El animé suma adeptos por doquier y cada vez son más quienes integran el grupo de espectadores. Pero al comentarle a alguien que estamos viendo animé surgen estereotipos y prejuicios. En esta columna, un análisis de algunos que pueden ser el principal impedimento de introducirse a este mundo fantástico.

Todos los que crecimos en los 90 vimos grandes clásicos del anime como Dragon Ball, Los Caballeros del Zodíaco o Sailor Moon. Pero también, en la adolescencia, muchos empezamos a ser vistos como “raros” por consumir estas producciones de la cultura oriental.
Ni hablar de los que tenemos más de 30 y todavía seguimos disfrutando de estas historias. Muchas veces nos sentimos juzgados —por decirlo de alguna manera— como inmaduros o incluso como libertarios. Como si el consumo de producciones audiovisuales estuviera determinado por la ideología, que en algunos casos lo está, pero el mundo del anime es tan amplio que logra ser transversal a cualquier color político.
Me gustaría profundizar en lo que creo que es el origen de estos prejuicios sobre el animé.
Los abuelos de la posguerra
“Esos chinos le quieren lavar la cabeza a los niños.” “¿Por qué no te ponés a leer Patoruzú en vez de ver esos que se pelean?” Estos argumentos —y muchos más— me tocaron escuchar siendo una otaku casi de la prehistoria.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, a muchas personas les quedó instalada la absurda idea de que Japón, por haber perdido la guerra, venía por las permeables mentes de los jóvenes argentinos. Tal vez fue una reacción al desconocimiento de la cultura japonesa y a una defensa hacia la imposición cultural occidental.
Porque sí, en Dragon Ball había peleas físicas, pero también se destacaban valores como la amistad, el aprendizaje y el esfuerzo para alcanzar objetivos. Mientras tanto, las producciones estadounidenses que llegaban también tenían violencia: Power Rangers, por ejemplo, está basado en un programa japonés de las mismas características llamado Super Sentai, que se emite desde 1975.
Cualquier otaku digno sabe que Kimba, el león blanco es la película original, y que El Rey León fue una versión de Disney. Muchas producciones occidentales estaban inspiradas —por no decir copiadas— en las japonesas, pero si venían de Estados Unidos eran más aceptadas socialmente. Entonces, me pregunto: ¿que nos “metieran” ideas gringas en la cabeza era mejor para nuestros abuelos de posguerra?
¿Te suena de algo 'El Emperador de la Selva'? ¿Y si os decimos que su protagonista se llamaba Kimba? ¿Nada? A los animadores de 'El Rey León' tampoco les sonaba, pero las semejanzas son asombrosas…… https://t.co/mzfUwJEwP3 pic.twitter.com/uX4IMy7SN8
— Fotogramas – Cine (@fotogramas_es) July 26, 2019
Falta de representatividad
Un problema recurrente es la falta de producciones argentinas pensadas para niños y preadolescentes. Aunque se intentó con iniciativas como Paka-Paka, el debate sobre la ideología siempre termina eclipsando estas propuestas. Pareciera que generar contenido nacional que también genere empleo está mal visto, bajo el pretexto de que dichas producciones están «politizadas».
Mientras tanto, en canales internacionales como Nickelodeon, tiempo después, descubrimos que incluían chistes sobre abuso sexual de menores encubiertos. Si quieren ahondar en este tema, les recomiendo el documental Quiet on Set, disponible en Prime Video.
Tal vez esta falta de opciones locales sea una de las razones por las cuales el anime se convirtió en un fenómeno en toda Latinoamérica. Muchas personas encuentran en estas historias y personajes una representación más cercana a sus emociones y vivencias, a diferencia de las narrativas occidentales, que suelen ser más idealizadas y alejadas de la realidad cotidiana.
Entonces, ¿realmente es «antinacional» ver a Gokú peleando con Vegeta? ¿O simplemente nuestros padres y abuelos preferían aceptar cualquier idea occidental antes que aquello que desconocían del mundo oriental?
Nuevas generaciones
Hoy en día, el anime sigue cargando con etiquetas como “de virgos”, “de raros” o incluso “de libertos”. Estas simplificaciones despectivas no solo generan discriminación hacia los jóvenes otakus, sino que también refuerzan una división innecesaria.
Muchas veces, quienes se sienten atacados o juzgados reaccionan con mayor agresividad, y en algunos casos terminan identificándose con discursos de políticos outsiders que también fueron marginados por ser percibidos como “raros”. Esto no hace más que profundizar las brechas y los prejuicios de ambos lados.
Tal vez sea hora de reflexionar sobre cómo estos estigmas y los prejuicios sobre el animé, no solo afectan a quienes disfrutan de estas historias, sino que también limitan nuestra capacidad de aceptar lo diferente.
El anime ofrece una diversidad de relatos y personajes con una profundidad emocional y narrativa que no es común encontrar en otros formatos. En lugar de juzgarlo o etiquetarlo, deberíamos aprender a disfrutar de su riqueza y de lo que nos puede enseñar sobre el esfuerzo, la amistad y las emociones humanas. Porque que te atraiga lo diferente no te hace alguien malo; seguir discriminando a otros por sus gustos personales, sí.
Marija