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Búsqueda del Tesoro

Publicado por:El Resaltador

¿Qué te generan las intervenciones artísticas en la Ciudad de Córdoba? Un poco que te activan emociones durante los recorridos diarios. Por eso, hoy te traemos una columna de una artista local que habla a través del dibujo.

Por Cho Bracamonte

Vivo en Córdoba Capital desde siempre, y en el centro de la ciudad desde hace algunos años. Me gusta desayunar, todo lo que sea suavecito y andar en bicicleta. Pero más me gusta dejar la bici en casa y salir caminando, afilar la mirada y descubrir cosas, encontrar tesoros para después dibujarlos y tenerlos para siempre.

 Ya guardé máscaras, dientes de vampiros y souvenirs de los cotillones de la cortada de Israel, juguetitos varios de los puestos de la calle, gorros, sombreros y remeras minúsculas de Talleres y Belgrano de algún local de la Rivadavia, pantuflas de conejo, muchos mickeys mal dibujados, caballitos a cuerda que dan vueltas pegando saltitos y cosas pegajosas que no termino de entender qué son, ni para qué sirven. Pero las cosas que no sé para qué sirven son las que más me gustan, porque me encanta pensar que dibujarlas tampoco sirve para mucho. 

Me gusta dibujar, todo el tiempo y cualquier cosa, de cualquier tamaño y con cualquier material. A veces me aburro del papel y me mudo un rato a la cerámica, hago fanzines, pinto algo en la calle, no dibujo por varios días hasta que me vuelvo a aburrir y retomo el papel. Lo que más me gusta de dibujar son los amigos, los que hice dibujando y los que hago dibujar cada vez que vienen a mi casa o vamos a tomar algo. Me gusta pensar que el dibujo es como un camino que voy andando haciendo pasos pequeñitos y jugando todo el tiempo.

Bajando por Chacabuco, dejando atrás la Illia y Nueva Córdoba, todo se pone más interesante. Las vidrieras se llenan de cositos, chucherías, juguetes, peluches y muñecos. Cartas, miniaturas, dinosaurios, ositos, autos y triciclos, manteles y repasadores, martillos y destornilladores, cremas, caramelos, globos y relojes. Me gusta jugar a adivinar si es una ferretería, una juguetería, un local de ropa o un bazar.

Algunos hallazgos aparecen sin buscarlos, simplemente están ahí, mal estacionados y llenos de peluches, como una cábala. O luminosos y brillantes, intentando llamar la atención.

Hay lugares que parecen todos iguales, hasta que paso un montón de veces y termino de entender que en la calle nunca nada es igual a otra cosa.

Algunos bazares parecen no tener fin, ni respetar ningún tipo de órden o regla. Están y funcionan. Apenas la General Paz se convierte en Velez Sarsfield aparece una fantasía de colores en mochilas, inflables listos para el verano, carritos y termos. Si se agudizan los sentidos y se ignora el olor a praliné y el ruido de los colectivos, aparecen ese perfume cítrico y la misma música por horas.

En otros no hace falta entrar. Con mirar y jugar a la búsqueda del tesoro desde afuera alcanza y sobra. Cordones, un yenga, guirnaldas y sombreros, set de agujas e hilos, un calendario de hace algunos años borrado por el sol, auriculares y balanzas de cocina, juguetes de personajes de los que ya nadie se acuerda, libros para pintar, lámparas de todo tipo, secadores de pelo, pollitos de juguete y adornos de navidad

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