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Leer, no leer: habitar los espacios

En Argentina celebramos el día del lector en conmemoración al nacimiento de Jorge Luis Borges cada 24 de agosto, pero... ¿Qué implica ser/considerarse lector? ¿Cómo pueden surgir cada día nuevos lectores si no está garantizado el acceso a la cultura escrita? ¿Efectivamente los adolescentes ya no leen? Por Cristian Montú Se dice y se repite […]

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En Argentina celebramos el día del lector en conmemoración al nacimiento de Jorge Luis Borges cada 24 de agosto, pero... ¿Qué implica ser/considerarse lector? ¿Cómo pueden surgir cada día nuevos lectores si no está garantizado el acceso a la cultura escrita? ¿Efectivamente los adolescentes ya no leen?

Por Cristian Montú

Se dice y se repite hasta el cansancio que los adolescentes ya no leen, que ya no les importa nada. Se dice y se repiten miles de frases hechas incluso de dentro de las propias instituciones educativas… ¿Tiene razón el imaginario social y su catarata de frases hecha? ¿O la realidad parece mostrarnos otra cosa?

¿Cómo, dónde y cuándo nos formamos los lectores?

Cuando tenía ocho años (quizás menos) recuerdo haber ido con mi hermana mayor por primera vez a la biblioteca popular de mi pueblo, ella tenía que buscar información sobre algún tema escolar que no viene al caso, pero yo simplemente estaba ahí y desde entonces empecé a ir casi todos los días. 

Las bibliotecas populares, en palabras de la antropóloga francesa Michèle Petit, “...contribuyen a la emancipación de aquellos que trasponen sus puertas, no sólo porque dan acceso al saber, sino también porque permiten la apropiación de bienes culturales que apuntalan la construcción del sí mismo y la apertura hacia el otro.” Y ahí estaba yo, al igual que otros lectores, buscando algo que sigo sin poder definir.

Nos convertimos en lectores y lectoras a medida que nos acercamos al libro, siempre y cuando los libros estén a nuestro alcance y se nos garantice el acceso a la cultura escrita. Muchas veces el espacio y el tiempo que se conquistan en las bibliotecas serán los únicos (pocos) momentos de conexión con uno mismo.

En mi caso, las horas en la biblioteca fueron un intento (fortuito) de sobrevivir a la adolescencia y su debacle para quienes nacimos en pueblos en el medio de la nada, a las limitaciones económicas de una familia con cinco hijos que claramente no se podía dar el lujo de comprar libros más allá de los escolares, a la posibilidad de otros mundos a pesar de la llanura chata y opresora.

Por supuesto hubo años donde no leí más que unos pocos (trágicos) libros, pero seguí habitando la biblioteca: buscando refugio, silencio, soledad; o googleando qué estaba haciendo Lady Gaga en ese preciso instante.

Otroso

Fue en una pila de libros del rincón infantil que me crucé por primera vez con la novela de Graciela Montes; Otroso, y si mal no recuerdo, narra las aventuras de un grupo de amigos y amigas que deciden construir una serie de túneles que recorren las profundidades del barrio. En este mundo subterráneo se desatarán batallas entre propios y ajenos.

En el final de la historia me encontré por primera vez conmigo mismo, con mis sentimientos, fui consciente de lo que me pasaba: la nostalgia sobre lo inevitable (crecer en soledad, el paso del tiempo y final inminente de todo lo que construimos) me acompañaría desde entonces.

A veces, en mi delirio (es mi historia y tengo derecho a delirar con ella), pienso que algún gajo del malvón manso manso (...) prendió y echó raíces, que las raíces crecieron con tanta tierra allá abajo, y que hoy Otroso entero florece en mil flores ciegas, a las que les bastaría la luz de una linterna para enterarse que son definitivamente rojas.”

Supongo que es cosa mía (y que no soy el único), pero hace un tiempo esa misma sensación de nostalgia milenaria volvió mientras leía Sombras rusas donde Liliana Viola cuenta su vida entre el frío y la desolación de la ex Unión Soviética, después de varios años ella y su marido se marchan del país y a su paso dejan, en el departamento de una amiga, un bosque de jacarandás en macetas.

Lectura (no) adolescente

Claramente ya no soy un adolescente con esos raros peinados emo y las circunstancias que me llevaron a ser asiduo de los libros tampoco pueden replicarse porque el cambio de época es evidente. Leer, escribir, comentar con otros/as, narrar, formar comunidad a pesar de la soledad y el silencio que muchas veces la lectura requiere hoy sucede a través de las redes sociales. Las posibilidades, si no se tiene en cuenta al algoritmo, son infinitas.

¿Qué hubiese sido de mí sin los libros y sus historias? Cualquier respuesta no es más que pura conjetura, pero sin dudas habría tardado (más aún) en nombrarme y reconocerme, saberme merecedor de ese encuentro íntimo y digno que es la lectura.

Emilia Urouro

Encargada de la redacción de las notas y de generar contenido para las diferentes plataformas del Resaltador. Feminista, popular y nacional.
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