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“There is no alternative” La emergencia de Milei en el sistema político argentino

La emergencia de la figura política de Milei se enmarca en el crecimiento de las ultraderechas a nivel global como consecuencia del proceso de neoliberalización. El llamado “giro a la izquierda” en Latinoamérica, con su retórica omnipresente, subestimó el poder adaptativo de la racionalidad neoliberal. En paralelo, huérfanos de padre e impotentes, los jóvenes varones […]

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La emergencia de la figura política de Milei se enmarca en el crecimiento de las ultraderechas a nivel global como consecuencia del proceso de neoliberalización. El llamado “giro a la izquierda” en Latinoamérica, con su retórica omnipresente, subestimó el poder adaptativo de la racionalidad neoliberal. En paralelo, huérfanos de padre e impotentes, los jóvenes varones migran hacia el voto libertario ¿Qué hacer con la política?

Javier Milei

Por Matilde Bustos

La capacidad adaptativa del neoliberalismo

"Mi alineamiento con Trump y Bolsonaro es casi natural" declaraba Milei en un reportaje que brindó al diario O Globo de Brasil en septiembre del año pasado. Pensar la emergencia de la figura de Milei en el sistema político argentino obliga a recordar lo que parece obvio: el crecimiento de las ultraderechas a nivel global en las últimas décadas. 

Ese crecimiento se inscribe en un periodo del capitalismo en el cual no son los gobiernos sino el Estado capitalista como modo de acumulación el que atraviesa una crisis y como toda crisis de Estado habilita a la reconfiguración de los paradigmas existentes. 

Esto no quiere decir que no haya nada de local/propio en el fenómeno argentino de derechización porque supondría una posición determinista sobre la estructura económica capitalista, que además clausura a la política como herramienta de transformación. 

Pero sí es necesario comprender la emergencia de Milei en el marco de una cuestión estructural: la profundización del proceso de neoliberalización a partir de la crisis financiera estadounidense del año 2008.

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La neoliberalización, como nos propone Jamie Peck, no es un conjunto de recetas que se aglutinan en lo que conocimos como el Consenso de Washington y que se agotan en un espacio-tiempo. Es una tendencia de mercantilización de todos los ámbitos de lo social cuyo poder más grande reside, justamente, en su capacidad de adaptarse a diversos contextos. 

Constanza Michelson dice “el neoliberalismo más que un modelo económico es un modo de civilización”. Gobierna las conductas y la subjetividad: la relación que tenemos con las cosas y también con nosotros mismos. 

La fe en el libre mercado como ordenador de lo social no es nueva, de hecho si analizamos el libro de Milei podemos observar que para explicar su modelo económico retoma (violando varios manuales de academicismo) dos autores clásicos: Adam Smith y David Ricardo.

Lo novedoso, entonces, en la aparición de las ultraderechas no es su marco teórico sino la inscripción en un contexto en que todos los ámbitos se encuentran mercantilizados. La neoliberalización propone una visión no solo económica sino civilizatoria donde la comunidad/el otro se presenta como una alteridad que estorba. 

Darwinismo social: la alteridad como enemiga

Esta mirada conservadora de lo social ha ido ganando espacio en las intervenciones públicas de Milei. Si analizamos el discurso libertario en proyección temporal, podríamos decir que hay un primer momento donde lo característico es su economismo. 

Sin embargo, a medida que transcurre el tiempo, quizás asesorado/coacheado por el clima de época y la demanda electoral, va poniendo más énfasis en una agenda conservadora que se traduce en la oposición al matrimonio igualitario, a la salud pública, a la educación pública, etc. Algo de esa agenda que incomoda a los Maslatones defraudados. 

Esta ingeniería de lo social, el llamado darwinismo social no es contradictoria con la tendencia neoliberalizadora: el otro, que puede tomar formas variadas, es un obstáculo para alcanzar mi éxito. 

Esta idea reaccionaria en que el otro es percibido como peligro, no está solo presente en los discursos de la ultraderecha, cuestión sobre la que volveremos más  adelante. 

