabajadores que decidieron no continuar con sus labores habituales, cerca del 3% de la población económicamente activa […]

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Desde abril de este año, en Estados Unidos, cerca de 24 millones de personas renunciaron a sus puestos de trabajo. Sin ir más lejos, en este mes de septiembre se marcó el récord con casi 4.4 millones de trabajadores que decidieron no continuar con sus labores habituales, cerca del 3% de la población económicamente activa del país del norte.

Fuente: La Vanguardia

Por Fernando Ortiz Sosa de Es de Politólogos 

Depende desde donde se lo mire, puede ser un indicativo de que hay mejores ofertas laborales y muchos trabajadores se decantan hacia trabajos mejor pagos, pero por otro lado también se puede ver como una especie de rebelión en contra de ciertas condiciones laborales que hasta antes de la pandemia se consideraban “normales”. Esta doble visión la podemos encontrar en varios medios de comunicación. Por supuesto que desde el gobierno de Joe Biden adhieren a la primera premisa para demostrar alguna especie de recuperación económica luego del periodo más duro de la pandemia.

Sabemos que aproximadamente el 40% de los trabajos que las personas renunciaron fueron en los sectores de restaurantes, hoteles, viajes, bares, almacenes, manufactura y atención médica. Según un informe de la Oficina de Estadísticas Laborales, en septiembre se ofertaron 10.4 millones de nuevos puestos de trabajo, de los cuales se ocuparon sólo 6.5 millones; pero en total hubo 6.2 millones de bajas (las 4.4 que hablamos anteriormente, 1.4 millones de despidos y 410.000 de otras bajas que abarcan desde jubilaciones hasta muertes).

Canadá está pasando por otro fenómeno similar, con la diferencia de que muchas de las bajas que se están dando es de la enorme cantidad de adultos mayores trabajadores, que van dejando sus puestos, motivados, sobre todo en el fenómeno de la pandemia.

Ahora bien, debemos explorar distintas causas que provocan este fenómeno de “reacomodamiento” laboral, y no suele ser tan simple como lo afirman quienes pretenden ver el vaso medio lleno diciendo que hay millones de puestos de trabajo favorables hacia donde la gente va volcándose lentamente. Por eso, lo vamos a dividir en causas inmediatas y causas subyacentes.

Las causas inmediatas son evidentes: la pandemia creó una “nueva normalidad” que ahora muchos reclaman. Cuando en el mundo se dictaron cuarentenas, muchos trabajos presenciales debieron reconvertirse para ser llevados adelante desde los hogares. Asimismo, en otros países donde no hubo una protección estatal contra los despidos, hicieron que muchos trabajadores (sobre todo los millenials) buscaran otro tipo de ocupaciones autogestivas.

La vuelta a la presencialidad terminó generando un malestar en muchos de estos trabajadores que ahora reclaman mayor flexibilidad y controles para no contagiarse de COVID-19. Y aquí es donde empezamos a vislumbrar la punta del iceberg de los problemas subyacentes. Pero para eso, necesitamos saber, ¿Qué está pasando con el empleo en general?

La crisis en el mundo del trabajo

En buena parte del Siglo XX el capitalismo mundial se rigió a partir de los principios del Estado de Bienestar, basado en un modelo de acumulación y producción llamado fordismo atlántico. Bajo estos preceptos, el llamado primer mundo industrializado logró avances sociales y económicos de suma importancia. Existía una relación salarial donde estos se indexaban con el crecimiento de la productividad y la inflación, fuerte acciones estatales para la administración de las demandas y políticas públicas destinadas a generalizar normas de consumo masivo.

Es así que al fordismo lo podemos analizar como un tipo distintivo de proceso laboral, entrañando producción masiva asentada en la línea de embalaje (o cadena de montaje) y técnicas con trabajadores semi-cualificados. El dinamismo económico proviene de la producción masiva de bienes de consumo, representando, además, un modo de crecimiento marcroeconómico (el régimen de acumulación) conectado entre sí con una elevada productividad.

Fuente: Infobae

La promoción del consumo masivo, requería en aquel momento formas de producción que son muy distintas a las actuales. Las economías nacionales más grandes se sustentaban en el crecimiento del mercado interno y la exportación del excedente. Asimismo, el Estado también crecía en su sector público para abarcar la mayor cantidad de áreas posibles y asegurar un buen funcionamiento del modelo de acumulación.

