Resaltadas

Había una vez… Un pueblo y un zoológico abandonado

Además de libros y escaramuzas literarias, esta columna sirvió para delimitar los límites reales e imaginarios de este pueblo de la llanura pampeana que tan parecido es a muchos otros. Por Cristián Montú Varios kilómetros al norte podemos encontrar un telo de estilo medieval anclado en el tiempo; al noreste, se erige el cementerio local […]

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Además de libros y escaramuzas literarias, esta columna sirvió para delimitar los límites reales e imaginarios de este pueblo de la llanura pampeana que tan parecido es a muchos otros.

Fuente: Archivo Histórico Municipal de Porteña

Por Cristián Montú

Varios kilómetros al norte podemos encontrar un telo de estilo medieval anclado en el tiempo; al noreste, se erige el cementerio local del que ya les hablé; al sur debió existir en algún momento una estancia donde una mujer da a luz y ese bebé aparece dentro del aljibe.

Y al noroeste quedan los restos de lo que alguna vez fue el zoológico de Porteña. Al escribirlo se vuelve todavía más extraño porque no sé cuán común haya sido que los pueblos del interior tuvieran zoológicos, o como acá se lo llamaba: “Estación biológica”.

Antes de que se materializara como tal, la estación biológica funcionaba en un predio de la zona rural, recibía visitas de escuelas y era administrada de manera privada por su dueño. A fines de los noventa, por supuesto, le llegó la quiebra y los animales pasaron a depender, por orden judicial, de la municipalidad.

Para asegurar el bienestar y resguardo de los animales se creó una fundación cuyos objetivos eran: conservar y reintroducir a las especies en su hábitat, realizar investigaciones científicas, educar, recrear y salvar de la extinción. 

El estallido social del 2001 estaba a unos pocos años de distancia y por lo tanto conseguir fondos para financiar la construcción era primordial. En un informe de aquella época se deja constancia de que incluso se realizó una visita a la Secretaría del Medio Ambiente, a cargo nada más y nada menos que de María Julia Alsogaray, aunque “a pesar de carecer de ayuda (...) se recibió el apoyo y compromiso de funcionarios.”

Jaula de los pumas -  Fuente: Archivo Histórico Municipal de Porteña

Animales en fuga

En el inventario de especies que figura en el Archivo Histórico se mencionan ciervos, cabras, conejos, faisanes, flamencos, gallinas, gansos, un gato montés, hurones, loros, maras patagónicas, monos, patos, pavos reales, pecaríes, pumas, coatíes, tortugas, zorros... Sin embargo hay una gran ausente: la serpiente.

¿De dónde salió y cómo llegó hasta la frágil pecera donde se conservaba una serpiente de tamaño considerable? Es un misterio. Lo que no era un secreto ni un misterio es que la serpiente se escapaba con frecuencia, pero no recuerdo que nadie se haya preocupado o alarmado genuinamente ante el peligro que implicaban las fugas.

Una tarde cuando yo iba a la casa de mi abuela que vivía a dos cuadras del zoológico, vi a un grupo de hombres reunidos alrededor de un árbol, un peso muerto que cayó al suelo y resultó ser la serpiente fugitiva que había estado comiéndose los lechones de una granja cercana. 

Jaula de los coatíes -  Fuente: Archivo Histórico Municipal de Porteña

De pueblos y animales en fuga tratan los cuentos de esta columna, y de la tragedia inevitable que conlleva olvidarse una puerta abierta.

Un puma

Sobre Agota Kristof hay mucho para decir y comentar, tanto que en unos pocos renglones no se le podría hacer justicia a su vida marcada por los estragos de la guerra en Hungría, su país natal, y el exilio en Suiza, donde viviría hasta su fallecimiento en 2011; y especialmente, a su maestría a la hora de narrar. 

Después del éxito de Claus y Lucas, se publicó Da igual: Los veinticinco cuentos despiadados de Agota Kristof que reúne en apenas ochenta páginas varios cuentos hipnóticos, crueles y atravesados por la misma esencia ante la desgracia de la vida cotidiana: indiferencia y resignación.

Una de las historias comienza con un hombre que ve arder su auto mientras contempla “...cómo se le escapaba la vida” para ir quedándose dormido. El hombre, que no tiene nombre, sueña con su ciudad natal y con un grupo de casas que se encuentran en llamas. El incendio devora todo a su paso y además, lo mantiene prisionero.

“El hombre se da la vuelta y ve al puma en la otra punta. Un animal espléndido, pardo y dorado, con un pelaje sedoso que brilla bajo el sol ardiente.” Sin escapatoria posible, el hombre se detiene a esperar el final, pero el puma ha venido a guiarlo y ayudarlo a encontrar al hijo que el angustiado hombre desea hallar.

Ante el canal de la ciudad, que tiene llegada al mar, es que se le revelará al protagonista el verdadero sentido de aquella búsqueda.

Un tigre

La otra historia le pertenece a la escritora cordobesa Elena Anníbali y fue gracias a un material de distribución gratuita del Plan Nacional de Lectura que llegó a mis manos cuando todavía cursaba el profesorado.

Un grupo de amigos se reúne cada tarde en el patio de la protagonista a escuchar música y tomar mates, sin embargo la escena se detiene frente a lo que sucede afuera: “...algo se acercaba más y de manera peligrosa: el absurdo. Un grupo de gente perseguía, por el medio de la calle, a un viejo que cargaba una carretilla con un tigre (...) con las dos patas rotas y la tibia encía manchada con un poco de sangre.”

¿Cómo llega el tigre a aquel lugar? Nadie se lo pregunta realmente y la protagonista decide trasladarlo al patio de su casa para que sane o muera. La presencia del animal comienza entonces a alterar la atmósfera del barrio y del grupo de amigos.

La mujer observa cómo se va formando un cementerio de cabezas de vacas alrededor del tigre a medida que éste se va recuperando. Una tarde llama el padre de la mujer para advertirle que, según los vecinos, el felino ya camina y si ella no toma los recaudos necesarios, una desgracia podría ocurrir.

Antes de colgar el teléfono la mujer le responde al padre: “Le dije si viene, dejalo. Colgué. Me senté a esperar”

Crece la maleza

La utopía de una estación biológica que rehabilita y reinserta distintas especies autóctonas duró menos de diez años. En algún momento la decadencia y el recorte de presupuesto llevaron al cierre del zoológico. Según las versiones oficiales que circulaban por aquel entonces, los animales habían sido reubicados… ¿Dónde? Nadie sabe a ciencia cierta.

Hoy la maleza y el abandono se apoderaron del predio que supo albergar a esos pobres y resignados animales. La estación biológica, cuya gestión y construcción ocupó bastante espacio en la prensa regional, se esfumó en el silencio de la indiferencia.

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