Una cosa que uno podría decir con el diario del lunes es que Milei logró encarnar una nueva forma de representación política que rompe no solo con la manera en que el peronismo entendía la representación, sino también en cómo el macrismo se había ordenado en ese sistema político.

Por Matilde Bustos
Milei sí compuso una nueva canción
Milei emerge en el escenario electoral con un diagnóstico sobre el cual construye toda su retórica victoriosa. Y es que el sistema político argentino de los últimos 20 años péndula sobre dos partidos políticos que, aunque puedan distinguirse en términos de propuesta ideológica (la llamada grieta), comparten cierto respeto y apego a la institucionalidad y el orden, lo que les permite seguir siendo parte de eso que el presidente ha caratulado como la casta.
De cierta manera lo que Milei denuncia cuando comienza a desfilar como candidato es la existencia de un pacto corporativo entre estos partidos para que ninguno pierda su kiosquito propio (dígase cargos, puestos, poder) ni se vean obligados a reinventarse, alimentando la polarización ideológica y la supervivencia mutua.
Ese pacto, legitimado por los representados hasta diciembre del 2023, se rompe fundamentalmente porque la ciudadanía, en su gran mayoría, percibe un fracaso constante en las gestiones gubernamentales anteriores. Este fracaso radica fundamentalmente en la incapacidad de los gobiernos para controlar la inflación y la deriva cambiaria, y en la sensación de que los representantes actúan cada vez más alejados de esa realidad, corporativizando la discusión pública y operando como una elite.
Más de un año después de la derrota, una buena parte de la dirigencia y militancia peronista se sigue preguntando ¿cómo fue posible que le hayan confiado el poder a este loco?
La persistencia de la pregunta pone justamente de relieve la distancia con el electorado. Fuera de ese microclima, se deduce rápidamente cuál es el riesgo que decidió tomar el ciudadano de a pie en aquel noviembre del 2023: si los dirigentes políticos no logran resolver mis problemas, ¿por qué no apostar por una nueva figura que sea outsider? ¿Por qué seguir confiando en la política tradicional? ¿Por qué no apostar por otra manera de representación más cruda, más salvaje, ‘más sensata’, más directa?
Es ahí donde se potencia el poder de seducción de un dirigente sin filtros, incorrecto, rebelde con el deber ser, desafiando la lista de ingredientes con la que se conquistaba el poder hasta entonces: territorialidad e institucionalidad política.
Esta apuesta de la ciudadanía, que se traduce en la victoria electoral de Milei en las últimas elecciones presidenciales, venía acompañada de cierta sospecha por parte de la dirigencia tradicional que presuponía que el nuevo presidente iba a ´hacer la gran Macri´: presentarse como el modelo del cambio y luego transar/negociar ciertas agendas, consensos y modos de representación.
Sin embargo, el Mileísmo parece sostenerse en su postura inicial sin ´traicionar sus promesas´ lo que parte de su electorado interpreta como que ´no se corrompe´ ni se marea con el poder. A la falta de coraje y liderazgo de Macri y Alberto sucesivamente, Milei profundiza su desapego al deber ser político, lo que combinado con su receta de estabilidad macroeconómica -ajuste fiscal y gradualismo (hasta ahora) cambiario -, le permite ir ganando la carrera.
Bloqueo creativo
Hasta este punto, podríamos afirmar que el Mileísmo ganó. Ganó porque logró conquistar la presidencia, convertirse muy rápidamente en primera minoría a nivel legislativo y mantenerse fiel a una idea. No solo logra capitalizar el fracaso del gobierno anterior, sino que ha desafiado a lo que podríamos ya denominar la derecha tradicional en Argentina, representada por el PRO, absorbiendo a sus dirigentes, imponiendo agendas y marcando el ritmo del debate político.
Esto no quiere decir que las discusiones sobre su legitimidad sean inertes: la criptoestafa, o lo que mediáticamente se llamó el escándalo LIBRA, aunque las consultoras políticas afirmen que no le han hecho suficiente daño a su imagen, denota inexperiencia y fragilidad que podría traer problemas futuros. La defensa frente al escándalo lo deja endeble: o bien no es el capo en finanzas que dice ser o le tendieron una trampa y no es el as de la política que dice ser (lloran los basados).
A esto se le suma la intromisión en el supuestamente independiente poder judicial, la incertidumbre sobre cómo va a actuar la justicia norteamericana y las consecuencias que eso podría acarrear, conflicto y represión en las calles, el descontento de un sector de la industria y del campo, las peleas con el grupo clarín, y la tensa negociación con el FMI que hasta la redacción de esta editorial no tenía resolución final.
Sería un error creer que la potencia de ser vanguardia es inmune a todo y no anticipar que lo que cautiva hoy de su liderazgo pueda ser repulsivo mañana. Como decía Martín Rodríguez: “Se ha visto en el amor. La virtud que enamora es la que cansa”.