Este Estado, al que llamaremos Estado Nacional Keynesiano de Bienestar, propendió al pleno empleo en una economía nacional relativamente cerrada, operando en lo medular a través de una gestión del lado de la demanda. También estuvo orientado al “bienestar” en la medida que procuró reproducir la fuerza de trabajo como mercancía ficticia, apuntalando la generación de condiciones para la reproducción social. Asimismo, se reguló la negociación colectiva haciéndola compatible con un crecimiento económico acompañado de pleno empleo, etc. Este estado fue “nacional” dado que el Estado territorial nacional asumió la responsabilidad principal para dirigir las políticas de bienestar keynesianas en las diferentes escalas. Y, por último, fue “estatista” ya que las instituciones del Estado, en diferentes niveles, fueron complemento principal de las fuerzas de mercado en el régimen fordista de acumulación, mostrando, asimismo, un gran ascendiente sobre las instituciones de la sociedad civil.

Todo esto entra en crisis a partir de la década de los 70. Muchas veces escuchamos a nuestros padres o abuelos (y lo digo en masculino a propósito) hablar de que en aquellas épocas los empleos duraban 40 años en la fábrica y con eso podías mantener a toda tu familia, incluyendo a la esposa que sólo se dedicaba a tareas de cuidado y dando posibilidad a los hijes para que estudien y logren la ansiada movilidad social ascendente.

Muchas son las causas que terminaron progresivamente con el ENKB, entre ellas la crisis petrolera de los años 70 y los avances tecnológicos de lo que se llamó un Régimen Posnacional Shumpeteriano (Workfare). En definitiva, a partir de los 80 y 90 comienzan a implementarse lo que cariñosamente llamamos capitalismo salvaje, que viene a mostrarse como una respuesta “salvadora” a las crisis de stock, suba de gasto público e inflación.

No, no estoy hablando de Argentina. Esto pasó en el mundo y hoy está dando sus últimas bocanadas de aire antes de comenzar su agonía. El modelo Shumpeteriano promueve la flexibilización laboral, la precarización y la intervención desde el lado de la oferta. Subordina la política social a las necesidades de la flexibilidad del mercado de trabajo y a los constreñimientos de la competición internacional.

Fuente: Cronista

La idea de pleno empleo queda relegada por otra que prioriza esta competitividad internacional. Mucha fuerza laboral queda obsoleta porque si el fordismo utilizaba mano de obra cuasi-calificada, el Workfare requiere más mano de obra especializada sobre todo en aspectos tecnológicos. La fuerza de trabajo ahora también es elástica, cambiante y con alta rotación; lo que provoca cambios en el juego de la oferta-demanda de fuerza laboral, empujando su precio (salario) a la baja.

Los monopolios y oligopolios tienen más preminencia en el mercado internacional, provocando la desindustrialización no sólo de la periferia mundial, sino también de muchas economías atlánticas (¿recuerdan cuando hablamos de Alemania y su rol en las crisis de Grecia, Italia y Portugal?)

En definitiva, y para no hacerla larga. El Workfare mantiene las apariencias de un estado de bienestar orientado al consumo masivo (pues, sino a quien le va a vender sus productos) pero con un gran retroceso en derechos laborales y calidad de vida de sus trabajadores. Bajo el ENKB la fábrica de autos pretendía que su propio empleado le compre el auto. En el Workfare el empleado esta precarizado y mal pago, el auto lo compra otro sector social.

Hoy en día, son esos tipos de trabajo los que se encuentran en crisis y al representar un enorme porcentaje de los empleos actuales, puede llegar a representar quizás el comienzo de una próxima e importante crisis del capitalismo mundial. En el caso que nos ocupa de EE.UU., algunos prefieren auto-emplearse en su casa, antes de volver a trabajar 10 horas diarias por un magro sueldo, sin un buen sistema de seguridad social y casi sin derechos de cuidado familiar. Las mujeres, como siempre, las más afectadas por este sistema laboral.

