Por Juan Martín Marchioni y Daniela Piccone
Hace poco más de tres meses, Alberto Fernández asumía el gobierno -en una plaza de mayo colmada- de un país que venía arrastrando muchos problemas y de distintos frentes: inflación récord, endeudamiento externo, fuga de capitales, pérdida del poder adquisitivo de los sectores más postergados, recortes en la educación, la ciencia, la tecnología y la cultura, entre otros. Y si bien el origen de algunos de estos problemas no estuvo en el gobierno de Mauricio Macri, no es erróneo decir que bajo su mandato algunos aspectos problemáticos se profundizaron.
Ese trayecto de 100 días de gestión mostró a un presidente que, a pesar de haber cultivado un perfil bajo en las apariciones públicas, tuvo un rol muy activo en la toma de medidas para impulsar nuevamente el desarrollo productivo y económico del país, siendo algunas de estas medidas criticadas por la oposición parlamentaria. Nada parecía fuera de lo habitual en el nuevo gobierno peronista hasta que llegó marzo y el panorama cambió radicalmente como consecuencia de la aparición de un fenómeno que no estaba en los planes de nadie: la proliferación del COVID-19, conocido popularmente como Coronavirus.
Si bien se le puede señalar que el Gobierno subestimó en un principio la llegada del virus, no se puede desconocer la manera de abordar este novedoso y poco conocido fenómeno. A los pocos días de la detección del primer caso, el Presidente decretó la cuarentena por 14 días para personas que regresan del exterior primero, y luego el aislamiento social obligatorio general, para evitar la propagación del virus. A eso se suman medidas de protección para las clases más humildes (a partir de transferencias directas de recursos, mediante la creación del salario de emergencia para las categorías más bajas de monotributistas), congelando precios de los alquileres y descartando los desalojos por mora hasta que pase la emergencia -medidas que el Estado argentino no tomaba hacía más de 30 años-, y repatriando alrededor de 14000 compatriotas con la flota de nuestra aerolínea de bandera.
Si nos preguntamos qué hace Fernández, la definición más concreta para comprender el rumbo que se tomó se puede encontrar en palabras del propio presidente de la Nación, quien explícitamente expresó que de una economía que se cae se vuelve, pero de las muertes no se vuelve más. En ese sentido, no se trata de descuidar la economía, como desde algunos sectores le critican al Presidente, sino de hacer prevalecer la vida y la salud de las personas. Algo que ya había dicho de otra manera en su campaña electoral, cuando repetía incansablemente la frase “entre los bancos y los jubilados, me quedo con los jubilados” definiendo ya desde un principio cuáles eran sus prioridades.
Los dilemas de la economía que se viene
Este dato no es trivial. Sí Argentina, que ya se encontraba en un frágil contexto económico, se le suma que se avizora una recesión de la economía mundial de magnitudes similares a la crisis de 1929, lo que implica una caída del 3% del PBI mundial en el marco de una pandemia mundial que ya lleva más de 70.000 muertos, no tomar medidas extraordinarias es un error. De eso saben en Ecuador, donde los cadáveres se acumulan en las veredas de los barrios debido a la incompetencia del gobierno. Y en este sentido, no sólo que éticamente es un acto de crueldad dejar de lado la salud, también es poco inteligente, el desprestigio de los gobernantes que no están a la altura llevan a las crisis institucionales, y ninguna crisis institucional le sale barata a la economía doméstica.
A propósito de Ecuador, ¿qué está pasando en el mundo? Podemos decir que el Covid-19 aparece como un enemigo invisible y nos pone de frente con un oponente que se presenta no humano, amenazándonos de muerte y colapso sanitario. Los caminos de los mandatarios frente a un enemigo no humano fueron diversos, destacándose los siguientes: Hubo quienes lo tomaron como un invento de los medios, en esta categoría bien podría destacarse Bolsonaro; quienes intentaron darle una forma humana y una nacionalidad, como hizo Trump cuando lo llamo el virus chino; encararlo como un enemigo al que no es factible combatir, pidiendo rezos y estampitas como hizo López Obrador; o presentarlo como un enemigo al que, con una estrategia eficiente, se lo puede gobernar, como se apostó Argentina. No se lo puede eliminar, se puede gestionar el riesgo para no caer en una crisis, o al menos, intentarlo.
Por ello es de destacar el rol central de Alberto Fernández y el liderazgo ejercido en este tiempo de pandemia –también cabe destacar que gran parte de la oposición estuvo a la altura, construyó consensos y acompañó activamente-. Una vez declarado el aislamiento, el presidente tomó la posta, no sólo en sus medidas institucionales, sino que también en lo comunicacional, combina sus conocimientos del derecho con su praxis política de modo tal que encuentra un equilibrio entre ambos aspectos, dando lugar así a un discurso coherente con líneas de acción y gestión. En fin, demostró que sabe de poder y lo ejerce.
