¿Cuánta información sobre nosotros maneja una aplicación de celular? ¿Y si la empresa dueña de esa aplicación puede usar esa información en contra de nuestra salud y nuestro bienestar emocional? Tenemos un stalker en el bolsillo y de momento lo más urgente es aprender a controlarlo.

Por Agustín Navarro
No, no voy a llamarte Meta
Fue noticia estos días el cambio de nombre de la compañía Facebook. Meta ahora es el nombre de la marca paraguas que engloba las aplicaciones Instagram, Facebook y Whatsapp, todas propiedad del multimillonario Mark Elliot Zuckerberg.
Este anuncio de nuevo branding sucede justo a tiempo para intentar poner a flote una empresa que viene registrando caídas históricas de su valor en bolsa a raíz de una filtración de documentación interna por parte de su ex-empleada Frances Haugen.
¿Qué dicen los documentos que Haugen liberó a principios de octubre? Principalmente que Instagram genera malestar emocional en sus usuarios, desórdenes alimenticios en les jóvenes más cercanos a la adolescencia, problemas de sueño, ansiedad, entre otros.
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¿Cómo lo hace? En primer lugar el algoritmo de Instagram, en su selección de contenido, refuerza el “sesgo de confirmación”, es decir nos muestra contenido más acorde a lo que supuestamente queremos ver. Así, por ejemplo un usuario que quizás tenga interés por aprender sobre alimentación y salud termine expuesto a contenido de dietas extremas de cuentas donde mostrar imágenes delgadez excesiva o hablar de peso objetivo sean una constante.
De esta forma puede que ese usuario, frente a ese contenido particular, construya una valoración negativa sobre su cuerpo lo cual lo induzca a, en primera instancia, a consumir más contenido de la plataforma.

Estos algoritmos también identifican qué información estamos enviando a su plataforma y premian o penalizan a los usuarios según el uso que estos hacen de sus herramientas. Si subimos a la plataforma una foto que fue obtenida con otro dispositivo que no sea la cámara nativa de Instagram la imagen llegará, intencionalmente, a menos personas.
Si es una imagen estática circulará menos que un video, y si es un video auto-filmado donde hablamos directamente a la cámara la plataforma nos premiará con mucha más exposición. Desde el marketing digital esto se conoce como “humanizar la marca”, en donde la estrategia de venta es mostrarse como persona detrás de un emprendimiento.
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Pero lo que está sucediendo de fondo es que los datos biométricos de nuestro rostro solapados con nuestras expresiones fonéticas son increíblemente valiosos. ¿Pero de qué le sirven a una empresa los datos de mi cara?

Como dato aislado parece superfluo pero lo valioso está en la combinación de los distintos datos puntuales. Instagram puede conocer desde mi estado anímico hasta con quienes me frecuento, cuanta información comparto con esas personas incluso fuera de la app, que patrones de consumo tenemos como grupo, etc.
Ninguna otra empresa o gobierno tiene semejante capacidad de recopilación de datos como Facebook. El escándalo de Cambridge Analytica es un ejemplo claro de cómo empresas de informática al servicio de grupos de poder pueden manipular audiencias de forma directa y torcer resultados en elecciones presidenciales.

Humanes después de todo
Me parece importante aclarar el hecho de que nadie nos explica cómo usar estas plataformas. Si bien hay tutoriales, tips y consejos, la mayoría de las veces aprendemos por cuenta propia.
Este aprendizaje sin guía nos vuelve vulnerables en cierto modo ya que mientras aprendemos no podemos ser demasiado críticos, y una vez que aprendimos damos por sentado cierto conocimiento sin volver a revisarlo. Como la interacción con la plataforma es usuario-dispositivo: no hay un debate usuario-usuario sostenido.
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Sería muy extenso indagar sobre la relación entre la evolución del cerebro humano y la socialización como práctica fundamental para el aprendizaje y nuestro desarrollo como individuos sumergidos en un colectivo. De momento nos vamos a aferrar a la idea de que crecemos y nos formamos a partir de la interacción con otres y una gran parte de nuestra mente está diseñada, biológicamente, para responder a ese estímulo.
Como humanos necesitamos socializar tanto que si no lo hacemos nuestro cerebro nos penaliza, incluso químicamente. Lo imperante es ser conscientes de que estas empresas, como Instagram, lo saben, y sacan ventaja de esta necesidad que tenemos de compartir con otres.
Un buen comienzo sería poder revisar cómo es nuestro consumo frente al contenido desplegado en estos espacios virtuales y animarnos a discutir en comunidad qué tipos de intercambios virtuales realmente necesitamos y si estamos dispuestos a pagar por ello.