Sin embargo, con la inflación y el dólar aún controlado (no sabemos por cuánto tiempo) y fundamentalmente ante una oposición que pareciera asistir a un profundo bloqueo creativo, la solidez del gobierno aún no tambalea. Oposición que no puede resetear su diagnóstico de lo social, no logra renovar sus dirigencias y fundamentalmente, no logra ser oposición de otra forma: se sigue pensando en términos de grandes armados de coalición (“no de nuevo, decía”) y objetándole al gobierno lo que fue probablemente una de las claves de su éxito: burlarse de los modos finos de hacer política.
Si el Macrismo y el Kirchnerismo habían visto en los libertarios una herramienta, unos para profundizar una agenda conservadora y otros para fragmentar el voto de derecha, hoy que el monstruo creció no saben cómo encadenarlo. El Mileísmo se aprovecha de este caos e incapacidad y parece decidido a no dar lugar al PRO, absorbiendo a parte de su dirigencia y bastardeando a los que sobreviven por fuera.
Habrá que ver si el PRO elige ocupar el lugar de la derecha moderada o se deja cautivar por la agenda conservadora anti woke, algo de lo que hablábamos en una nota anterior a las elecciones. “¿Qué antipopulismo ser? Un antipopulismo liberal, más en tono alberdiano, preocupado por las garantías democráticas liberales, encarnando cierta idea de gobernabilidad racional o un antipopulismo más conservador, con fuerte sesgo antidemocrático”, o lo que hoy se pone en términos de disputa entre republicanismo y aceleracionismo. Lo visto hasta ahora parece indicar que les cuesta elegir la primera opción, fundamentalmente al más convencido de virar hacia el conservadurismo: el killer.
En paralelo, Milei decide jugar el juego de la polarización con el kirchnerismo, algo así como lograr ese pacto corporativo de supervivencia que hasta entonces denunciaba. Habrá que ver si el peronismo se sienta cómodo en ese marco de polarización o decididamente ensaya nuevas canciones. Hay algo que lo desorienta y deja ver cierto sesgo clasista: si la derecha ojos celestes ordenaba más fácil esta polarización porque ellos eran los tilingos, limpios, familia bien frente al peronismo popular; ahora el kirchnerismo convoca lecturas en plazas públicas, criticando al presidente por el olor a sudor, la familia disfuncional y acusando a los trabajadores de desclasados por adorarlo.
En este marco, si el PRO se tiene que preguntar sobre qué antipopulismo ser, al peronismo parecen corresponderle otras preguntas: ¿qué lugar quiere jugar en el sistema político: partido de mayorías o izquierda culta y elitista? ¿No hay en ciertos posicionamientos de este último tiempo una concesión del lugar del populismo a LLA? ¿Hay lugar para nuevos dirigentes o solo tienen lapiceras los que comparten apellido? ¿El peronismo es el partido del orden o es un partido que desafía el status quo?
Guarda con enamorarse de la batalla cultural
Podría decirse que lo que se rompe con la victoria de Milei es cierto pacto social que desde el 83´ tenía como base que lo que importa es la democracia y, sin embargo, a partir de la profundización del deterioro socio económico -en 1976 la pobreza según el INDEC era del 22%, hoy es del 35,8% – lo que importa es la estabilidad macroeconómica. En este marco, lo que Milei puede, y Macri no, es poner en jaque los consensos democráticos básicos: agenda de derechos humanos, de género, presupuesto importante en política social, entre otros.
Para cerrar, podríamos entonces pensar qué preguntas le toca hacerse al Mileísmo: ¿basta solo con librar una batalla cultural?; ¿Es estratégico profundizar en esa línea?
Uno podría decir, siguiendo la experiencia del kirchnerismo, que hay que tener cuidado con suponer que lo que se está ganando cuando se sostiene en el tiempo cierta legitimidad política es la batalla cultural: ¿el kirchnerismo se sostuvo en el poder tanto tiempo porque la ciudadanía acompañaba mayoritariamente sus agendas o bien porque el electorado interpretaba que las gestiones económicas eran buenas? ¿La sociedad se derechizó o más bien está dispuesta a ceder ciertos derechos cuando la crisis económica es profunda? ¿El apoyo mayoritario al gobierno de Milei se explica por la adhesión a esa agenda antiwoke o es solo la expresión de un núcleo duro? ¿Qué pasa si el gobierno no logra sostener esa estabilidad macroeconómica?
Lo acontecido estos últimos días en la tensa negociación con el FMI y la suba del dólar profundizan estas preguntas y lo ponen al mismo Milei hablando en condicional como lo hacía el otro día en una entrevista “Si esto sale bien, no vuelven más”. Dicen que lo último que se pierda es la esperanza…