Oportuncrisis
A partir de esta emergencia sanitaria, Argentina tiene una oportunidad histórica de establecer un nuevo pacto social, en donde la solidaridad se constituye como un pilar fundamental. El mismo Alberto Fernández, en declaraciones televisivas recientes, hizo alusión a que es justamente en los momentos de crisis donde emerge la solidaridad como un valor trascendental de nuestra sociedad. El desafío, creemos, es lograr que esa solidaridad perdure en el tiempo, en otras palabras, que trascienda la crisis y pueda instalarse definitivamente como un valor distintivo de los argentinos.
Se trata de ir hacia lo que Francois Dubet llama igualdad de posiciones. En contraposición a lo que este autor francés llama igualdad de oportunidades, donde resalta el mérito individual para que cada sujeto pueda progresar socialmente, la igualdad de posiciones supone garantizar un piso considerable de derechos que invita a reducir las desigualdades de ingresos, de condiciones de vida, de acceso a los servicios y de seguridad social. En otras palabras, de lo que se trata es de crear un gran paraguas que a todos nos ampare, haciendo énfasis en los más necesitados.
Este paradigma (la igualdad de posiciones) implica partir de un consenso: para todos, el esfuerzo que hay que hacer, no es el mismo. Es equívoco poner en un mismo escalón a una persona que tiene los alimentos garantizados y a una que deba asistir a un comedor popular para poder tener acceso; es incorrecto poner en un mismo umbral a una persona que tiene la posibilidad de tener o alquilar un departamento o casa, que una que deba vivir obligadamente en el hacinamiento porque sus posibilidades son limitadas. El aislamiento permite visibilizar que si el otro no está cuidado (y tiene la posibilidad económica/social de aislarse), no hay posibilidad de yo esté cuidado. Si el otro no se puede cuidar, yo estoy descuidado en tanto tengo, no sólo más probabilidades de contagiarme, sino que además, si todos se contagian, tengo menos posibilidades -en el caso que lo amerite- a acceder a un respirador. La pandemia da a los argentinos la posibilidad de que la miseria deje de ser tolerada.
El coronavirus no sólo se establece como una posibilidad de poner blanco sobre negro en este aspecto, sino que también puede ser la posibilidad de que se deje de estigmatizar el delito y se reconozca que los que tienen auto y viven en countrys también violan las leyes (y llevan en el baúl del auto a las mucamas). Para cerrar esta sección, vale abrir algunos interrogantes relacionados con lo señalado anteriormente: ¿cuántos hospitales se podrían haber construido con la exponencial fuga de capitales que hubo el año anterior? ¿cuantos respiradores y camas se podrían comprar? Preguntas que, en el contexto actual, pocos se hacen.
Las cacerolas y un punto de inflexión
Un día aparecieron tuits y mensajes de whatsapp llamando a las cacerolas, luego de que el presidente en una conferencia pública, anunciara la extensión de la cuarentena por el éxito de la estrategia y le llamara la atención -con algún exabrupto comunicacional- a los que en medio de la crisis presionan al gobierno despidiendo trabajadores para que acabe con la cuarentena, tal como lo hicieron Paolo Rocca y Nicolás Caputo -íntimo amigo de Mauricio Macri-.
Y los cacerolazos reclamando la baja de salario de los políticos encontraron cierto eco en la sociedad. Aquí, algo para comentar: las posibilidades de responder a esa demanda (como el gobierno lo hizo preparando una reducción del 40% del salario de los legisladores) no pueden obturar una realidad, que ninguno de los políticos que hoy se encuentran en funciones pertenecen a la lista de las 50 familias argentinas más ricas. Tampoco están en esta lista la mayoría de quienes escuchamos hacer sonar sus cacerolas, de hecho, pertenecen a la clase trabajadora plausible de ser despedida a la que el gobierno debe proteger. Los que sí lo están en la lista son Rocca y Caputo que quisieron cesantear entre los dos a más de 2000 trabajadores.
Si llevamos este análisis a un espacio macro, internacional, podemos dar cuenta de la diferencia de los malestares. Aquí el malestar por la tardía o nula respuesta a la pandemia no encuentra lugar, lo que encuentra lugar es la problemática económica. Quienes despiden y sus colaboradores políticos quieren plantear un escenario más catastrófico en una coyuntura ya catastrófica. Poner los despidos en juego para poner en jaque al gobierno. Hay un juego de elección racional que ilustra este escenario, se llama el juego del carro ganador: van dos autos por una estrecha carretera, si uno da el volantazo el otro gana, si ninguno frena los dos autos pierden porque chocan entre sí. La alternativa a ganar o perder era que quienes se enriquecieron ahora ganen menos.
