Desde la asunción de Javier Milei como presidente, nuestro país perdió casi 200 mil puestos laborales. Frente a una informalidad que avanza y un desempleo que se consolida, el presente apremia y exige la construcción de nuevas formas de resistencia colectiva.

Este 1° de mayo se conmemora el Día del Trabajador. Este año, la efeméride se enmarca en un contexto adverso, con crecimiento del desempleo y consolidación de la informalidad como principal vía de acceso al trabajo.
El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), arrojó que el 2024 finalizó con una tasa de desempleo del 6,9%: alrededor de 300 mil personas ampliaron la cifra de desocupados. En cuanto a la cantidad de personas que estando ocupadas buscan más trabajo, el porcentaje creció casi un 18%.
Desde la asunción de Javier Milei como presidente, la Argentina perdió casi 200 mil puestos de trabajo. Una consecuencia devastadora de los recortes en el sector público, la paralización de la obra pública y la caída del consumo interno.
Dicha cifra no solo expone la pérdida de ingresos familiares, sino también un debilitamiento del tejido social, puesto que cada trabajador despedido es expulsado a los márgenes, arrastrando una red de consumo, asistencia y estabilidad que, por obvias razones, se degrada.
Crece la informalidad
Sumado a lo anterior, la informalidad laboral presentó una tendencia creciente. Casi la mitad del país se desempeña en la economía informal, sin aportes ni cobertura social.
En los últimos cuatro años, se crearon 568.000 empleos informales. Por cada empleo formal, nacieron 1,5 empleos precarios, lo que revela un proceso de degradación del mercado laboral.
El trabajo no registrado predomina en algunos sectores en particular: el servicio doméstico, la construcción y la agricultura y ganadería son los rubros con mayores porcentajes de precarización laboral, llegando, en algunos casos, a superar el 70%. Lo mencionado golpea con mayor crudeza a las mujeres y a los jóvenes.
Las consecuencias de este fenómeno son múltiples: sin estabilidad, sin acceso a créditos, sin vacaciones pagas ni licencias, sin obra social ni futuro previsional, el empleo informal es un círculo de precariedad que limita el desarrollo individual y colectivo.
El desempleo en los jóvenes triplica al de los adultos
Si bien la desocupación golpea a una gran parte de la población argentina, hay algunos rangos etarios que sufren sus consecuencias con mayor intensidad.
Los jóvenes de entre 14 y 29 años registran una tasa de desempleo del 13,1%, mientras que entre los adultos de 30 a 64 esa cifra se reduce al 4,5%. Así lo reveló un informe del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (IDESA), confeccionado a partir de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) con base en el último trimestre del 2024.
Lo anterior revela que el desempleo juvenil en la Argentina es prácticamente tres veces mayor que el de los adultos, una diferencia que se mantiene constante en el tiempo.
Sumado a la dificultad para acceder a un empleo, los jóvenes que logran insertarse en el mercado laboral enfrentan altos niveles de informalidad. El estudio indica que el 45,1% de los jóvenes ocupados son asalariados informales, frente a un 22,2% en el caso de los adultos.
Si se suman los cuentapropistas no profesionales, el porcentaje de jóvenes que trabaja en condiciones informales asciende al 62,4%, mientras que entre los adultos la cifra baja al 40,4%.
Precarización y pobreza
La precarización laboral y la pobreza son dos caras de una misma moneda. Con empleos mal pagos, inestables e incluso inexistentes, miles y miles de familias argentinas no alcanzan ni siquiera a cubrir la canasta básica, que actualmente supera el millón de pesos para un hogar de cuatro integrantes.
No solo eso, sino que, incluso quienes están trabajando activamente, si están en la informalidad, viven por debajo de la línea de pobreza. El trabajo ya no garantiza derechos ni calidad de vida.
Es tiempo de dejar atrás la nostalgia inmovilizante. No alcanza con recordar un pasado donde las conquistas laborales eran la norma. La Argentina de pleno empleo y derechos garantizados forma parte de otra época.
Frente a una informalidad que avanza y un desempleo que se instala, es urgente construir nuevas formas de resistencia colectiva. No hay lugar para el aislamiento ni la resignación. El Día del Trabajador debe recuperar su sentido original: no como efeméride congelada, sino como llamado a la acción.