El giro a la izquierda y su omnipresencia gubernamental

El énfasis en la profundización de la neoliberalización como escenario ideal para el desarrollo de las ultraderechas, no supone que no haya nada para decir sobre las superestructuras políticas.

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Justamente es interesante analizar como pareciera que ha habido, ya situándonos en el marco regional, cierta retórica de los gobiernos progresistas /el llamado giro a la izquierda/ un poco omnipresente, una idea de que llegar al gobierno habilitaba la posibilidad de transformarlo todo.

Esta idea que suele confundir ocupar el gobierno con ocupar el Estado subestima la potencia del neoliberalismo, como racionalidad ideológica, con capacidad de adaptarse a diversos contextos de transformación. 

Lo que sucede es que ocupar los gobiernos es cada vez menos ocupar el Estado, lo que significa que, en la configuración del sistema capitalista actual, los gobiernos tienen cada vez menos posibilidades de incidir en la estructura económica porque han perdido poder. 

Pero además estos gobiernos de corte progresista lidian con subjetividades profundamente mercantilizadas: todo lo contrario, a lo que en general pronuncian los libertarios respecto a que la política hace y manipula a su capricho, lo que sucede es que la política, ha perdido capacidad de gobernar el malestar. 

Aunque esto sea una obviedad, hay que decirlo porque también esa omnipresencia tan presente en los discursos progresistas después no se ha correspondido con lo que efectivamente esos gobiernos han logrado hacer en la historia reciente, sin quitarle mérito a las transformaciones que se han emprendido. El gobierno de Alberto sería un gran ejemplo sobre esa supuesta omnipresencia que deviene en imposibilidad, lo que profundiza un clima de desasosiego generalizado.

Para un sector del electorado esto podría traducirse en: la política, que todo me lo prometió, solo me otorga una serie de seguridades escasas. A contracara la neoliberalización, que es evasiva de la política, me propone tomar (de manera ficticia) las riendas de mi destino/futuro. 

Los INCELS: los nuevos huérfanos del sistema político

Film Taxi Driver

La vida como gestión que propone la neoliberalización evade la política y despolitiza el malestar ¿Como se hace política en este contexto? La nostalgia y el retorno conservador es el no ser de la política que viene a ocupar esa falta, ese vacío.

Hay un imaginario profundo compartido por los jóvenes del neoliberalismo y es la idea de que en este escenario no tienen nada que perder. “Los hijos del orden neoliberal tienen algo de suicidas: el futuro está clausurado” dice Constanza Michelson. “There is no alternative” decía Margaret Thatcher en el slogan de su campaña.

Y acá aparece la discusión respecto a los jóvenes incels, que de vuelta no representan un fenómeno local, sino que se replica en lo que sucedió con Trump, con Bolsonaro, entre otros. Si uno sigue lo que vienen analizando ciertas encuestas políticas advierte que, una buena proporción del voto de Milei, lo representan jóvenes varones identificados con esta mirada neo-reaccionaria. 

Cabe aclarar que esto no representa la totalidad del electorado afín al libertario pero sí merece un análisis especial que se relaciona con lo que se viene planteando desde el inicio de esta nota en relación con la política y el deseo. 

En este punto me interesa retomar un planteo psicoanalítico sobre la cuestión y es que, como advierte Michelson, pareciera que estos jóvenes que migran hacia estas representaciones han quedado huérfanos de padre en la discusión política que vienen planteando desde los feminismos y otros colectivos.

En un escenario de quiebre de estructuras, se abren dos maneras de vivir con la incertidumbre. Una de ellas es abrirse a la duda, a las crisis de representaciones y permitirse devenir en otro. Este camino no es el de la “deconstrucción” que, comparto con la autora, encubre una mirada totalizadora: 

“El deconstruccionismo quiere acceder a esas leyes y desmontar la raza, el género, la clase, cuya lógica tiene una eficacia política, pero también una dificultad epistemológica. Desconoce que lo que precisamente nos define es la relación singular que cada uno tiene con ese mundo que nos atraviesa: esa excepción es lo humano, justo el error que aparece en el discurso total sobre raza, género o clase que habitamos. Nadie es exactamente igual a ningún discurso.”