Lo que se viene en unos años

De la misma forma que se sucedieron distintas causas que terminaron con el modo de acumulación fordista, hoy puede que se estén comenzando a ver otras que ponen en jaque al Workfare. La precarización laboral y el déficit en los sistemas de seguridad social, están provocando distintas reacciones a nivel mundial. Encima, estamos a nada de un nuevo salto tecnológico que terminará de poner en crisis a la concepción misma del trabajo.

El avance de las inteligencias artificiales, el big data y la robótica serán un desafío a futuro que volverá a reconvertir las relaciones laborales. Por algo, tanto desde sectores de izquierda como de derecha, se está hablando cada vez con mayor frecuencia de la implementación de un ingreso básico universal que pueda cubrir las principales necesidades de subsistencia.

Fuente: El País

Este próximo salto tecnológico traerá consigo mayores desigualdades en el ingreso, volviendo a dejar a grandes porciones de la población fuera del sistema laboral que cada vez será más especializado. El contrato social del Siglo XX, con la desaparición del ENBK y el rápido agotamiento (¿o reconversión?) del Workfare, va camino a desaparecer y todavía no se conocen los alcances que tendrán las nuevas relaciones laborales.

Entre medio, las grandes fortunas a nivel mundial van dejando de ser de los grandes conglomerados industriales para pasar a ser, cada vez más, de aquellos que se dedican a la explotación de recursos tecnológicos y digitales. La internet de las cosas será la economía que dominará el mercado mundial en las próximas décadas.

La economía robótica también está a unos pocos años de comenzar a tener una verdadera preeminencia en el modelo de producción y acumulación. Un ejemplo es Foxconn, una de las mayores fábricas de productos tecnológicos (iPhone entre ellos) que instala cerca de 10.000 robots al año y se estima que para finales de este año, estas máquinas habrán reemplazado a casi el 30% de los empleados. Amazon es otro de los ejemplos, y las aplicaciones en robóticas comienzan a verse en producciones más cercanos al día a día de la gente: supermercados, farmacias, servicios de delivery, etc.

Todo esto, inevitablemente, traerá consigo la próxima gran crisis del capitalismo mundial, cuando explote ese contrato social y cientos de millones de personas más se vean afectadas por estos avances. Hoy, el problema (en los países occidentales y del hemisferio norte) no está tan representado por la desocupación, sino más bien por la precarización a la que están sometidos sus trabajadores.

Es un fenómeno que también vemos en nuestro país: Altas tasas de pobreza, con (comparativamente) bajas tasas de desempleo. Se creó una nueva clase obrera: el trabajador pobre. Aquel que necesita de dos o tres empleos para poder sobrevivir. Contratos temporarios, empleos part time, tercerización, el famoso discurso de ser tu propio jefe para fomentar la auto explotación, etc.

A todo esto en EE.UU. le están diciendo basta, pero sin atacar las causas de fondo. Porque si una madre soltera debe renunciar a un empleo bajo condiciones miserables en un restaurante, para convertirse en emprendedora de redes sociales, lo único que cambia es el tipo de relación laboral, por la explotación sigue existiendo.

Los gobiernos deben salir a implementar distintos tipos de bonos (planes sociales, les dicen aquí) para contener a la cada vez mayor masa de trabajadores pobres, agravado por supuesto, por la pandemia del COVID-19 que asoló el mundo en los últimos casi dos años.

Encima de todo esto, y para concluir, se vienen meses de retracción de la actividad económica, sobre todo en Europa, por la alta tasa de contagios de coronavirus, principalmente de aquellos que niegan a vacunarse y el crudo invierno que se avecina con la crisis energética que afectará principalmente a las industrias tradicionales. Todo ello administrado por Alemania que tiene la casi exclusividad de exportación del gas ruso y que ya anunció que subirá en un 20% el precio del gas para este invierno; y para completar el cóctel explosivo, estamos viendo, tanto en EE.UU como en países europeos, un aumento de la inflación en precios de alimentos que se agravará con el invierno por los mayores costos de producción y traslado.

En definitiva, la pregunta siempre seguirá siendo la misma: ¿se trabaja para vivir o se vive para trabajar? Y la Respuesta, aunque parezca obvia, la tienen siempre los trabajadores. Como siempre, a la hora de votar, siempre tenemos que saber de qué lado de la mecha nos encontramos.

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