Cuando Alberto Fernández pedía por televisión que no se plantee una dicotomía entre economía y salud, suponía que hay una alternativa a este juego: que esta vez quienes mayores ganancias obtuvieron durante los últimos años, ganen un poco menos. El pacto social con igualdad de posiciones encuentra su obstáculo en la concentración desmedida de riqueza.
En este marco la definición de no confrontar con la oposición (que gobernó hasta hace relativamente poco) y por la tanto con sus partidarios, vuelve dificultoso, en lo discursivo, poder dar cuenta de que la crisis económica no nace de la pandemia en sí, sino que está relacionada con un vaciamiento económico provocado mayoritariamente por la deuda externa contraída en la gestión cambiemita. Así como también se vuelve difícil señalar que aquellos dirigentes políticos que hoy reclaman bajar los costos de la política se vieron beneficiados en gran magnitud cuando los familiares de los funcionarios públicos de la gestión anterior pudieron “blanquear” dinero -es decir, pasar en blanco dinero que tenían en negro, no declarado y por tanto en una situación de ilegalidad-.
Los números que circulan, dan cuenta de que la aprobación de la gestión de Fernández alcanza el 60% de aprobación. En ambos trabajos relevados, de las consultoras Zuban Córdoba y Raúl Aragón, se coincide no solo en ese número sino también en que hay una aprobación al tratamiento de la crisis que se ha dado desde el Gobierno. Y si bien es cierto que la gestión de la crisis comenzó con algún titubeo, fundamentalmente por cortocircuitos interministeriales, también es cierto que el mismo Presidente, desde que tomó el asunto y se puso al frente del mismo, encontró una forma efectiva de llevar adelante la misma, trabajando con todos los colores políticos mancomunadamente.
En ese marco, no se pueden soslayar dos hechos que acontecieron recientemente y generaron descontento y polémica: la falta de previsión del dia viernes 3 de abril, cuando los bancos reabrieron para hacer efectivo el pago a los jubilados, y lo ocurrido el lunes 6 de abril con la compra de alimentos desde el Ministerio de Desarrollo Social a un precio superior al techo marcado por el gobierno en el programa “precios máximos”. Sin ánimos de abrir juicios ante estos hechos, sí debemos advertir que los mismos terminaron por resolverse a partir de la intervención del propio Presidente de la Nación.
En una delicada coyuntura sanitaria que, a fines de evitar el colapso, se ponen en evidencia las dificultades que tenemos como sociedad para enfrentar una situación de emergencia. Es ahí, creemos, que más debe actuar coordinadamente el Gobierno, con pautas claras y líneas de acción concreta, evitando los grises. Estos dos hechos muestran que Alberto Fernández no solo ejerce la presidencia, sino que también es quien busca los equilibrios hacia dentro de una coalición electoral amplia, donde las disidencias pueden estar a la orden del día. Sin embargo, es un aspecto a señalar como preocupante porque no podemos soslayar que el mismo presidente es del grupo de riesgo y que, cuando termine todo este asunto, aún deberá afrontar casi tres años más de gestión gubernamental.
Interrogantes a modo de cierre
Sin lugar a duda, la “cuarentena” traerá efectos no esperados en una economía que esperaba reactivarse. Pero este fenómeno no será algo que le sucederá únicamente a Argentina. En países como Estados Unidos, que demoró en lanzar medidas de contención y aislamiento similares a las de nuestro país, el número de desempleados supera las 10 millones de personas -hasta el cierre de esta nota-. En Europa, países como España, Italia y Francia tensionan con la continuidad de la Unión Europea si esta no aprueba los bonos con responsabilidad compartida por todos los países.
No es erróneo decir que Argentina tiene sus características particulares. A la impagable deuda externa que nos legó el gobierno de la alianza cambiemos, se le suma también un escenario donde el Estado busca dar respuestas a los sectores que aún se encuentran en una extrema vulnerabilidad, a partir de medidas mencionadas con anterioridad. En otras palabras, las prudencias monetaria y fiscal que se propuso llevar a cabo el gobierno, quedarán en un segundo plano hasta que pase el aislamiento. Y si bien ya hay indicios de que vendrán tiempos difíciles en lo económicos, vale señalar nuevamente que es el mundo quien sufrirá las consecuencias de la depresión económica global.
Tal vez resulte prematuro sacar conclusiones en estos momentos, pero lo cierto es que, producto de sus virtudes para manejar la emergencia y la flaqueza con la que la pandemia es abordada por los distintos presidentes del continente americano (Bolsonaro, Piñera, López Obrador o Trump, por citar algunos), Alberto Fernández parece estar consolidando un liderazgo que va camino a trascender las fronteras argentinas e instalarse como un estandarte latinoamericano. Será crucial como el Presidente gestione lo que vendrá después de la emergencia, sobre todo en términos económicos. Se avecinan días difíciles, donde Fernández tendrá la posibilidad (o no) de ratificar que es un buen piloto de tormentas.
Por Juan Martín Marchioni y Daniela Piccone