Constanza Michelson

La segunda reacción a la incertidumbre retoma el significante de esa horda masculina que tiene que salir a cazar a las brujas, al postmarxismo y a la decadencia moral, una cosa bien primitiva de restauración de órdenes ante la decadencia de ciertas estructuras. 

Huérfanos de padre, tienen que inventarse uno nuevo y se amarran a viejas tradiciones: “Fundamentalistas de la masculinidad más inútil, por ejemplo, las violencias incel, las manadas, las xenofobias inventadas para fetichizar las armas como sustituto de lo que no aparece como capital simbólico para habitar lo masculino” (Constanza Michelson)

Las masculinidades que visten de héroes racistas, religiosos o vengativos (representado por ese espectacular Robert de Niro en Taxi Driver) tienen como horizonte la destrucción y autodestrucción: la intrascendencia como caldo de las nuevas violencias. 

El malestar ante la incertidumbre actual que ha democratizado ciertos aspectos del vivir en comunidad pero que no ha democratizado la economía, las ultraderechas lo han sabido interpretar y capitalizar desviando el origen de su causa -el capitalismo financiero- para postular nuevos enemigos imaginarios retornado a una vieja idea de masculinidad dura que es, ante todo, impotente.

¿No hay alternativa?  ¿Qué se hace con la política?
Existimos en el desvío de los discursos totales, 
en el fracaso del intento de la coincidencia plena con cualquier estructura,
 estamos donde hay un decir propio 
- por cierto, nada tiene que ver con el anhelo histórico de ser excepcional-
 lo propio nunca es un estereotipo”

Constanza Michelson

En todo esto cabría preguntarse ¿cuál es el lugar de la política frente a las emergencias de las ultraderechas? Probablemente no haya respuestas, pero sí ciertos aprendizajes y caminos aprehendidos que retoman un poco de los que hablamos en la primera toma de estos ensayos sobre el sistema político argentino actual. 

Uno podría imaginar que quizás la figura política de Milei pueda devenir cíclicamente en un momento de caída, debido a lo que ya se viene sosteniendo en múltiples análisis sobre la falta de estructura político- territorial, por ejemplo, o en sus propias sospechas sobre la posibilidad de ocupar la presidencia: algo de ese héroe que prefiere la retórica de destrucción que la de tomar el mando de un mundo mejor.

Lo que, sí preocupa, y es probablemente menos coyuntural, es Milei como síntoma. Y acá me parece que hay algo muy importante que tiene que discutir la política y que el progresismo en sus distintas expresiones también se ha contaminado mucho de esta idea neoliberalizada de ser nuestros propios dueños, empoderarnos, que es una racionalidad muy afín al status quo. 

Esa racionalidad también confunde lo que quiero con lo que deseo, y entiende la subjetividad como una manera transparente de ser y estar, patologiza la alteridad, “lo tóxico”. La identidad política como subjetividad estanca que no permite devenir otros en este otro mundo que toca vivir, y no permite tampoco hablarles a otros. 

La política que se habla a sí misma, endogámica, exitista, que interpela a un sujeto que no es el sujeto histórico de hoy, quizás sí el sujeto histórico de otra época. Discutir con la neoliberalización implica discutir con toda una serie de retóricas del buen vivir, individualistas, de autoayuda, que son destructivas de la política. 

Y en este sentido, de vuelta, haciendo un foco un poco freudiano de la cuestión: discutir incluso sobre la idea misma del progreso, que no es discutir sobre el futuro, sino con la idea de prometer un mundo sin angustia. 

La política justamente es un lugar que habilita otra pregunta en relación con el deseo que es un poco más conflictiva, que no resuelve pero que sí contiene el malestar y eso quizás es el lugar que la política está perdiendo.

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